Cuando escribes una canción y sabes que es buena, y se la enseñas a tus amigos y ellos te dicen que es buena y te alientan y te acompañan, logras tener la autoestima necesaria para escribir una segunda, y luego una tercera, y una cuarta y quinta, hasta que todo ese autoestima se acumula y te ofrece para cantar en el restaurante más famoso de tu ciudad, y tus amigos te graban todas las noches y tu vida no suena tan miserable.
En cuatro meses, pase de limpiar platos en un resto-bar mediocre a limpiar platos en un resto-bar mediocre, cantar en un buen restaurante y escribir en mis días libres. La verdad es que no cobraba lo suficiente, pero comía lo justo, aportaba con la renta mi parte y tenía esperanzas de que no sería así por el resto de mi vida, y además tenía un regalo de cumpleaños que todavía me cuesta saber como agradecer.
Creo que cuando después de tanto tiempo de desgracias y miserias obtienes algo que te conforma realmente con tu vida, comienzas a ver esa luz de esperanza que te levanta la autoestima y te sostiene la mochila pesada con la que cargas.
Los chicos le dieron la luz verde a mis canciones cuando las terminaron y me propusieron nuevas correcciones si eran necesarias. Lola traía sus ejercicios vocales para ayudarme a mejorar y Ethan no podía evitar colarse y acompañarme con su guitarra la cual había aprendido a tocar como los dioses.
―Dejame colaborar―se sentó junto a mi en el sofá con su guitarra eléctrica y miro mis manos sobre la acústica que le pertenecía a Lola.
―Prefiero hacer esto sola, Ethan―sonreí sutilmente para que mi respuesta no sonara tan cortante.
―No es molestia, lo juro.
―Ethan.
―Oh, vamos―continuó insistiendo y ese tipo de cosa es la que me saca de quicio realmente.
―Ethan, por favor, ahora no. Tengo algo en mente―rogue volviendo mi mirada a la guitarra tocando acordes que me sonaran como quería y que se acoplen a la letra que tarareaba por lo bajo.
―Creo que deberías probar con un sol...
―¡Ethan!―me exalte e incluso Ramón desde la cocina levantó la mirada.
―Intento ayudarte porque sé lo que puedes hacer.
―Gracias, pero no quiero ayuda― contesta ya harta de que siempre intente entrarmeterse.
―Deberías estar más agradecida de la mano que te estamos otorgando todos aquí, Ellie―. Ethan se levantó y lanzó la guitarra al sofá enojado dándose la vuelta. Iba a cruzar el pasillo que desembocaba en las tres habitaciones, pero antes de pasar el umbral se giró a verme con el ceño fruncido y el semblante enojado, enfurecido.
Se mantuvo en silencio como si esperara algo y yo solo pude quedarme viéndolo sin comprender. Aunque tuviera razón.
Ethan arrojó un bufido y rodó los ojos negando con la cabeza, y me estremecí porque era la última expresión que guardaba de mi madre. La decepción.
―Pensé que dijera algo antes de que me fuera a mi habitación―dijo mirándome fijo a los ojos. En ese momento sentí que me desafiaba. El boleto a Nueva York no fue algo que yo haya pedido y en ese momento, eso me enojaba muchísimo porque ahora me lo echaba en cara. Y es por eso mismo que no quería que me ayudara con las canciones, porque sabía que si lo hacía, si dejaba que aportará algo en ellas, terminaría atándome a él, terminaría haciendo lo mismo que con los boletos que aún no sabía cómo agradecer, porque no sabia como debia hacerlo.
Hasta años después, donde me vi forzada a revolver mis recuerdos con Ethan, pude reflexionar sobre cómo no sabía agradecer un regalo de tal magnitud. Pero hasta ese entonces, no me detuve a pensar en ello. Simplemente las palabras no salían.
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𝙀𝙡𝙡𝙞𝙚
Teen FictionEllie, la joven promesa de la música de los noventa y los dos mil, ha llegado a los altos pedestales de la industria musical llegando a tocar con artistas mundialmente reconocidos. Pero todo su talento de inicios de su carrera se ve eclipsado por la...