Perdí la Cabeza.

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El rico aroma de una taza de café, pocas cosas tan satisfactorias en una mañana lluviosa. Cuando el clima de alguna manera te alerta a no salir de tu cama, o de la comodidad de tu sillón favorito, te envía una señal, la sientes en la boca del estómago, como diciendo, "hoy no deberías mover un dedo o lo lamentarás", y en efecto, ese día lamenté el no haberle hecho caso a mis instintos. Tranquilamente, tomé la taza caliente y me aproximé a la ventana que da vista a la calle, mirando la lluvia, escuchando el repiqueteo de las gotas que con gran velocidad chocaban en el techo de la casa. Afuera, en la lluvia, una persona corre, al parecer huye, voltea hacia atrás como tratando de localizar a su perseguidor. La víctima entra en mi jardín con los ojos desorbitados, escondiéndose, tapando su boca, con el mayor esfuerzo para no gritar de miedo. Está empapada, y con una mano trata de limpiar el agua que le impide una vista plena. Al frente del cerco de plantas aparece: un hombre de mediana edad, de baja estatura, con una capucha roja que impide ver su rostro, y carga en su mano izquierda un pequeño cuchillo en forma de sierra. Da un manotazo a los arbustos asustando a su presa, la cual trata de huir, pero es detenida por un jalón de cabello que la hace caer de espaldas. En el lodo formado por la lluvia se bate entre la vida y la muerte aquella persona; patalea y trata de huir de su cazador. Hasta en mis oídos puedo escuchar el latido tan veloz, su corazón estallará en cualquier momento. La lluvia enmudece todo intento de grito, todo intento de escape. Aquel hombre somete a su presa con un puñetazo directo, la deja semiinconsciente. La monta de frente y deja ver por un instante su boca. Su lengua recorre los labios con un placer inusual, mientras el dedo pulgar de la mano derecha limpia con suavidad la sangre de la presa, la toma por la quijada acomodando su cuello sensual en la posición correcta. Así, comienza
aquel cuchillo en forma de sierra, a separar lentamente la cabeza de los hombros en su víctima. La sangre se pierde en la lluvia, que borra las huellas. Aquel hombre con cuidado mete su trofeo en una pequeña bolsa de piel humana, al parecer, el complemento perfecto para un gran día lluvioso.

En pocas ocasiones soy espectador de primera fila en un suceso como este. Pareciera que el sujeto, lleva años actuando para mí, sabe cómo llegarán sus víctimas a mi jardín, sabe que no hablaré a emergencias, conoce mi placer y lo explota para sí mismo. Tiene en mente que para mí, pocas cosas son tan satisfactorias como un día lluvioso, una taza de café caliente, las imágenes de aquella ventana que da vista a la calle y la demencia que me hace olvidar. O tal vez no…

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Amigos gracias por leer mi propuesta. Las cosas iran tomando mayor relevancia, y nos adentraremos más al pensamiento humano, del que pocos hablan, pero muchos piensan

Dejenme sus comentarios, son la mejor parte.

El Segundo Círculo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora