Capítulo 10

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Capítulo 10

—Creo que lo mejor será dejarme a solas con él —dijo ella burlona. Los chicos se miraron entre sí y negaron—. Como quieran —afirmó. La sonrisa que adornaba su rostro no la abandonaba y la oscuridad que emanaban sus ojos los absorbía a todos en la habitación. Sacó un líquido incoloro cuya mezcla era vinagre con alcohol y mojó una gasa, pasó la combinación por la cara del capitán y un grito agudo le llegó. Más música para sus oídos.

Sacó del maletín una picana eléctrica y la encendió mostrándosela.

—No me mates, ¡por favor! —lloriqueó Teo. Ileana sonrió. Dejó el instrumento sobre la cama y se dirigió al mugriento baño, sacó una cubeta de agua y la lanzó empapándolo todo. Tomó de nuevo la picana y una vez encendida, electrocutó a Teo. Los alaridos no se hicieron esperar y la burla de ella mucho menos.

—¿Quién te dio permiso de matar a Font? —gruñó. Al ver que él no respondió, repitió la tortura—. Dime ahora —ordenó furiosa. Teo permaneció callado, repitió una y otra vez la misma pregunta y él seguía sin decir nada. Sus ojos se tornaron oscuros y apretó con fuerza su puño, tomó un látigo knut, cuyas cadenas unidas a un mango tenían una longitud de 47 cm, lo levantó y golpeó repetidas veces al magullado cuerpo de Teo. Él gritaba pero poco le importaba eso. Ella necesitaba saciar su sed se sangre. Estaba ciega, llena de odia e ira. Soltó el látigo y cogió el bisturí, lo hundió sobre el brazo derecho haciendo una larga línea hasta la mano de él. Hizo el mismo trabajo con el brazo izquierdo.

Ileana se encontraba en un trance tan profundo que no escuchaba los gritos de su presa. Mutiló ambas orejas y algunos dedos de los pies. El morbo la hacía ver como el mismo demonio encarnado. Le daba igual. Ella quería sangre, dolor, sufrimiento, quería hacerle pagar todo lo que le hicieron cuando ella era inocente. Dejó salir un grito de lo más profundo de su garganta y soltó toda arma de tortura, se dirigió al baño y tomó una ducha. Salió desnuda y sonrió al notar el deseo de sus hombres. Se acercó con pasos decididos hacia ellos y besó los primeros labios que consiguió. Ileana se hallaba en un total frenesí. Desnudó a su compañero y acarició cada parte de su cuerpo, se sentía extasiada al notar que él no hacía nada, no la tocaba, solo se dejaba hacer y eso la excitaba todavía más.

Llevó a empujones a Jean hasta la cama. Subió sobre él y empezó a cabalgarlo como potro salvaje. Sus gemidos callaban los sollozos de dolor que salían de la boca de Teo. Llamó a sus otros dos sirvientes y les pidió que se desnudaran, ellos acataron su orden e hicieron lo propio. Se sentía majestuosa. Tener a tres hombres a su merced la hacía sentirse gloriosa e implacable. Hacer de ellos sus juguetes, tener de ellos su placer, llenarse de lujuria y desenfreno sintiéndose deseada.

La noche fue intensa, ellos la invadían según su orden y ella disfrutaba sin deleite. De niña le dijeron que compartir cama con más de un hombre era mal visto, que sería considerada una mujer de mala vida, pero entendía a las putas por buscar ese placer, por ansiar esos orgasmos intensos como ella los mendigaba. Recordó las veces que su madre era golpeada por un hombre, eso le daba asco. Una mujer nunca debería mostrar debilidad sin importar su fragilidad. Los hombres suelen aprovecharse de eso y humillarlas. Cuando ocurrió el accidente y dieron por muerta a su madre, ella lloró. Más adelante descubrió que era mentira, su madre solo huyó de su padre y entregó a sus hijas como cual ganado o simple baratijas.

Descubrió también que esa mujer tenía una nueva familia, un nuevo esposo que la hacía miserable y la odió. La aborreció con todas sus fuerzas porque ella sufría violaciones, golpes y demás maltratos. Por eso la buscó, indagó su posición. La siguió y esperó el momento oportuno para realizar su misión. Una tarde mientras su madre iba por el mercado la vio sola, aprovechó la situación y la secuestró.

ORQUÍDEA DE PLATA: El beso mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora