Soixante Quatre.

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No era casualidad que aquella escurridiza luz haya llegado justamente frente a Yangyang.

Una de las cuales Jeno había creado y soltado en el frío aire de la noche con sus últimas esperanzas.

Cuando ésta se posó sobre la pequeña nariz del chico de piel gris, pudo ver con claridad lo que ocurría, sintiendo como la adrenalina recorría su cuerpo de inmediato y buscando la manera de remediar las cosas.

Sabiendo perfectamente lo que pasaría si no llegaba a tiempo.




El chico azulado abrió sus ojos poco a poco, no sabía dónde estaba, no sentía dolor ya ni tristeza o rabia.

Se preguntaba cómo había llegado a una pequeña sala de colores claros, no había muchos muebles en los que fijarse.

Su corazón se sentía tranquilo, parecía estar dentro de una burbuja rodeado del aroma de las flores de Jaemin, justo sentado en medio.

Jaemin. . .

¿Dónde estaba?

¿Estaba bien?

Creía que sí, porque de otro modo, su alma compartida le habría dicho que su compañero estaba mal o necesitaba algo, se lo habría transmitido porque ya estaban tan unidos que les era fácil saber qué sentía el otro.

Sin embargo, Jeno no sentía nada en ese momento. Ni un solo pensamiento compartido de parte del chico de la euforia. Quizá era porque aún se encontraba vagando en la inconsciencia.

Se fijó en la cama en la que estaba, las sábanas blancas que contrastaban con su piel azulada, pero habían pétalos de rosas de distintos colores regados por el piso a un lado de él.

También notó que su hombro tenía una venda, y ya estaba mejor.

Más intentó crear una pequeña luz, y no resultó. Y ahí fue cuando comenzó a inquietarse. No tenía nada para sacar la oscuridad que ahora parecía rodearlo. Tenía miedo de repente, pero no quería admitirlo. Sólo suspiró y se acomodó mejor en las suaves mantas, de modo que parecía una bolita para sentirse seguro.

Su corazoncito llamaba a Jaemin, lo quería a su lado ¿Por qué no estaba ahí?

Esperaba llegara pronto, porque no veía la hora de fundirse en su calor de sol feliz de primavera. Quería volver a ver el atardecer en sus mejillas y besar los prados cálidos que reflejaba su piel.

 Quería volver a ver el atardecer en sus mejillas y besar los prados cálidos que reflejaba su piel

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