Capitulo 18

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Ante la voz seria de Dánae, Medusa asintió temerosa. ¿Qué le iba a contar?

Dánae dio un largo suspiro y comenzó:

—Yo era una princesa, la princesa del reino de Argos. Mi padre, el rey Acrisio, era un hombre muy supersticioso y tenía su propio oráculo, Cicero. Era el segundo hombre más importante del reino; mi padre confiaba tanto en él que no iba a ninguna batalla ni tomaba ninguna decisión sin consultarlo con Cicero. Y no era para menos, Cicero hasta el momento le había orientado bien en todo. Pero mi padre, por una vez, hizo oídos sordos a una de las recomendaciones que le dijo su oráculo.

Cuando el consejo le exigió a mi padre que se casara para dar un heredero al reino, se le dieron numerosas propuestas de las jóvenes más hermosas del reino. Todas habían sido examinadas minuciosamente por médicos para descartar cualquier enfermedad o que alguna no pudiera concebir. Después de todo, se trataba de la elección de la que sería la nueva reina.

El rey Acrisio decidió hacer un viaje por sus tierras y dejó la selección de la nueva reina a su oráculo, como de costumbre. Cicero, tras varias pruebas, fue descartando a las candidatas hasta que se quedó con tres: Cirene, Lysandra y Karissa. Las tres eran muy hermosas, de buena familia, sanas y aparentemente sin ningún impedimento para concebir. El rey Acrisio, a su vuelta, solo tenía que elegir a la que más le gustara de estas tres candidatas.

En su camino, mi padre se encontró con Esparta y Lacedemón, mis abuelos. Mi padre era muy admirador de Esparta; le atraía el hecho de una mujer guerrera y se ofreció a acompañarlos en su travesía.

Cuando Esparta le presentó a sus hijos, mi padre quedó prendado de mi madre, Eurídice, en ese momento y halagó su belleza diciendo que el que fuera su esposo sería el hombre más dichoso del mundo. A lo que mi madre respondió que las hijas de Esparta solo se casaban con el hombre que fuera capaz de vencerlas en combate, como lo hizo su padre con su madre en su momento.

Mi padre sintió eso como un reto y le retó a un combate en el que perdió fácilmente. Pero contrario a lo que la familia esperaba, después de la humillación de mi madre hacia mi padre, este no se rindió y durante el viaje entrenaba con Esparta y cuando se sentía listo, volvía a retar a mi madre, aunque siempre perdía.

Ya muy cercano al lugar de destino de Esparta y Lacedemón, Acrisio volvió a retar a Eurídice, desempeñando todo lo que había aprendido, y por fin logró ganar, aunque según mi padre, mi madre lo dejó ganar.

Medusa escuchaba atenta, intrigada por la historia que Dánae le estaba revelando.

Dánae continuó su relato con un suspiro, recordando los momentos difíciles que se avecinaban.

—Tras la victoria de mi padre, poco después se casaron, y mis padres emprendieron el regreso a Argos. En el camino, mi padre comenzó a darse cuenta de lo que había hecho y no sabía cómo explicárselo a su esposa, ni cómo se lo explicaría a Cicero. Ya cuando llegaron a Argos y la gente comenzó a hacer reverencias a su paso, le confesó a mi madre que, en realidad, era el rey de esa nación.

Un Monstruo HermosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora