Museo

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Me gusta la noche así, llena de nubes cargadas de agua. Nubes grises que se amontonan y se rozan hasta dejar ver el espectáculo de luces, de interminables rayos. Sabes, los rayos son una fascinación que he tenido desde pequeño. No saber dónde caen, y dónde se originan, me llevó a muchas noches de insomnio. Mucha información hay sobre el cómo se originan, pero es incierto el lugar donde inicia el látigo de energía, al igual que incierto el punto donde la descarga caerá. Aunque en ocasiones es posible guiarlo por medio de pararrayos. Así, de alguna manera justificó mis salidas de noche, sobre todo en los días nublados, cuando la mayoría de las personas temen a mojarse y dejan las calles libres.
En ese momento, atravieso algunas avenidas, sigo un par de señales ya conocidas de otros días nublados y encuentro el destino. A veces no logro verlo, cambia de posición y se esconde de mí, y de los que son como yo. En esta ocasión lo encontré después de un callejón oscuro, que va directamente al patio de una casa abandonada. Allí, cerca de un arbusto, se deja ver la puerta de un sótano, un sitio al que pocos quisieran ingresar. El deseo se empieza a despertar, aún sin lograr un total desarrollo del mismo. El clima húmedo, la sensación de espera mientras bajo las escaleras de madera que crujen a cada paso. Diez escalones van quedando tras de mí. En aquel sótano, iluminado con poca luz, suficiente para saber que lugar pisas, se alza un perchero del cual cuelga una máquina de registro. En esta, debes pasar tu tarjeta de cliente, y al fondo, en algún punto, se abre un pequeño compartimento. La tensión te abruma, la emoción acelera tu respiración y te paras frente al compartimiento aquel. Una cuerda en un costado abre el pequeño telón, dejando ver el cuerpo de una mujer atada con alambre de púas en el cuello, y en cada extremidad. Ves su dolor, tu sangre se acelera, ella no sabe que es parte de un show. En ese momento, cuando ya estoy en mi punto máximo de pasión, hago la señal con mi dedo, marco la mano izquierda, la más hermosa de aquella mujer. Entre las sombras una persona aparece, cubierta totalmente de ropa negra, no la reconozco, pero de un tajo le corta la mano elegida a la altura de la muñeca, un grito desgarrador surge, o al menos eso creo por las muecas de la mujer, en realidad no escucho nada, el silencio es absoluto. La mano se guarda en una pequeña bolsa y se muestra el muñón para mi deleite personal. En ese instante la pasión es plena y la sangre se agolpa en mi masculinidad, la erección es tal que salgo a toda prisa en busca de mi pareja. Desenfrenado, aprovecho el momento y logro al fin completar el acto que bajo una condición normal me sería imposible. La imagen de aquel espectáculo dura poco tiempo, solo queda pedir una dosis y esperar.
No sé dónde inicio esto, o dónde terminará, pero las noches nubladas con lluvia y rayos seguirán siendo mis favoritas.

El Segundo Círculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora