Layla
Con los ojos cerrados, una pequeña sensación de vértigo en el estómago por la ilusión de tenerlos a todos allí y un silencio sepulcral que esperaba que hiciera algo, soplé las velas que habian frente a mí sujetas en la tarta que tantas ganas tenía de comer.
—¡Pide un deseo, cielo! —escuché decir a mi madre.
Escuché a los demás reir con ella y repetir sus palabras. Yo seguía con los ojos cerrados.
"¿Un deseo?" Pensé.
"¿Qué se supone que quiere alguien cuando cumple dieciocho años?"
"Supuestamente un coche, o el carnet de conducir, o unas vacaciones. Yo... Yo quiero saber qué es ser feliz."
"¿Acaso no lo soy?"
Por fin, abrí los ojos con temerosidad. Lo primero que vi fue a mi novio Izan. Sonreía, guapisimo, sentado junto a mis amigas, Lilli, Laura y Cande, que rodeaban la mesa del comedor. Detrás de ellos, mi madre, grabando el momento con el móvil, sonriente, sin dejar de mirarme y sin pestañear ni un solo segundo, como si temiera perderse una sola reacción que saliese de mí. Al lado, mi padre, que parecía nervioso, seguramente deseaba salir corriendo para seguir trabajando, como siempre. Y a mi lado mi hermano Aaron, agarrado de la mano de su novia, Amanda, que me dedicaba una sonrisa que iba de oreja a oreja. Que guapa era. Que feliz hacía a mi hermano. ¿Yo sentía esa felicidad que ellos parecían desprender? ¿Izan me hacía sentir así? ¿Yo me hacía sentir así a mi misma? ¿Mis amigos serían felices? ¿Y mis padres?
"Pide un deseo de una puñetera vez, Layla, coño" me corté a mí misma.
—No se decide la pobre —dijo mi madre con cierto tono melancólico, intentando quitarle hierro al asunto.
Todos rieron, una sonrisa falsa que sueltas por complacer a la persona que ha hablado. Yo cerré los ojos con fuerza otra vez.
"¿Qué cojones quiero?" "Ser feliz. Sí, eso es lo que quiero". "Deseo ser feliz, o por lo menos saber qué narices es la felicidad y si me merece la pena seguir preguntándomelo cada vez que veo a alguien que lo parece".
Por fin, soplé las velas que ya estaban llenando la tarta de cera, y todos empezaron a aplaudir antes de que mi padre cogiese un cuchillo y partiese cachos del postre que había preparado con cariño para su hija. Al mismo tiempo mis amigas y mi madre se acercaron a mí para felicitarme y llenarme de besos y abrazos. Lo que no entendí es que estaba empezando a agobiarme.
—Felicidades enana —mi hermano me agarró la mano con fuerza por debajo de la mesa en cuanto se fue Cande, la última que me dio un beso—. Supongo que ya podemos ir de fiesta juntos, ¿no? Ya no tienes excusa.
Solté una carcajada y negué con la cabeza porque mi querido hermano llevaba un año entero dejándome claro que en mi cumpleaños iríamos, como dijo él, a partir la pana. En cuanto recordé eso me puse muy nerviosa porque Aarón era capaz de obligarme a salir con él aún sabiendo que esos lugares no me apasionaban mucho.
—No te preocupes, ya me inventaré algo para darte plantón —le sonreí y di un par de palmadotas en su cuádriceps.
—Pues piensa rápido, porque ya tenemos plan para esta noche —intervino Amanda colocando sus mnos delgadas y delicadas encima de mis hombros, dejandome ver su rostro por uno de mis lados.
Miró con esos ojazos negros a mi hermano, después a mí y luego a mis amigas. Entonces temí. Temí porque sabía lo que significaba esa mirada. No estaban bromeando. Y empezaba a sentirme un poco cohibida entre tantas miradas.
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100.000 pulsaciones
Romance¿Qué se hace cuando deseas algo con fuerzas, pero el miedo te asfixia? Es la pregunta que Layla, una chica normal y corriente, empieza a replantearse cuando en su camino se cruza un chico bastante interesante, prepotente, puede que un poco chulo, au...