Ruidos de motores y de herramientas y de hombres hablando a gritos, voces que piden cosas, nombres de piezas que Carla no sabría identificar, voces que juran entre risas, algún silbido provocado por su presencia. Y al fondo, procedente de un transistor a pilas, algo que su amiga llama música y que va apagando todos los demás sonidos a medida que ella se acerca, mirando a su alrededor con expresión de incomodidad. Hay lámparas, pero a Carla le parece que allí adentro todo está oscuro; huele a oscuridad; pisa oscuridad; mira y ve oscuridad. El gris es el color predominante. Gris en el suelo, gris en el techo, gris en las paredes y en las puertas, grises son las piezas de repuesto, grises las herramientas.
La cara de Caterina es gris, manchada de aceite y de humo. Está de pie al lado de un hombre mayor, y ambos miran hacia arriba. Sobre sus cabezas, una furgoneta C-15 de color blanco, tan llena de polvo que también parece gris. Cat tiene un cigarrillo entre los labios y algo metálico en la mano izquierda. Podría ser cualquier cosa; Carla lo cataloga como una llave. Tampoco es que le preocupe conocer el nombre de ninguna herramienta.
Cat está hablando con el hombre, pero la música suena tan fuerte que Carla no alcanza a oir su conversación. El hombre, comprueba cuando se acerca un poco más, es el tío de su amiga, el dueño del taller. Lleva puesto un mono azul manchado de grasa, igual que su sobrina. Cat tiene un pañuelo de color negro en la cabeza, parece un pirata. Calza sus botas negras como de militar. Está casi irreconocible. No ve llegar a su amiga.
Habían quedado hace una hora para ir a mirar vestidos. Se acerca la fiesta de Nochevieja y Carla no tiene qué ponerse. Caterina prometió que la acompañaría. Pero se estaba retrasando. Cuando Carla ha llamado a casa de su amiga, le han dicho que aún no había llegado del trabajo; así que le ha pedido a su padre que la acerque al polígono industrial. No le hace gracia dejarse caer por el taller, pero tampoco quiere quedarse sin su vestido de fiesta. Parece que Cat aún no ha terminado de trabajar. Como cierren las tiendas, Carla no se lo perdonará a su amiga.
El hombre ve a la recién llegada y le hace un gesto a su sobrina. Ésta se da la vuelta y ve a su amiga. Saluda con la cabeza y le indica que se acerque. Carla mira la furgoneta sin demasiada confianza.
—No se va a caer —la tranquiliza Cat, hablando casi a gritos—. Anda, ven aquí y saluda a mi tío.
Carla dice hola pero evita estrechar la mano sucia del hombre fingiendo interés por su trabajo con la C-15, la cabeza echada hacia atrás y la vista fija en los bajos. Caterina tira su cigarrillo al suelo y lo pisa con una de sus botazas.
—¿La tapaldelco? —dice Carla, como una broma personal que sólo entendiera su amiga.
Cat sacude la cabeza.
—El tuboscape —explica—. Pero ya está terminado. —La mira—. ¿Qué haces aquí?
Carla se muestra casi ofendida.
—Habíamos quedado —la regaña—. Odio que me den plantón.
—Venga, va, no te mosquees, ya salgo —dice Cat. Mira a su tío y éste asiente con la cabeza—. Me quito el mono y nos vamos.
Apaga la música y le da la llave (o lo que sea) a su tío y se va corriendo sin decir una palabra. Carla se queda allí con el hombre, sintiéndose incómoda y sin saber qué decir. Supone que debe decir algo, al fin y al cabo ese hombre es el tío de su amiga, pero no se le ocurre de qué puede hablar con un mecánico. El hombre le da la espalda y se pone a colocar algunas herramientas sobre una estantería. Carla no ve el momento de marcharse. No le gusta estar allí.
El taller es bastante grande, para tratarse de un negocio familiar. Lo llevan el tío de Cat y sus dos hijos mayores, y hay en total diez hombres trabajando con ellos. El lugar es una nave amplia en la que caben quizá cincuenta coches. Hay pintores, chapistas, mecánicos y electricistas, y una chica joven en la oficina que se dedica a atender el teléfono y a rellenar las hojas de las facturas. Carla se pregunta por qué Caterina se ha decidido por la mecánica, cuando podría estar en la oficina, limpita y curiosa, como una chica normal. Últimamente no comprende a su amiga. Piensa que está tirando su futuro por el retrete. Ningún chico en su sano juicio querrá salir con ella. A los tíos no les gustan las chicas que van oliendo a sudor y a grasa de coches.
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EL CHICO PERFECTO NO SABE BAILAR EL TWIST
RomanceSegovia, año 96. Tres años después de haber terminado el instituto, Carla y Caterina se niegan a dejar morir su amistad, a pesar de que parece que ya no tienen nada en común. Carla se ha convertido en toda una mujer, estudia Derecho en el colegio un...