XXI

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Me desperté con un gran dolor de cabeza, que me hizo inevitable soltar un ligero quejido mientras me estiraba en la cama. El olor de las sábanas era distinto al de mi cama, pero fue un detalle que lo dejé pasar. Seguramente sea por el dolor de cabeza, pensé.

Entonces decidí de una vez abrir los ojos y luché con la luz que me cegaba. Hasta que vi todo claro y de un salto me incorporé. Esa no era mi habitación.

Observé alrededor rápidamente, y enseguida deducí que era un hotel. Recordaba haber estado allí hace unos años. ¿Pero qué hago aquí? No recuerdo cómo llegué. Es más... No recuerdo nada después del beso con Leon. Ay, Sam, ¿no decías que estabas sobria?

Seguí analizando el cuarto desde la cama. En el suelo había una bolsa de deporte con zapatos alrededor. Oh no, no, no, no. Reconocía ese logo en la bolsa de deporte. Era del Centro Médico. ¡Dime que no, Sam, dime que no has estado con Leon!
Me levanté de un salto de la cama y me acerqué a dicha bolsa, rezando y convenciéndome a mí misma que seguramente sería otro miembro de la empresa -algo que de por sí ya estaría mal, pero sería mejor que la otra opción-. Mis esperanzas fueron a pique cuando dentro de la bolsa vi la camiseta con el número 18, el de Goretzka.

No puede ser real, no puede serlo.

Fui a coger el móvil cuando me di cuenta de que en ningún momento lo había visto.
No me dio tiempo a buscar más porque la puerta de la habitación se abrió y prácticamente me tiré a las sábanas para cubrirme, aunque llevase el mismo vestido de ayer, me sentía mucho más avergonzada.

Oí sus pisadas y le vi en el marcó de la puerta, vestido y peinado, y entre sus manos llevaba una caja.

Cuando vio que estaba despierta y mirándole con una cara de desconcierto se acercó y dejó la caja en la cama.

—Antes de nada, encontraron tu móvil y tus tacones en una esquina de la discoteca. —Me señaló la caja, dando a entender su contenido.

—¿Cómo...? —Dejé la pregunta en el aire. Él se rascó la nuca.

Sabía que había entendido mi pregunta sin formular. Aún así, no la respondió.
Carrasqueé mi garganta y decidí hacer otra pregunta.

—¿Qué... Hago aquí?

—Estabas muy borracha, y yo también... No sabía donde vivías y eras incapaz de decírmelo, así que no me quedó otra que traerte aquí.

—¿Y... Tú y yo...? —Seguí dejando la pregunta al aire, me daba vergüenza terminarla.

Él soltó una ligera risa al ver mi cara de preocupación. Se cruzó de brazos y se apoyó a la pared.
Su actitud me estaba desconcertando y poniendo nerviosa ¿había pasado algo entre nosotros?

—No recuerdas nada, ¿no? —Negué lentamente con la cabeza, con mi preocupación aumentando por cada segundo que pasaba. —No. No pasó nada. Salvo lo de la discoteca y lo del coche.

¿Coche? No recuerdo ningún coche. Ay por favor, Sam, recuerda algo ya.

—Ah... Bien, entonces. —Dije no muy convencida, no sabía a qué se refería con lo del coche, tampoco sabía si había ocurrido en ese coche algo importante, esperaba que no.

Me acerqué a la caja que había dejado en la cama mientras él seguía mis movimientos con su mirada sin decir ni una sola palabra. Recogí mi móvil y vi la hora: las 11 de la mañana. Además ya tenía 5 llamadas perdidas, 3 de ellas de mis padres y 2 de ellas de Marco.
Miré con agotamiento los tacones, se veían muy incómodos para ir ahora caminando hasta mi casa. Él notó mi gesto y se giró en dirección al armario. Rebuscó un poco y después de unos segundo se giró y me ofreció algo de ropa. Me iba a negar, pero él me negó.

Cuando nadie ve | Leon GoretzkaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora