Charlotte y la Orden del Fénix

Capítulo 7

Esa misma tarde, luego de saciar nuestro apetito comiendo de los sándwiches que nos hizo la señora Weasley, nos tocó continuar con nuestra tarea de limpieza. Empezamos a vaciar las vitrinas que habíamos dejado durante la mañana, y a diferencia de aquella jornada, esta fue mucho más interesante, pues muchos de los objetos que había allí se mostraban reacios a abandonar sus lugares. Por ejemplo, Sirius recibió una fuerte mordedura de una caja de rapé de plata, y pasados unos segundos, la mano herida había generado una repugnante costra, que le quedaba como si fuera un guante marrón muy duro.

-No pasa nada -dijo, examinándose la mano con interés, luego de ver nuestras miradas preocupadas. Luego se dio unos golpecitos con la varita para que su piel volviera a la normalidad-. Adentro debía de haber polvos verrugosos.

Metió la caja en la bolsa donde estábamos guardando las cosas que sacábamos de las vitrinas, pero en cuanto la mayoría estuvo distraído, George, con una mano envuelta en un trocito de tela, se guardó la caja en el bolsillo del pantalón en donde se había guardado las doxys.

Dentro de las cosas más interesantes y extrañas que vimos, se encontraba un instrumento de plata de aspecto espeluznante, algo parecido a unas pinzas con muchas patas, que cuando Harry lo tomó, subió corriendo por su brazo, como si fuera una araña, e intentó pincharlo. Sirius, afortunadamente, lo atrapó y lo aplastó con un libro bastante pesado que trataba de la genealogía mágica. También había una caja de música que emitía una melodía tintineante y algo siniestra al darle cuerda, y nos habría puesto a dormir a todos de no ser porque a Ginny se le ocurrió cerrar la tapa. Había aparte un enorme relicario que nadie pudo abrir, varios sellos antiguos, y en una caja cubierta de polvo, una Orden de Merlín, Primera Clase, concedida a abuelo de Sirius por los "servicios prestados al Ministerio".

-Quiere decir que les dio mucho oro -aclaró Sirius, con un desprecio claro en la voz, y metió la medalla en la bolsa de basura.

Por mi parte encontré dentro de una caja aterciopelada un pequeño frasco que contenía unos polvos de color grisáceo. Me dio curiosidad el qué serían, así que saqué el frasco para preguntarle a Sirius al respecto, pero en cuanto pronuncié su nombre, el frasco se resbaló entre mis dedos y se quebró a mis pies, formando una nube del mismo color de los polvos, que subió directamente por mis fosas nasales. De inmediato, lo único que pude ver fue aquella nube a mi alrededor, cada vez haciéndose más oscura. 

Pensé que me había quedado ciega, pero cuando cerré mis ojos pude notar la diferencia entre aquello y lo que me rodeaba. Quise hablar, pero no pude hacerlo. Pensé que quizás era porque estaba hablando demasiado bajo sin darme cuenta, pero cuando quise gritar, y ningún sonido salió, me preocupé demasiado. Entonces caí en que tampoco escuchaba a nadie hablando, y éramos demasiada gente en la habitación como para que no se escuchara ningún ruido. Me llevé una mano al pecho, asustada, pero nunca sentí el tacto de mi propia piel. Ni siquiera sé en realidad si me moví, pero no me sorprendería que con todo mi susto, haya pegado un salto cuando una nube roja me chocó en la cara, devolviéndome todos mis sentidos de golpe, y haciéndome muy consciente de todo por unos instantes.

-¿Estás bien? -me preguntó Sirius que estaba frente a mí con otro frasco algo más pequeño en la mano, por lo que asumí que había sido él quien me había salvado.

-¿Qué era eso? -dije, con la voz algo temblorosa después de toda la impresión, pero aliviada de volver a escucharme, y ya segura de que todo había pasado.

-Parte de las entretenciones de mis padres -me respondió Sirius, poniendo una mano en mi  hombro y apretándolo con suavidad-. Generalmente los usaban con los muggles curiosos que pasaban demasiado cerca del jardín. Tienes suerte de que quedara aún parte de los polvos que contrarrestan el efecto. De hecho, mis padres solo los consiguieron después de que a Regulus le pasara lo mismo que a ti.