Capítulo 30

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Capítulo 30

—¿Qué haré contigo? —caminó con lentitud hacia Miguel y se sentó en sus piernas. Acarició sus magulladas mejillas y le sonrió con, ¿dulzura? Era difícil saber que pensamientos corrían por la mente de aquella mujer.

—Déjame ir —susurró.

Ella carcajeó y se levantó.

—Zeta —llamó.

—Diga —respondió mecánico.

—Le quitarás los amarres y... —calló por un momento.

—¿Qué lo desamarre? ¿Lo dejará ir? —preguntó Zeta al verla tan pensativa.

—No, nunca lo dejaría ir. Una vez desamarrado, lo desnudarás para mí —respondió mirando a su alrededor. Ileana se acarició su melena rubia y observando la habitación con detalle, daba a entender que estaba buscando algo. Cerró sus ojos y pensó dónde podría aplicar lo que pensaba pero nada se le venía a la mente.

—¿Señora? —la llamó Zeta.

—¿Qué habitación tiene aros en la pared, de esos que se usan para guindar hamacas? —respondió con una pregunta.

—¡Déjame ir! —gritó Miguel sacándola de sus locuras.

—No seas un bastardo, hijo de puta —rió ella.

—Ya me has torturado lo suficiente —vociferó Miguel. Quería sacarla de sus cabales para acabar con un tiro en la frente. La mirada maquiavélica que le notaba a Ileana, le hizo pensar que su tortura sería sangrienta y dolorosa.

—Apenas inicio. —Una vez finalizada la frase, él intentó huir. Pero el dolor que le aquejaba le hizo caer de rodillas sin poder ir muy lejos. Quería morir. Intentó acercarse a un arma y así acabar con su miserable vida pero Zeta la pateó lejos y él sollozó.

Ileana, lo tomó por los cabellos y lo arrastró a una mesa. Hizo que le ataran las manos y los pies quedando expuestos su virilidad y su ano. Ella se acercó a la caja de tortura que mantuvo en secreto en ese hogar y vio que sacó un bisturí.

—¿Qué te hago primero? —se preguntó Ileana. Él solo esperaba su hora y eso a ella no le parecía divertido. Quería que gritara, que le suplicara pero si él no deseaba hacer eso, igual ella le haría llorar.

Hundió sin remordimiento el instrumento en el pene de Miguel y los gritos no se hicieron esperar. Aunque notó que él no suplicó por su muerte y menos por su vida. Se sentía sin sentido esa tortura. Cortó ambas piernas, brazos y el pecho de su hermanastro y lamió su sangre.

—Mátame —le susurró. Ella lo miró fijo y le sonrió.

—Todavía no —respondió en voz baja. Siguió cortando su cuerpo con sumo placer y mientras más sangre salía, Ileana más bebía de ella. Se sentía poderosa, una diosa. Sacó de la caja un soplete para cocina y empezó a quemarlo. Miguel lloraba del dolor y se desmayó. La frustración al ver eso la molestó. Su hermana estaba dormida, Miguel desmayado y ella estaba ardiendo.

Se acercó a Zeta y besó sus labios, lo llevó hasta el sillón y empezó a desnudarlo y saborearlo. Una vez desnudos, entró en él y empezó a moverse como fiera salvaje. La escena, el sexo, la mantenía en un frenesí que la tenía loca.

Después de haber obtenido varios orgasmos, le ordenó a Zeta que despertara a su hermanastro mientras ella se aseaba en uno de los baños. El lugar le parecía deprimente, las pareces azul cielo y ese montón de tonos pasteles la enfermaba y le hacía querer vomitar.

ORQUÍDEA DE PLATA: El beso mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora