Capítulo 18

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Capítulo 18

—Esto no es casualidad —dijo lanzándole el periódico.

—¿Me mandaste a llamar para darme un periódico —le dio una mirada mortal.

—No, no seas estúpido Miguel. Te mandé a llamar porque ha caído otro grupo y temo que seremos los próximos —dijo frío su padrastro y él le observó atento.

—Tengo entendido que los Yuan-Li fueron los culpables —argumentó encogiéndose de hombros.

—¿Te creíste esa mierda? —le dijo enarcando una ceja.

—No, pero no me meteré en asuntos que no me competen —respondió sereno.

—Serás malparido —gruñó Ismael—. En algún momento esto nos alcanzará y los muertos seremos nosotros.

—Estamos listos para esto y para más, ¿qué es lo que te preocupa realmente? —preguntó curioso.

—Que ella no haya muerto y venga por nosotros —Miguel comprendió de quien hablaba. Aprovechó el silencio para detallarlo. Su padrastro estaba ojeroso y su piel se veía algo curtida. Era la primera vez que lo veía tan devastado y eso le alegraba internamente. Apoyó sus codos en la mesa, unió sus manos y cerró sus ojos; sus pensamientos estaban revueltos como un río y los sacudía intentando aclararlos.

—Creo que ya estamos muertos —pensó en voz alta e Ismael lo miró fijo.

—¿Qué pasaría si Eileen es realmente Ileana? —le preguntó.

—Lo dudo —respondió tras pensarlo un poco.

—¿Por qué lo dudas? Todo es posible, no sería la primera vez que una toma la vida de la otra —le argumentó con el entrecejo junto.

—Ileana nunca mandaría matar a Eliam —respondió sencillo.

—¿Cómo sabes que lo mandó a matar? —preguntó acercándosele.

—Porque me lo pidió y ambos sabemos que ella, por mucho que finja, si sabe dónde estoy, me asesinaría sin pensarlo dos veces —argumentó su caso. Ismael le acarició el cabello y él se tensó. Ambos permanecieron en silencio. Miguel se sentía incómodo y más al sentir las manos de su padrastro. Los ojos de Ismael parecían mirar al infinito y eso le dio a pensar que estaba considerando ciertas cosas. Se colocó de pie y decidió irse antes de que se convirtiera en algo no deseado para él.

—Espera —le dijo firme. Él se detuvo a un paso de abrir la puerta. No se atrevió a voltear, solo sintió la mano de su padrastro en su cintura y sus aliento en su oreja. Se estremeció ante el contacto y se odió de inmediato.

—Debo irme —dijo con seguridad fingida.

—No, todavía no —le dio media vuelta y le besó. Se sentía asqueado y aunque sus ojos le picaban por la rabia, no quería dejarle saber lo mucho que le afectaba, mucho menos que lo viera llorar. Ismael rompió el beso y él permaneció con los ojos cerrados, aferrándose a lo poca cordura que tenía.

—Debo irme —susurró.

—No, hace mucho que no te toco y hoy no te dejaré ir así de simple —le acarició el rostro con la nariz—. Te quiero en mi cama, hoy y ahorita —finalizó.

—Debo irme —susurró con esperanza.

—Después, ahora sígueme —ambos salieron y él mantenía la cabeza gacha. Odiaba a Ismael tanto como a quienes lo hicieron regresar hacia él. Hubiese querido que el pasillo fuese interminable pero se encontró con que ya había llegado a la habitación de sus pesadillas. Ismael abrió la puerta y le hizo pasar. Una vez ambos adentro, le tomó de la mano y lo guió hasta la cama. Lo sentó y le miró fijo.

ORQUÍDEA DE PLATA: El beso mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora