Prologó

131 8 3
                                    

Deje un par de flores con el resto y retire las que estaban por marchitarse para llevármelas. Acaricie su nombre con sutileza y me quede frente a este observando pensativa. Tal como si de una película cursi se tratara, cientos de recuerdos volvían a desbordarse en mi memoria una y otra vez. Todo lo que tuvimos y lo que no también se resguardaba en una profunda parte de mi cuerpo. Los "quizás" se acomodaron en mi pecho y todo lo que fue con el tacto en mis manos volvía a mi una y otra vez.

Para dormir necesitaba volver a recordar como si le contara un cuento a una pequeña. Este era el cuento que mi pequeña interior necesitaba escuchar para encontrar la paz suficiente y dejarme dormir con tranquilidad. Esta era la historia que me reconfortaba hasta hacerme llegar a un nivel exacto de ese sentimiento de hogar preciso que me otorgaba la confianza justa para poder sentir que todo está bien. Y a veces no necesitaba esos recuerdos solo para dormir. A veces los necesitaba antes de subir al escenario, antes de presentarme frente a los fotógrafos, o exponerme al público de cualquier forma. Necesitaba esa actividad que repetía desde el momento en el que encontré en él ese sentimiento tan cálido.

Me levante con la capucha tapando mi cabeza y me aleje escuchando mis pies hacer crujir las hojas y el viento moviendo las que quedaban en los árboles casi desnudos y desnutridos. Cobije mis manos en los bolsillos sin mirar atrás pero no lo logre. Antes de cumplir con los siete metros volví y plasmé un beso en mi mano antes de lanzarlo, un beso que espero que haya sentido para ahora sí salir de allí y subir al auto.

No había fotógrafos escondidos listos para captar mi imagen cotidiana y casual, secreta e íntima, ya no quedaban. Una parte de mi siente que quizás así debió ser toda mi vida, pero gran parte de mi sabe que no quiero eso. No quería vivir en las sombras. Nunca podría.

De camino a casa y con las flores marchitas en el asiento del copiloto me detuve en Café Lalo. Fue casi como un instinto, como si su aroma hubiera atravesado las ventanas del vehículo y hubiera llegado a mi con un vivo recuerdo de aquello que ya se había ido. De hecho, todos los recuerdos ya se habían ido, es parte de la naturaleza existencial que no podemos explicar. Pero mi cabeza solo asociaba una cosa a ese aroma, a esas calles. No podía dejar de asociarlo con Tavo Riteca y con todo lo que eso conllevaba.

Me bajé del auto otra vez y entré en la cafetería con la cabeza descubierta. Al dar un paso al frente cruzando el umbral los clientes poco a poco comenzaron a voltearse para verme esperar en la fila. Todos murmuraban. Todos hablaban entre ellos con un suave, silencioso y en algunos casos emocionante tono de voz. Le sonreí a un par de niños que me miraban alucinados y negué el par de lugares que me quisieron hacer ganar por ser quien soy.

―De seguro debe de estar muy apurada―dijo un hombre de al menos unos treinta años.

―Es Nueva York, todo el mundo está apurado―sonreí con simpatía y al ver su expresión reviví una frase célebre que venía en el paquete de los recuerdos escondidos dentro mio―. Soy como todos aquí.

Y sonreí al recitarla. Sonreí con la misma sonrisa con la que su autor la decía. Con esa sonrisa que mostraba mis dientes y que te llenaba el alma con vanidad.

―Tienes toda la razón del mundo―apretó sus labios el hombre aguantando una sonrisa también y se volteó.

Todos esperamos nuestro turno.

Observe, mientras tanto, mi mesa favorita en el local, aquella que te dejaba ver la calle pero que no te exponía lo suficiente.

No creo haber transitado tanto este lugar solo por la música y el café. Creo que era mucho más por la compañía y las vibras, los recuerdos que me traía cada rincón de esta cafetería tan común. Nueva York me trae recuerdos en general, pero este lugar era mucho más específico.

𝙀𝙡𝙡𝙞𝙚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora