|Capítulo 14|

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Marie Harrison

La dicha satura mi pecho. Mi hijo volverá a mí, por su puesto no volverá apártese de mi lado, como nunca debió irse. El sueño regresará a mí, en estos días sin mi cielo, intentar dormir es un acto vano. De todos modos, el descanso no se iba a apoderar de mi cuerpo, hasta que Matteo no retorne a mí. Pueda saber que duerme tranquilo, aferrado a su juguete predilecto.

Mi jefe, bueno, más bien mi esposo. Cumplió, en mi interior sabía que no me defraudaría, nada fue solo por hacer y ya. Enzo está conversando en una llamada, en sistema de manos libres, lo contemplo en silencio, la forma en cómo recita sus palabras, la seguridad, la elocuencia, me tienen cautivada, se nota a grande escalas su pro profesionalismo en el trabajo y la entrega, no entiendo mucho de lo que habla. Igual se oye interesante. A Alicia la dejamos cerca de su trabajo, pidió permiso para asistir a la ceremonia, igual manera le van a descontar esas horas, su jefe es maldito con letras mayúsculas. No comprendo su enamoramiento a ese hombre.

—Entendido, eso es justo lo que necesitamos. Necesitamos asegurarnos de que todos los aspectos estén alineados para la próxima fase del proyecto. La coordinación entre las divisiones es crucial. Mantenme informado sobre cualquier actualización relevante. Hasta luego. —Enzo cuelga la llamada —. Marie, lo siento si te aburrí con mi conferencia, y te deje ignorada.

Suelto una risa suave.

—Por Dios, tranquilo, es tu trabajo —tutear a Enzo se me facilitó lo más natural posible —. Confieso, no me aburrí, es magnético, oírte hablar con tanta pasión sin vacilar —le sonrío.

—Gracias, esposa...

Asiento entretanto coloco mi pelo de lado. Puede ser falso, esté matrimonio, pero igual me gusta como suena ser esposa de Enzo. No está bien, tener estos pequeños encantos que pueden ir creciendo. Es inevitable, como me trata es un estimulante que me frena arrinconar, esté sentimentalismo creciente.

***

Me alabo por dentro al ver que mi flan de calabaza y especias quedo decente para ser la primera vez que lo hago. De inmediato le sirvo una buena porción a Enzo.

Espero sea de su agrado.

Tuerzo la boca, los nervios entraron en acción. Me sentiría horrible si no es de su gusto, fue en especial preparado para él. Camino a su despacho despacio. Toco con cuidado, posterior escucho su permiso para entrar. Aparta a un lado de su laptop un libro que estaba concentrado.

—No te quedes allí, termina de pasa, por favor —dice con suavidad, cierro detrás de mi un tanto más relajada.

—Perdón, si interrumpo, vine a traerte esto.

—Tú nunca interrumpes —refunfuña en un tono cariñoso —Acerca eso acá, el olor me activo los sensores de mis tripas —me carcajeo a la par, que me aproximo. Enzo, medio bromista, es lindo de ver, es como si fuera una fase escondida suya. Ando acostumbrada a ver su seriedad, sin embargo, no es serio de esos con cara de odiar a la humanidad entera, es como una máscara de semblante sereno para evitar algo. ¿A qué se deberá?

Enzo prueba el flan, un sonido de satisfacción se le escapa —¡Dios! Tus manos son benditas, esto está de maravilla —su elogio resuena en mis oídos y me hace sonreír interiormente. Me siento contenta hacerlo disfrutar de algo tan simple como un postre.

—Basta, es un solo un postre —digo con una pequeña sonrisa sonrojada.

—Debería ser ilegal, no probar esto —desvío la mirada, mientras acaricio mi brazo. En verdad no estoy acostumbrada a los elogios por algo que hice bien. En mi trabajo en esa mansión, cocine unas cuantas ocasiones, tras ver como Romina se robaba los créditos de mi comida, y sobre todo le creían a ella, deje de lado perder una hornilla en ese lugar.

Enzo Vitale |Vitale 1|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora