Enamorado.

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El paso del tiempo es inevitable. Pero es un tanto curioso, que entre más avanza, menos te atrae el futuro y sus bondades. Regresar a los momentos placenteros donde gozabas pequeñas acciones, que se vuelven un pasatiempo diario, parece ser lo único que ayuda. Así, en la escritura de cartas, he desarrollado un gusto simple, en una acción que me ayuda a plasmar los recuerdos de mi juventud, y cómo aquellos amores marcaron mi vida y me hicieron sentir pleno. Tengo un sentimiento de paz al escribir y mandar mis cartas por medio del viejo correo. Recuerdo a una mujer, tal vez la que más pasión ha despertado en mi alma. Nuestro primer encuentro fue fortuito. Pero recuerdo perfectamente cuando nuestras miradas se cruzaron. En un punto ya no pudimos dejar de observarnos a la distancia. Con valor, me acerqué hasta pedir su nombre, un poema salía de sus labios. De ese tipo de los que te envuelve, y te acaricia el corazón de forma tierna. Tartamudeando por el nerviosismo, compartí mi nombre, y así empezó nuestra historia de amor. Recuerdo que a diario la acompañaba a casa. Los pasos para llegar a verla eran tan largos, y tan cortos cuando ya iba a su lado, caminando sobre la banqueta. Ese andar tan maravilloso, ese contoneo surgido de una pequeña lesión cuando niña, me acercaba más a ella. Los detalles en una relación como la nuestra eran importantes, tal vez la base misma de esta. Los primeros días, al llegar a casa, nos despedimos con un simple saludo a la distancia, bastaba para mí. Pero al pasar los días el amor crecía, la pasión se volvió incontrolable en su presencia, y nos llevó a dar el siguiente paso. Que glorioso momento es la intimidad cuando dos almas gemelas lo comparten. Me recuerdo aún nervioso, a la espera de su llegada, sentado en una banca frente a su casa. Era la vista perfecta para un enamorado que a la distancia mira llegar a su mujer ideal. Nunca pude superar esos momentos cuando entraba a casa, y yo tras de ella. Cuando cansada subía las escaleras para darse un baño relajante, mientras que yo, preparaba una copa de vino y algo de cenar para consentirla. No sé que tiene el sonido del corcho desprendiéndose del pico de la botella que incita a besar. Así era el momento aquel, tenue, pero con cierta tensión que señalaba la cúspide de nuestro romance. Despacio, sin hacer tanta algarabía por estar subiendo las escaleras rumbo a su dormitorio, caminaba cuidando mis pasos, tratando de sorprenderla. La desesperación por verla y sentirla cerca me carcomía. Recuerdo la puerta entreabierta, que solo dejaba ver una bata de baño tirada en el suelo. Su ropa sucia arrojada sin orden en el cesto, tal vez por el cansancio del día. Sin duda la señal para mí, para entrar con plena libertad a su cuarto, a consentirla con el vino y la cena. Pero el día la había derrotado, cansada y sin pensarlo, se postraba en su cama con los ojos ya cerrados. No se daba cuenta de mi presencia, ni de la botella de vino aquella, ni de la cena realizada. En verdad nunca me importó, me deleitaba verla dormida, entre las sombras que proyectaban los autos que pasaban frente a su ventana. Sentado en un pequeño sillón que no hacía ningún tipo de ruido, noche tras noche, daba sorbos a mi copa, imaginando nuestro próximo encuentro en su cama. 

Después de años sigo escribiéndole una carta por semana. Este viernes tal vez sea la última, ya no tendré que escribir más, podré verla frente a frente. Al parecer estoy de suerte. Me sacarán de mi cuarto rumbo a la inauguración de un nuevo sistema de libertad llamado patíbulo…

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Bien amigos, les dejo mi último cuento, espero les guste y me dejen sus comentarios.

Si alguna vez sienten que los miran al dormir, cuídense, podría ser cierto.

Son bienvenidas las críticas los intercambios, y las narraciones. Como el buen CapuchinioVT que narra mis cuentos en su canal, saludos bro.




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