Si ardemos, ardemos todos

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En una lujosa casa, de un lujoso vecindario...

-¡Cariño, la puerta! -gritaba una voz femenina desde la cocina, con las manos cubiertas de harina.

-Ya voooy.

El señor abrió tranquilamente para darse de cara con dos hombres anchos como muros bien uniformados que lo empujaron autoinvitándose a entrar en la vivienda. 

-Venimos de parte de Él. -escupió uno de ellos echando una mirada de desprecio al tercer hombre.

-¿La señora Jauregui?

-Dadme un segundo, la avisaré.

Nervioso se dirigió hasta la cocina buscando a su esposa. Entró y cerró tras él la puerta. El ruido alertó a la mujer que se dio la vuelta tornando su sonrisa a una cara de confusión, y al mismo tiempo terror, pues con sólo mirar los ojos de su marido había entendido de qué se trataba.

-Nunca hace visitas sorpresas...

-Lo sé, cariño, debemos permanecer calmados.

-De seguro vienen a...

-Shhh, no lo digas, sólo empeorarás tus nervios. Coge la pistola del armario de sartenes y escóndetela por detrás en el pantalón. -ordenó rebuscando los cajones. -Yo me defiendo mejor con las armas blancas. -se guardó un cuchillo de tamaño pequeño-medio.

Ella obedeció y ambos volvieron a la entrada principal tratando de aparentar que nada había alterado su sentido de la supervivencia. Los matones fumaban observando cada detalle de la casa, lo que preocupó aún más a la pareja.

-Hola. -saludó.

-Hola, Clara, parece que los años no pasan por ti. -comentó el más moreno, pasándose la lengua por los labios.

-Jaja gracias, Tony. -respondió incómoda.

-Podéis tranquilizaros. -habló el otro, Lance. -No os van a hacer falta las armas que tenéis escondidas. -ambos tragaron en seco. -Venimos en son de paz. Él nos ha enviado como mensajeros grupales para dar una alerta grave. 

-Quizás alguien sepa del cadáver del Lago Arenoso. Había huellas en la orilla. -continuó Tony.

-¿Pero quién podría...? -negó Clara.

-No sabemos. Creo que son de mujer, porque hay una chica que deambula por allí de vez en cuando.

-Entonces sólo hay que encontrar a la chica. -añadió el hombre.

-No es tan fácil. Si de verdad ha visto al muerto no volverá por allí. Y nunca la he visto a una distancia lo suficientemente cercana. Sería como buscarla a ciegas.

-¿De quién es el hijo? 

-Los Murphy.

-Supe que nos traerían problemas, son algo... impulsivos.

-No tenéis ni voz ni voto en ese asunto, y que no se entere quien ya sabéis que vais por ahí de seleccionadores de lo apropiado y no apropiado.

-Toda la razón. -trató de salvar el pellejo de su marido la mujer.

-Bien, a eso veníamos entonces. -sostuvo el mango de la puerta. -Estad atentos a los coches patrullas, a si observan demasiado vuestra casa, la de vuestra hija... y a lo más mínimo avisadnos para que lo comuniquemos. 

-No dudaremos ni un segundo. -contestó Michael.

-Adiós. -se despidieron.

-¡Ey! -ambos se voltearon.

-¿Qué número de pie eran las huellas? -interrogó Clara.

-40 ó 41. 

La pareja se miró al instante, leyéndose la mente y coincidiendo en cual debía ser su próximo destino inmediatamente.

Casa de Lauren

Narra Lauren

Ya no sabía que más hacer para que las horas pasaran más rápido y llegara Camila. Había probado de todo, desde hacer yoga a imaginarme que echaban en la televisión mi serie favorita: American Horror Story.

La visita de mis padres estaba por llegar, ya que solían realizarla antes de su cena romántica semanal en un bonito y acogedor restaurante. Aunque no podía estimar que hora era exactamente, ojalá alguien arreglara ese maldito reloj... ¡Camila podría hacerlo! Sonreí emocionada por descubrir que quizás pronto podría dejar de preguntarme en qué momento del día estaba.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una llave haciéndose paso a través de la cerradura de la puerta. Me quedé callada mientras se abría y sentí pánico desde el primer segundo, ya que sus miradas no mostraban que aquello fuera una simple visita diaria. Mi confirmación: mi padre desabrochándose el cinturón, con el cual en el menor de los casos golpearía mis manos.

-¿Has salido de aquí alguna vez, Lauren? -mi madre me observaba cruzada de brazos.

-¿Cómo podría? -me arrepentí de contestar tan de sobrada. -Y... y aunque pudiese no lo haría. -añadí.

-Enséñame tus zapatos. -sólo tenía un par así que simplemente levanté el pie enseñándoles la suela.

-Limpia. -susurró él. 

-¿Qué... qué ocurre? -mi respuesta fue una bofetada. 

-Nosotros preguntamos, tú contestas. -Clara zarandeaba un poco la mano autora del acto, incluso a ella le había dolido.

-Sé que odias este sitio. Pero si se te ocurre poner un pie fuera, te juro que desearás haberte quedado aquí el resto de tus días. Si ardemos, ardemos todos... 

Mi madre se retocaba el peinado mientras él se abrochaba de nuevo, pero entonces su mirada se fijó en un envoltorio de los caramelos que Camila me había regalado que estaba en el sofá.

Se acercó lentamente, lo tomó entre sus dedos pulgar e índice y lo curioseó. Acto seguido se lo mostró a la otra mujer presente en la sala, la cual sonrió y negó con cierta felicidad en su rostro.

-No te hemos dado caramelos, Lauren. Por lo tanto, ¿puedes tener caramelos? -negué temblorosa. Volvió a desabrocharse el cinturón. -Créeme, esto me duele más que a ti, hemos reservado mesa en veinte minutos y por tu culpa vamos a retrasarnos, pero la educación de un hijo es lo primero, ¿no?

Narra Camila

"Saturday night, saaaturday night..." -tarareaba en mi cabeza mientras hacía mi camino a casa de Lauren. Había preparado más comida de la que le prometí, pero digamos que como por diez, ella no está lista para este monstruo que se despierta en mi interior cuando huele cualquier elemento comestible. 

Llevaba todo el día tratando de llenar mi mente con música, ya que de otro modo siempre era la imagen del cadáver la que acababa procesando mi cerebro. También debido a mi felicidad; Era una suma.

Cuando ya me encontraba más cerca del lugar reduje la velocidad del skate e inspeccioné todo a mi alrededor, asegurándome de que estaba a salvo. Corrí agachada hasta la puerta y golpeé seguidamente esperando una afirmación para entrar.

-¡Joder, Lauren, estoy aquí afuera! ¡Lauren!

Escuché golpes en la ventana y me acerqué rápidamente. La cortina se corrió pero no había nada. "Pero qué mier..." Un pequeño gemido atrajo mi atención al suelo y entonces la vi... estaba tirada boca abajo.

-¡Dios mío, Lauren, tranquila, ya voy! 

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¡La historia sigue vivaaaaaaaa! Jajajajaja no tengo perdón por abandonarla tantísimo tiempo, merezco latigazos.

Me declaro inocente (Camren) - PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora