Parte 8

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Cuando el tío de Caterina llega esa mañana para abrir el taller, se encuentra a los dos jóvenes sentados en el suelo junto a la puerta, jugando a los chinos y bebiendo chocolate caliente de unos vasos de plástico. Qué inusualmente madrugadores, piensa, y les saluda jovialmente desde la ventanilla abierta de su Renault Exprés. Baja al suelo, busca la llave del taller y les mira con más atención. Mueve la cabeza de forma reprobadora, pero no pierde la sonrisa.

—¿Os habéis caído de la cama? —saluda, llegando hasta ellos—. Caramba, cualquiera diría que habéis dormido juntos, normalmente no quedáis para desayunar antes de venir al trabajo de la manita como colegiales.

Los chicos le miran un segundo, Javi aparta la vista como avergonzado.

—Buenos días, tío —saluda Cat, y se pone en pie para besar al hombre.

—Queríamos sorprenderte —dice Javi, levantándose tras ella.

El hombre advierte que no está la moto de Cat junto al Diecinueve del muchacho.

—Cuando dos mocosos como vosotros se esfuerzan tanto para complacer a su jefe, sólo puede deberse a una cosa: queréis pedirme un aumento de sueldo —bromea.

Los chicos niegan con la cabeza.

—O un favor —insiste el hombre. Al mirarles con más atención descubre que ambos tienen aspecto de no haber dormido.

—Qué va, qué va, tío —dice Caterina, esbozando una sonrisa llena de inocencia—. Sólo es que hemos pensado en lo que dice el refrán... —se inventa.

—A quien madruga, Dios le ayuda —le echa una mano Javi.

El hombre pone los brazos en jarras y les mira otra vez.

—Y a quien se ha ido de fiesta por la noche y no se ha acostado todavía el jefe debería darle el viernes libre, sin que sirva de precedente —sentencia, con una sonrisa campechana.

—Pero, tío, sí que nos hemos... —empieza Cat, pero se interrumpe, ruborizada.

—Bah, bah, no voy a hacer preguntas. Marchaos a casa y dormid, creo que podré prescindir de vosotros por un día.

—Joder, jefe, no hablas en serio —dice Javi, sorprendido.

El hombre le da una palmada en el brazo.

—Hoy no haríais más que molestar, tenéis aspecto de no poder sujetar ni un destornillador —decide, y le guiña un ojo al muchacho—. No lo cojáis como una costumbre, ¿eh? Anda, llévala a casa antes de que mi hermano vaya a denunciar su desaparición al cuartelillo.

Cat enrojece violentamente.

—Tío, no vayas a pensar...

El hombre la interrumpe.

—Sí, gatita, sí. Si tú lo dices, yo no pensaré nada. Y ahora vete a descansar. Os quiero ver a los dos aquí el lunes tan puntuales como si os hubierais caído de la cama.

Le dedica un guiño a su sobrina y les da la espalda para empezar a abrir su negocio.

Los dos amigos se quedan de pie un momento, desconcertados, y por fin echan a andar hacia el coche de Javi

—Qué mal rollo, tía —dice el muchacho, una vez ha cerrado la portezuela.

Cat asiente con la cabeza.

—Genial, ahora todo el mundo comentará que estamos liados —suspira, bromeando.

—Míralo por el lado bueno —bromea Javi a su vez—: tu padre volverá a poner tu nombre en su testamento, ahora que has entrado en razón y te has decidido a ser una chica normal con vistas a darle nietos en un futuro no muy lejano.

EL CHICO PERFECTO NO SABE BAILAR EL TWISTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora