viii. eight

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La tenue luz que se filtraba por la ventana, a pesar de que no era un día soleado, molestó profundamente a la chica cuando abrió los ojos

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La tenue luz que se filtraba por la ventana, a pesar de que no era un día soleado, molestó profundamente a la chica cuando abrió los ojos. El cuerpo entero le dolía. Sentía que acababa de ser arrollada por un camión.

Esperó a que sus ojos se acostumbraran al resplandor y miró a su alrededor. Al cabo de unos minutos empezó a prestar atención a los sonidos del ambiente, oyendo un pequeño pitido constante. Apreció a su izquierda una máquina llena de cables conectados a su cuerpo. Luego, sintió un vendaje en su cabeza y cómo si ajustada ropa había sido reemplazada por un holgado camisón.

Estaba en el hospital. De eso no había duda. Incluso por el olor podía darse cuenta de ello.

La cabeza comenzó a darle vueltas. No podía recordar con exactitud qué hacía allí o el PPR qué.

El estómago empezó a rugirle, pidiéndole urgentemente que coma algo. Lo sentía tan vacío y liviano que dudaba que le hayan drenado lo poco que tenia.

La puerta de la habitación se abrió lentamente, dando paso a un señor mayor que llevaba consigo una bata blanca larga y un portanotas. Sigilosamente entró a la misma para chequear el estado de la paciente, pero al ver que ella tenía los ojos abiertos le regaló una sonrisa.

—Señorita Blake. Ha despertado. ¿Cómo se encuentra?

Ella lo miró dudosa, buscando si había alguna trampa en sus palabras. Al notar que él parecía genuinamente preocupado en su estado, le contestó:

—Creo que mejor. Gracias. ¿Qué ocurrió con exactitud?

El médico revisó sus notas y volvió a mirar a la pelirroja.

—Tuviste una sobredosis, Amelia.

Ella lo miró incrédula.

—¿U-una sobredosis?

—Así es.— leyó más las notas y continuó hablando.— Presentaste un ataque epiléptico debido a la gran ingesta de alcohol y el consumo de antidepresivos mientras estabas en una fiesta. Por suerte tus amigos supieron como reaccionar y llamaron a la policía lo antes posible.

Amelia miró el suelo. Se sentía avergonzada porque sus amigos la habían visto en ese estado, pero en parte también decepcionada.

No sabía si lo había hecho intencionalmente o no, pero no iba a negar que una parte de ella estaba curiosa por saber que pasaba si mezclaba todas esas sustancias y quería saber si podían salvarla de su profunda tristeza.

—¿Quieres que los llame?— dije el doctor, sacándola de sus pensamientos.

—Ellos... ¿siguen aquí?

—¡Claro que sí! Han pasado toda la noche en el hospital, esperando a que despertaras y escuchando todas las novedades que teníamos.

No pudo evitar emocionarse, por lo que empezó a llorar. El señor la miró extrañado, pero decidió reconfortarla con un pequeño abrazo.

𝐀𝐋𝐓𝐑𝐔𝐈𝐒𝐓𝐈𝐂 | 𝐬𝐭𝐞𝐯𝐞 𝐡𝐚𝐫𝐫𝐢𝐧𝐠𝐭𝐨𝐧 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora