Capítulo 6

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Adonis
Pasé unos cuantos días sin saber nada de Layla. Lo cierto es que empezaba a acostumbrarme a que después de que nos viésemos desapareciera. Así que decidí darla tiempo para asimilar lo que fuese que la atormentaba.

      Creo que todos sabemos que cuando necesitas tiempo no quieres tener a un pesado detrás de ti pendiente de  lo que haces. Lo mejor era que ella decidiese dar el paso, sería más fácil, más sencillo y quizás menos forzado.

      Además, aquella canción que decidí cantarle... de repente no se me quitaba de la cabeza. Ni el aroma que desprendía su cuello, a rosas. Tampoco podía dejar de pensar en el vello de su cuello erizado, por mi aliento tan cerca de él y de su oído, ni del movimiento de sus caderas, rozándome, volviéndome completamente loco por algo que ni si quiera sabía que quería. Pero de repente despertó en mi una llama que no podía apagar, porque con solo verla arrasaba.

      Layla era una de esas chicas que te da miedo mirarlas demasiado por si se rompen en mil pedazos. Lo cierto es que sabía que ya lo estaba, y que sería difícil que fuese a más. Pero el miedo seguía ahí, y tener una joya tan preciosa y valiosa junto a mí me daba mucho vértigo, por eso mismo no quise ver demasiado.

      Pasaron unos cuantos días desde esa noche. Y, no voy a mentir, cuando llegué a casa mis manos, inconscientemente, agarraron el cuaderno que siempre dejaba en la cómoda y dejaron fluir todo lo que sentía, componiendo una de las canciones más bonitas que jamás he escrito. Hablaba de cabellos rubios, drogas, énfasis, la sensación de brillar por lo que tienes alrededor, la grandeza de saber que estás haciendo algo bien, sentirte guay. Y durante todo el rato me acompañó la jodida canción de CNCO.

      Los siguientes días los pasé como todos: con mi abuela, en su casa, escribiendo algunas cosas que necesitaba expulsar para que no se quedasen clavadas y escuchando muchísima música. Por desgracia para mí, la rubia motera también aparecía en mis pensamientos de vez en cuando.

      Uno de esos días, mi grupo me hizo una videollamada. Decían que me echaban de menos, y no querían pasar más días sin hablarse conmigo. Después de lo ocurrido estábamos un poco distantes, pero las llamadas nunca faltaban, y eso me encantaba de ellos. Podíamos pelearnos mucho, y aún así seguíamos en los malos momentos. 

      —Estamos deseando que vuelvas para ensayar. Rubén no deja de preguntar por ti —contó Emi, ignorando el móvil, que estaba apoyado en lo que parecía una encimera, mientras iba de un lado a otro porque estaba haciendo la comida.

      Estaba guapísima, con unas trenzas africanas que solía hacerse, esta vez de color rubio, dándole un toque especial a su piel bronceada, iluminándola.

      —Yo también tengo ganas de veros —sonreí con los labios—. Y de volver a tocar con vosotros. Pero necesitaba un respiro de todo. No ha sido un año fácil, y, por desgracia, ya lo sabéis...

      —Sí, tío. Lo sabemos —Joel suspiró, atusándose el pelo. Seguro que solo se estaba mirando a sí mismo, solía hacerlo cuando hablaba por videollamada—. ¿Cómo van las cosas por allí? ¿Te sientes mejor?

      —Bueno —agarré el móvil con fuerza y me acomodé en la cama—. Me siento raro, como si no encontrase lo que sea que necesito para motivarme. Ni si quiera sé si debería buscar ese algo. Quizás algún día aparezca de la nada —irónicamente, recordé a Layla en ese preciso instante, con su cabello rubio teñido y sus labios pintados de rojo, sonriente, como siempre.

      En realidad, me encantaba eso de Layla: que siempre sonriera y riese con esa facilidad, aunque lo que acabases de decir fuese una tontería.

      —Tal vez el error está en que buscas algo que ni si quiera sabes lo qué es —supuse que dijo Alex, porque Emi y los cacharros que estaba moviendo no me dejaron escucharle bien—. ¡Tú, puta morena, deja de hacer ruido!

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