Amistad

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Es verano del ochenta y tres, cansado del agobio y del estrés de la ciudad, decidí tomarme un descanso. Renté una pequeña habitación en un pueblo conocido en las afueras del estado. Mi única intención, descansar y seguir la indicación del médico.

No tengo la fortuna de una familia, siempre dedicado a distraerme con el trabajo, he sobrevivido gracias a Felipe, un amigo que ha estado conmigo desde que tengo uso de razón. Nadie como Felipe para regañarme o alentarme, confío mucho en él. Pero este viaje es de descanso y realmente no lo necesito, al menos por el momento. El pueblo es un lugar tranquilo, aunque el acceso es un poco difícil de encontrar. Una puerta de madera muy vieja te da la bienvenida "Bienvenidos a San Bernardino", eso me da cierta paz, la madera es una señal que el pueblo es sencillo, sin aspiraciones que dejen ver el metal o el cemento que aspiran a tocar el cielo tratando de representar el éxito personal.

Grandes parques a la entrada del pueblo te reciben con entusiasmo. Los niños juegan en aquel sitio, imitan la forma de actuar de algún animal, ya saben, con gran imaginación y un poco de torpeza, pero libres y graciosos al fin. Atrás sus padres los cuidan mientras platican y esporádicamente fuman un cigarrillo. El pueblo tiene pequeñas calles por las cuales deambulan las personas, todas se saludan y se conocen; el pueblo es pequeño, porque no habrían de conocerse. Mi habitación está situada en un edificio en la esquina de la calle cuarta y Sexta. Es un lugar agradable, creo que podré pasar un buen tiempo aquí. La recepcionista del sitio es atenta, una joven vestida de blanco con la cual me registré, y de la cual recibí mi tarjeta para abrir la habitación. Un joven muy atento me acompaña hasta el cuarto, carga mis maletas y con gran atención me enseña la dirección a seguir. Todo lo necesario está aquí: una cama cómoda, una mesa para el desayuno, una silla mecedora para leer, no hay aparatos electrónicos, pero si una ventana con gran vista. Definitivamente, es el sitio indicado. Nada más alejado de la realidad. De noche, las sombras de aquella habitación cobran vida, tal como lo hacían en la ciudad, la tenue luz que ingresa por la ventana proveniente de una lámpara, luz que puedo ver cada cierto tiempo porque parece avanzar en busca de alguien. Los gritos de dolor que emanan de los compañeros de cuarto me ponen nervioso, tenso, y la mirada se pierde al vaivén de mi cuerpo que se inclina hacia adelante y después hacia atrás de una manera frenética que no puedo controlar. Mis manos tiemblan como si tuvieran vida propia, la silla vuela y se estrella contra la pared, la cama se queda sin colchón y aquel hombre tan amable entra al cuarto desesperado tratando de agarrarme, de controlarme, pero una madera de aquella silla que estaba destrozada aparece en su cuello. De pronto el silencio, todo en calma, el momento de desesperación, terminó conmigo sentado en un rincón. Mientras tanto en mi oído susurra la voz de felipe, "lo ves, solo nos necesitamos los dos, esta es tu medicina, yo soy tu amigo y nunca te abandonaré".

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Quien no ha tenido un momento de locura, o visto alguna.

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