III

5 1 0
                                    

Seguir el nuevo ritmo que había tomado mi vida era bastante difícil.

Gracias a mi madre tuve conocimientos básicos sobre escritura y bordados, aunque su repentina muerte a mis ocho años hizo que no pudiera pulir esas habilidades.

Y esa era la razón por la cual podía entrenarme con mi padre, aprender a tocar una flauta y tener clases de caligrafía, todo en un día.

Comenzaba entrenando con papá, cuerpo a cuerpo y con espadas, aún no quería enseñarme lo básico de arquería porque pretendía que tuviera una buena defensa. Fallaba bastante en la ofensiva, pero lograba bloquear y defenderme satisfactoriamente de los ataques de mi padre.

Una vez perdí de vista mi espada, pero logré hacer un movimiento que había leído en cuentos, yo lo llamé "rueda giratoria de pierna". Aunque Arturo se burló del nombre que le di.

Luego de varias horas entrenando me aseaba e iba a practicar con la flauta. Mi institutriz parecía ser severa y a su vez amable, cosa que me hacía recordar un poco a la reina. Tocaba una flauta de metal por cuatro horas, aunque mi flauta sería una de cristal cuando lograra manejar las notas, y luego practicaba mi caligrafía por un par de horas.

Todo eso y las pausas necesarias para comer me dejaba apenas dos horas libres antes de ir a dormir, tiempo que me alcanzaba para pasearme por el invernadero que cuidaba, que había quedado bajo el cuidado de un jardinero.

Me paseaba por ahí recordando a mi madre y a Genoveva, cuando podía, porque de vez en cuando me hacían practicar bailes, uso de vestidos formales y tacones de gran medida, además que debía asistir a algunas clases de geografía y diplomacia.

Kali y Arturo a veces me llevaban mensajes del príncipe, asistían a mis entrenamientos, o simplemente hablaban conmigo.

Ciro aún no encontraba alguna solución, y cuando se cumplieron cuarenta días desde nuestro compromiso formal (una semana después de aceptar la orden de la reina) comenzó a verse un poco más desesperado y ojeroso. Por lo que sabía, hace unas semanas había ido al sur, a Lugh, la ciudad fronteriza con Flumen, y también donde se encontraba el fuerte del que debía ocuparse.

Se cumplían cincuenta días desde el nacimiento del príncipe Soren cuando pude conocerlo, aunque fue algo muy rápido y el que fuera la primera vez hablando con la princesa Milia no me permitió apreciarlo muy bien. El príncipe Josiah junto a su familia iban rumbo a Azariel, ciudad portuaria del mar del oeste que estaba bajo su mando.

No había sido capaz de mantener una conversación con el príncipe heredero o su esposa, pero ambos parecían felices y satisfechos. Pensé seriamente en buscar a Ciro para que me hablara un poco más sobre su cuñada y porqué decía que daba miedo.

Ese día tenía más tiempo libre del habitual, pues me habían librado de las clases de caligrafía, aunque pronto me enseñarían a tocar algún instrumento de cuerdas.

Estaba intentando adivinar si sería un laúd o un arpa, aún cerca de uno de los portones, cuando empecé a oír agitación. Me quedé cerca, por si acaso, y vi a una persona con prendas extranjeras entrar al castillo junto a un guardia.

Sentí la curiosidad brotar en mí, y aún sabiendo que era imprudente de mi parte me dirigí al castillo. Me mantuve cerca de la habitación en la que habían entrado, que era la misma en la que Ciro y yo aceptamos nuestro compromiso.

Me sentí incómoda de pronto, como si algo malo ocurriese, y observé mis alrededores.

Nada. Solo era mi imaginación, aunque el sentimiento de incomodidad persistía. Intenté ignorar ese sentimiento y preferí marcharme, aunque la curiosidad estuviera a punto de corroerme prefería eso a seguir sintiendo ese malestar.

Lᴏ ϙᴜᴇ ʜᴀʏ ϙᴜᴇ ʜᴀᴄᴇʀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora