Capítulo 24

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Capítulo 24

«Lo sé pero no puedo ir ahorita. No puedo exponerla, Luz».

Ileana releía el mensaje enviado a Luz, se sentía mal por no acudir de inmediato a los brazos de su hija.

—Pronto —pensó.

—Mi señora el carro ya está lista para partir —le interrumpió Jean.

—Jean —dijo en voz baja—, necesito que hagas otra cosa por mí.

—Siempre a su orden —dijo sumiso.

—Una vez que me dejes con Eliam —él permaneció atento—, irás donde Luz y las llevarás hacia el lugar que investigaste. Te quedarás con ellas —él quiso replicar pero ella siguió hablando—. Si al mes no sabes nada de mí, váyanse del país a la casa Azul y haz felices a las dos. Sé el padre de una y el esposo de la otra. ¿Puedo contar contigo, Jean? —preguntó seria.

—Sí —respondió seco y con sus puños contraídos.

—Es hora de irnos —finalizó la conversación. Ambos subieron a una camioneta plateada con decisión. Ella tomaba estas cosas con delicadeza, salvaría al mundo solo si su pequeña estaba a salvo. Sentía el sudor recorrerle su cuerpo, llevaba un vestido negro ceñido y unas botas de tacón de aguja de igual color. Su melena rubia estaba suelta y unos lentes negros cubrían sus hermosos ojos. Percibía sobre ella la mirada de Jean y sabía que él la juzgaba por confiar en Eliam como su salvador pero él le debía mucho y era momento que pagara todas sus deudas.

De todas las veces que fue impetuosa, sabía que esta vez necesitaba ser cautelosa y no poner sobre las mesas todos sus secretos. Necesitaba a Jean lejos de ella, lo requería cuidando lo que más amaba, ella sabía que él cuidaría de su preciado tesoro aunque eso le costase la vida, pues ella lo mataría de él fallarle.

—Jean —dijo fría.

—Sí —respondió él sin quitar la vista del frente.

—No juego cuando digo que te quiero lejos. Ay de ti si vas en mi auxilio y las dejas desprotegidas —fue tajante.

—Ya sé lo que me espera y no la defraudaré.

—Temo que pierdas la cabeza —dijo.

—La perderé... pero le seré fiel. No soy como Frank o Marcos —dijo refiriéndose a sus antiguos compañeros—, no pondré en peligro la vida de quienes se me han dado a proteger.

—Confiaré en ti solo cuando vea el resultado —dio por finalizada la conversación. Aunque la charla fue tensa, ambos permanecían en su mundo y el ambiente no se sentía incómodo o esa era la percepción de Ileana. La verdad era que le importaba poco si quien estuviese a su lado estaba de malas o de buenas con ella. Total, era su vida, podía hacer lo que le viniera en gana y hacer que todos quienes estuviesen bajo su mando, cumplieran sus antojos.

—Hemos llegado —dijo frío Jean. Ella sonrió, la actitud de él le parecía cómica y un tanto tonta. Sabía que él no quería dejarla sola, temía por ella y eso le parecía asqueroso, cursi y hasta rayaba de lo ridículo.

—Querido mío —él la miró a los ojos—, ser frío conmigo no quitará el peso del trabajo que tienes.

—Lo sé —respondió de igual manera. Ella asintió y bajó de la camioneta. Cerró de un portazo y elevó la mirada hacia el edificio. Suspiró y caminó con pasos decididos. Iba sola, Jean había partido a su misión. Entró al vestíbulo y se encontró con Joel, quien estaba detrás de un mostrador negro. La alfombra del lugar era rústica y de color rojo, en cada esquina había un par de macetas con lirios lilas y blancos. Al final estaba el ascensor y a mano izquierda había una escalera un tanto desolada.

ORQUÍDEA DE PLATA: El beso mortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora