Capítulo 17

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Capítulo 17

Henri iba refunfuñando en la camioneta camino a la operación. Odiaba sentirse presionado o utilizado y sobre todo la sonrisa burlona de Ileana cuando le concedió el permiso para quemar al líder de los latinos. Él sabía que ella era astuta y fue un error depender tanto de ella, sabía que el negarle la ida, muchos se retirarían de la operación. La miró en silencio y deseó quitarle la máscara para ver cuáles eran sus emociones.

Su trabajo pendía de un hilo, su familia estaba amenazada y él estaba allí, en una camioneta yendo hacia una operación suicida con una mujer que era capaz de ver arder al mundo y quedarse sentada comiendo palomitas de maíz. Recostó su cabeza en el asiento y cerró sus ojos, su respiración era lenta y la misma estaba a punto de estallarle.

—Estás muy callado, jefe —notó la burla en su voz.

—La circunstancia me obligan —soltó seco. Escuchó la leve risa de ella y su dolor aumentó.

—Usted decidió esto, yo hubiese escogido la segunda opción —respondió Ileana.

—No mientas —dijo molesto.

—Es cierto —dijo blandiendo la mano—. De estar en tu posición, hubiese escogido la segunda opción —ella se encogió de hombros y él deseó poder leerla fácilmente.

—A ver, ilústrame —soltó con desgano.

—Simple estimado amigo: quemar al líder latino es una satisfacción momentánea, una rápida que no se disfrutaría tanto, no requiere de planificación y por lo tanto se puede hacer de inmediato. En cambio, matar a alguien que no está en los planes próximos requiere de una logística y planificación ardua que se tornaría lejana al momento de la actuación —respondió segura—. No soy estúpida Henri, el calor del momento me cegó pero sé que me divertiría más planificando su muerte y torturándola que asesinándola como tal. Ya se nota que no me conoces.

—Es cierto, no lo hago —calló un segundo—. No puedo aceptar que alguien pueda asesinar a un hermano como si fuese la cosa más común habida y por haber.

—Sí que eres moralista, Henri —sentenció ella.

—Dime como quieras —finalizó así la conversación.

Era absurdo refutar algún pensamiento o idea que ella tuviese en mente, pero a regañadientes comprendió que tenía razón. Ella no era de asesinar a sus grandes presas a la ligera, no lo disfrutaba. Eileen estaba en su lista negra e Ileana deseaba torturarla hasta la muerte.

Después del extraño sueño, Eliam no pudo dormir otra vez, ¿a quién debía salvar en esa ocasión? Suspiró con cansancio palpable y se dispuso a dormitar pero su cabeza latía como un corazón asustado. Sentía la temperatura de su cuerpo elevada y una presión inequívoca en su pecho. Estaba ansioso y sudoroso.

Intentó colocarse de pie pero cayó, se sentía agotado. Cerró sus ojos y juntó sus rodillas, colocó su cabeza sobre las mismas y se permitió llorar. Se sentía débil: de cuerpo, de alma y espíritu. No quería luchar más por su vida pero sabía que debía hacerlo. Quizás pasaron horas, minutos o tal vez segundos que le parecieron eternos y con decisión se levantó del mugriento suelo.

A lo lejos escuchó el riachuelo del lugar y se encaminó con pasos lentos para evitar caerse. Bajo sus pies sentía cada piedra, hoja o rama; eso le causaba molestia y una mueca de rabia no le abandonaba el rostro. A metros del anhelado lugar, cayó y a rastras fue acercándose raspando así sus rodillas. Cuando sus dedos se posaron sobre el agua, lavó su rostro, luego tomó un poco de ella y la bebió. Se obligó a sentarse y empezó estrujar su dolorido cuerpo. Tenía hambre, su estómago rugía feroz pero agradecía poder ingerir un poco de líquido.

ORQUÍDEA DE PLATA: El beso mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora