|Capítulo 8|

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Marie Harrison

Ceso mi llanto inesperado. Despacio despego mi cuerpo de mi jefe, quien me sostenía en silencio, mientras daba pequeñas caricias a mi espalda. No interrumpió mi lamento, se decido a brindarme su consuelo silencio. Y lo agradezco. Sentí tanto sosiego y seguridad en sus brazos. Al despegarme del señor Enzo, mis mejillas se encienden, incluso mi cuello e oreja adquieren el rubor. Intento hacerme pequeña en el mueble, siento pena por lo que acaba de pasar. Fui un tanto impulsiva en arrojarme a los brazos, no de un hombre cualquiera, sino mi jefe. Giro mi torso aleándome de él.

Tal arrebato aconteció por mi falta no estar de recibir palabras sinceras de preocupación. Mi vida es muy sosa, aparte de mi abuela y Alicia, no tengo quien se preocupe por mi bienestar. Oír como el señor, asiste hasta acá solo para saber si me encuentro en buen estado, fue demasiado inusual para mí. Esperaba reclamaciones de porque no fui a trabajar, no el que llegara aquí con evidente preocupación por causa mía. Mi jefe es alguien clemente.

La reacción de mi llanto es lógica ¿estoy bien? Si ¿pasa algo? No ando bien. Mi cielo no está a mi lado, no sé cómo amaneció, como lo tratan, si comió a su hora correspondiente, si están al pendiente de mi bebé. Bien, no estaré si mi Matt no regresa a mi lado.

Pero no diré eso.

Fingiere que es otra cosa. El señor tiene sus propios problemas, para que atormentarlo con los mismo. Eso no es justo.

Situó mi mirada en el señor, él esta con su postura serena, con toda su atención fija en mí, tanto que me cohíbo y, aparto los ojos. Siento que el señor se acerca, pero se mantiene a una distancia prudente. El toque de sus dedos de forma delicada en mi mentón altera mi sistema, al instante mis piernas de vuelven masas temblorosas. Trago saliva debido a esto que siento por su cortés roce. Realza mi rostro, mis ojos océano produce una vibración en mi pecho de calma.

—¿Se siente mejor? —No, vocifera con vigor mi mente, sin embargo, asiento. Limpio mis lágrimas casi secas. Él extrae un pañuelo de su saco, me lo extiende, lo acepto. Un intento de sonrisa, que más bien fue una mueca, se dibujó en mi cara. Termino de secar mis mejillas e ojos, sin recelo sueno mi nariz —. Marie —con delicadeza mi jefe exige mi atención—. ¿Puedo hacer algo por usted?

Puede traerme a mi hijo.

Eso quiere empujar de mi garganta.

—Tranquilo, señor. Fue suficiente con venir a mi casa...

—¿Cuál la razón de su estado? —un escalofrío recorre mi piel. Si prosigue insistiendo creo no poner contenerme —. Sin ofender, esta desaliñada, sus ojos cargan ojeras, están visiblemente rojos. La piel de sus nudillos esta destruida, así mismo de la sus rodillas —contengo el aire, mi jefe pasa despacio su dedo pulgar por las heridas pequeñas de mis nudillos. Lo desliza con una delicadeza nata, como si yo fuera una pieza de cristal frágil y valiosa —. No contesto mis múltiples llamadas. Su ánimo es fúnebre. Dígame que sucede, así puedo ofrecerle mi ayuda, no tenga remilgos conmigo, ya se lo he dicho en ocasiones... ¿tiene que ver con su hijo?

Abro ligero mis labios, los aplano de nuevo, sin saber que refutar coherente. El señor espera pasivo mi repuesta, pero en sus orbes noto una impaciencia por saber que dire. Opto por levarme de mi asiento, le doy la espalda, para rehuir de su mirada. Suspiro cansada y por la mentira que voy a decir, como si fuera la absoluta verdad.

—Matteo está enfermo —digo dándome la vuelta, el señor Enzo continua sentado. Su cara antes pasiva, cambia a preocupación, se levanta rápido del mueble, al escucharme decir esa mentira piadosa —. Tiene gripe, la noche la paso llorando, casi no durmió, me la pase vela para lograr calmarlo. Por ello no dormí, estoy preocupada por bebé, tengo que llevarlo al hospital... así descarto cualquier infección. Perdí mi celular ayer, por ello no conteste sus llamadas —una perfecta mentirosa soy, no obstante, no me enorgullece tal pecado.

Enzo Vitale |Vitale 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora