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Bueno, primero lo primero. Mi nombre es Keyla Jones, tengo veinticuatro años y estoy casada con uno de los empresarios más jóvenes y ricos del país, Harold Contreras. He terminado mi carrera de medicina, con especialización en cardiología, ¿por qué? Bueno, siempre me ha gustado esta carrera y sé que es de gran importancia. Actualmente, soy bastante reconocida gracias a mis conocimientos, y que desde las prácticas ya me tenían confianza.

Con Harold tengo una pequeña niña llamada Cloe, la cual es la luz de los ojos de mi marido, puesto que se parece demasiado a él. Nosotros no hemos tenido un amor de cuentos de hadas, hemos pasado por mucho, pero con todo lo que hemos pasado puedo decir cuanto este hombre me ama y cuanto lo amo yo a él. Un amor como el nuestro no se ve todos los días. Por eso, les venimos a compartir nuestra historia, quizás así crean que el amor verdadero si existe, solo es cuestión de esperar al ser indicado.

Ocho años atrás.

—Keyla, estuve hablando con tu padre para que nos ayude con tus estudios y no me dijo nada al respecto de pagar la matrícula universitaria, por lo que sabes que no tengo tanto dinero... Lo siento hija, pero no puedo pagarte la universidad en este semestre... —suspira levemente triste mientras le miraba de forma cabizbaja.

—Madre, tranquila, ¿sí? Te dije que no necesitaba nada de ese señor que solo sirve es para molestar —le tomo por sus mejillas brindándole una sonrisa— yo me pagaré mis estudios, Jennie me ayudo a conseguir un empleo en una casa, por lo que no te debes preocupar por dichos gastos.

—Pero hija, tienes solamente quince años, yo puedo trabajar el doble para no ponerte a trabajar a ti —responde antes de juntarse con la menor en un abrazo— no lo puedo permitir.

—Madre, ya no soy una niña, soy una mujer madura gracias a las circunstancias que hemos pasado las dos, por lo que te ayudaré como siempre lo he hecho —le brinde una sonrisa de calma, mientras le correspondía aquel abrazo que sé que necesitaba, han pasado días duros para nosotras— confía en mí, cuando sea la mejor médica del país te sacaré de esta pobreza y viviremos juntas, lo prometo, yo te cuidaré a partir de ahora, puesto que tú has hecho ya mucho por mí.

—Mi niña, solo no quiero que te pase nada, ya perdí a tu hermana por culpa de tu padre, me moriría si te pierdo a ti... —dice nuevamente antes de dejar escapar un suspiro de melancolía.

—Madre, confía en tu pequeña Keyla, estaré bien... Ahora, más bien, estoy que muero de hambre —sonreí con cierta ternura— qué tal si hacemos esas ricas arepitas que me encantan, ¿te parece?

—En verdad, Keyla, eres la luz de mis ojos pequeña —sonríe más animada mientras ambas caminaron en dirección a la cocina, la mujer termina por plantar un beso en la frente de su hija antes de empezar a sacar lo necesario para la cena.

—Y usted, madre, es la de mis ojos —objeté con una sonrisa mientras tomaba asiento en la pequeña mesa que teníamos, observando detalladamente como preparaba a la vez que explicaba cada paso.

—Ya sabes, debes remover bien la masa o tus arepas no se harán como te gustan —sonríe mientras empezaba a realizar las debidas bolitas con la masa.

—Anotado, mamá —sonreí mientras señalaba mi cabeza con uno de mis dedos antes de reír— anotado.

Ver reír a mi madre era un respiro a mi alma, esta mujer luchadora, había sufrido la pérdida de su hija mayor, es decir, de mi hermana, cuando esta tenía mi edad. Kenya, quería estudiar en el exterior lenguas extranjeras que inclusive por sus buenas calificaciones le habían concedido una beca, pero lastimosamente el señor que es mi padre no la quería dejar ir, objetando que esta no iría a estudiar, sino a andar con extranjeros, llamándole de todas las formas más indecentes que uno pueda escuchar en su vida. Ella escapó de casa para cumplir su sueño, pero la muerte la atrapo, puesto que el avión en el que se transportaba cayó al mar, que ni sus restos logramos obtener.

Mis padres se culpaban mutuamente ocasionando fuertes discusiones, más de una vez ese hombre le destrozó el rostro a mi madre, pero al final este se terminó yendo con una mujer por su dinero, tan estúpido que era que ni por mi alimentación respondía, pero bueno que se podía pedir de un animal como él. Hace tres años mi madre y yo sobrevivimos como podemos, y por ello quería ser grande en la medicina; le debía todo a mi madre y la promesa de sacarla de la pobreza estaba latente.

—¿Y dónde es ese trabajo que te consiguió Jennie? —pregunta la mujer terminando por asar las arepas y sirviéndolas en un plato con queso rallado encima.

—Me dijo que sería en la casa de la familia Contreras, tú sabes que la madre de Jennie por su empleo tiene muchos contactos, lo bueno es que es un horario flexible frente a los estudios de la universidad, y bueno, como es pública lo que me pagan es más que suficiente para sostenernos y pagar todo lo que necesite.

—Que ingresaras es un alivio, pero... En verdad, no me gustaría que trabajes... Yo... —la mujer es interrumpida por la mano de su hija en señal de silencio.

—Madre, ambas sabemos que la medicina es una carrera costosa, solo en los uniformes se va medio salario, y no estás para esos gastos, con el arriendo, el mercado y los servicios no da tu sueldo de lavandera, ambas podemos salir adelante sacrificándome un poco, solo ten fe. —le mire antes de acercarme y volverla a abrazar, al separarme tome los platos colocándolos en la mesa— y no pienso cambiar de opinión.

—A veces eres tan testaruda como tu padre...

—No es ser testaruda madre, quiero aprovechar el tiempo, y si no me arriesgo estoy segura de que nunca vamos a avanzar, ya te has sacrificado mucho, ahora es mi momento de recompensar, verás que seré capaz de lograrlo.

—De eso estoy segura, eres toda una guerrera, hija.

—Aprendí de la mejor —sonreí grandemente terminando por sentarme a la mesa con ella, esta sería la última noche, quizás por una larga temporada que cenaríamos juntas, así que se debía aprovechar al máximo. 

Destinos Cruzados [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora