II

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7:30 a.m. del día siguiente.

—me levanté de mi sueño reparador al momento de escuchar sonar la alarma. Me estiré un poco y me puse en pie para irme a duchar, el agua estaba algo fría por lo que fue un baño de quince minutos. Salí para empezar a vestirme con un pantalón jean liso, una blusa de color blanco, mis zapatillas conversé y mi cabello recogido; hoy sería el día que conocería a mis nuevos jefes.

—la puerta de la habitación suena; informando que ya le estaban esperando, por ello fue abierta por la joven que se encontraba lista para marchar encontrándose con la pelirroja de frente, la cual sonreía— Hola, mi bella Keyla. ¿Ya estás preparada?

—Hola Jen, la verdad es que sí, pero a la vez estoy nerviosa, nunca pensé dejar a mi madre para trabajar con otra familia —confesé mientras tomaba su mano antes de adentrarla en la habitación mientras terminaba de empacar las últimas cosas que me llevaré— además de que hoy empezamos la universidad también.

—Tranquila Key, la señora de Contreras es una muy buena persona, por eso es que te ayudara, ella conoce la situación de tu padre, lo que paso con tu hermana y lo que vives con tu madre, además de las ganas de querer estudiar —sonríe mientras le daba una pequeña caricia a su mano— vamos relájate, yo cuidare a tu madre aquí.

—simplemente, asentí antes de tomar mi maleta y empezar a bajar con ella—. Tienes razón Jennie, gracias por todo.

—No tienes nada que agradecer, para ello estamos los amigos —sonríe para bajar con esta al encuentro donde se estaban sus madres.

Jennie, era dos años mayor que yo, la conocí en la escuela primaria, al ser promovida en grado tercero y quedar en su salón, lo cual nos hizo grandes amigas en un inicio, luego al saber que seriamos vecinas nos volvimos inseparables hasta el sol de hoy. Esta tenía algo más de recursos que nosotros, por lo que estudiar en cualquier universidad era pan comido para ella, aunque eligió la pública para seguir conmigo, y aunque suene loco, esta universidad seguía siendo todavía algo costosa para mí, a lo que mi única arma era ser perseverante y poder hacerme valer por mis conocimientos. Entrar con quince años en la universidad no se ve mucho en estos tiempos, por lo que debía aprovechar esta oportunidad, pero les seré sincera, en ese entonces ver a mi madre esperándome en la puerta con melancolía, por poco y me hace llorar.

—Mi vida entera, de pensar que a esta edad es que te voy a dejar ir... Aún no lo puedo creer... —extiende sus brazos para poder abrazarla fuertemente.

—Voy a estar bien madre, ya lo verás, recuerde que esto lo hago por nosotras, siempre te llamaré y estaré al pendiente de ti —sonreí correspondiendo el abrazo el cual se sentía que no se quería separar, me duele, no se imaginan cuánto.

—Entonces, esperaré siempre tu llamada, mi pequeño capullo —le mira con una sonrisa para depositarle un beso en la frente, al igual que la bendición antes de separarse de los brazos de la menor— sé que lograras lo que te propones, mientras tanto, yo estaré apoyándote en lo que necesites.

—Me verás con mi doctorado madre, porque mis triunfos serán dedicados para ti, mujer que siempre me ha apoyado —sonreí antes de darle un último abrazo tan sentido que pareciera como si nunca más nos fuéramos a ver— te voy a extrañar mamá.

—Yo a ti, mi pequeña, anda con cuidado siempre, y avísame cualquier cosa, te amo hija.

—Te amo mamá —sonreí antes de salir al auto donde se encontraba Jennie con su madre e ir a casa de los Contreras en busca de mi nueva vida.

Personalmente, había escuchado muchas historias sobre esa familia, como que eran los empresarios más ricos del país, tenían múltiples empresas a su cargo, pero las más reconocidas a nivel inclusive internacional eran las de exportación e importación de telas finas del señor Enrique Contreras, mientras que de la señora Elsa de Contreras era una editorial, anexando que tenía una de las agencias de modelaje más cotizadas.

Se dice que su único hijo, el joven Harold Contreras, nació de milagro, puesto que supuestamente a su madre, le estropearon la matriz al tener un aborto inesperado, la mujer no sabía que estaba embarazada cuando el feto murió por un intento de robo que la agredieron; Harold, la bendición de los Contreras era un chico extremadamente guapo de dieciocho años, era alto, de cabello castaño claro, ojos color miel como su madre y uno de los modelos de la empresa de esta misma, confieso que tengo todas sus revistas, pero, es que es demasiado hermoso, aunque claro ahora que viviré con él debo apagar esas esperanzas, porque bueno, ¿quién se fijaría en alguien como yo? Solo había tenido un "novio" en mi vida, y ni cuenta, porque en verdad ese tonto solo me uso para subir sus notas.

Supongo que a Harold le gustaran mujeres hermosas, voluptuosas, de buenos ingresos, y yo, bueno, uso lentes, también brackets, y soy extremadamente delgada, sin tanta figura a demostrar. Claramente, me quiero como soy, pero sé que ante otras mujeres no podría competir, y menos por la fama que tenía Harold de ser un don juan, por ello en todo el camino me repetía cada vez más la frase: "Keyla, no te enamores de Harold cuando lo tengas al frente, vienes a trabajar para pagar tus estudios y cumplirle las promesas a tu madre, no a enamorarte y sufrir por él". Sin embargo, al arribar a la residencia de los Contreras, mi corazón por poco y sé salía de mi cuerpo queriendo huir, porque no sé qué daba mayor pánico, si verlo a él o trabajar para sus padres. 

Destinos Cruzados [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora