Layla
Adonis terminó acompañándome hasta la puerta de casa, a pesar de que no quería que lo hiciera porque no me gustaba la idea de compartir un lugar tan personal con un desconocido.Cedí a su petición cuando supe que no me dejaría volver sola, y en cierto modo lo agradecí. Fue de esos actos simples que crean una diferencia abismal, de los que no se olvidan fácilmente, y de los que odiaba porque me hacían coger cariño a alguien.
"Cariño". Odiaba esa palabra. Sus letras, su significado, todo lo que implicaba tras esa capa sencilla que ves o escuchas. Cuando coges cariño te vuelves débil, vulnerable, porque permites que esa persona conozca tus miedos y debilidades, y le das el poder de destruirte sin darte cuenta. Y es tan doloroso sentirte traicionado...
Pasé toda la noche pensando en ese chico que acababa de aparecer en mi vida y no dejaba de aporrear en el muro que construí entre nosotros para que me asomase, aunque fuese un poquito. Pero tenia claro que eso no iba a suceder. O al menos intenté convencerme de ello mientras lloré recordando a mis antiguos amigos.
¿Y si él me hacia lo mismo? Ese era mi mayor miedo: volver a pasar por todo.
Sí, me lo haría, estaba segura de ello. Traté de convencerme de ello durante el tiempo que pensé en él, en su forma de ser y en cómo me trataba. Así que tras pasar unas cuantas horas llorando y pensando, con la cabeza a tres mil por hora, decidí que al día siguiente no iría a mi rincón favorito. Ni al siguiente. Ni al otro. Al menos dejaría pasar un par de semanas hasta asegurarme de que Adonis había desaparecido.
Quizás no fue muy maduro por mi parte dar de lado a los problemas, pero en ese momento no supe actuar de otra manera. Mi cuerpo solo sabía bloquearse, denegar cualquier tipo de trato humano y olvidar. Para mí estar bien era estar metida dentro de un abismo que en realidad me estaba haciendo daño.
El primer día pasó rápido. Ya estaba acostumbrada a estar encerrada en casa, leyendo o viendo alguna película o serie que estuviese de moda en el momento, así que me costó poco (o nada) acostumbrarme. Escribí un poco, pero terminé borrando todo, como siempre, porque no me gustaba. Tomé el sol en una tumbona como si no tuviese preocupaciones, y es que no las tenía. Solo tenia que pensar en sonreír el rato que estuviesen mi hermano y su novia. Lo pasamos bien bañándonos en la piscina, jugando a las cartas y charlando sobre momentos pasados, como el día en que se conocieron. Fue raro notar que en realidad con ellos finjía sonreír para que no se preocupasen mientras que con Adonis surgía solo, con cualquier estupidez que se le ocurría.
El segundo día transcurrió exactamente igual que el anterior, pero había un nudo en mi garganta que me pedía que visitase mi rincón favorito, que no lo dejase de lado por un desconocido que se habia adueñado de él. Intenté convencerme de que desde mi ventana se veía atardecer igual de bien. Sirvió de poco, porque no se comparaba en nada. Esa colina que visitaba me regalaba sonidos melódicos que me hacían viajar a otros lugares, volar hasta las nubes y sentirlas, calmarme y no pensar en nada. La naturaleza me regaló todo eso, y más. Y el puñetero Adonis tuvo que quitármelo.
Pero ¿por qué tenía tanto miedo de volver a encontrármelo?
El tercer día no conseguí dormir nada porque tenia preguntas que no sabia responder, y eso me ponía muy nerviosa. Quería saber qué quería de mí, por qué se empeñaba en que saliésemos, si le parecía buena chica, si le gustaba mi forma de ser o pensaba que era una estúpida. Tenía que descubrir de una maldita vez si le parecía buena persona, o si en realidad no le caía bien. Necesitaba preguntarle por qué había aparecido de repente, por qué no le había visto antes, y por qué me sonaba tanto su cara. Quería saber mucho y no sabía preguntar nada.
Terminé por ver amanecer desde mi habitación, apoyando los antebrazos en la ventana, presenciando la magia de los primeros rayos de sol conmigo misma. Me regalé ese momento. Después de eso conseguí cerrar los ojos y parar la máquina de mi cabeza, que no dejaba de funcionar ni un solo segundo. Ni cuando soñaba, porque ahí estaba esa traicion y esa noche de pena que pasé. Intentaba salir corriendo de allí pero mis piernas no funcionaban. Todos se reían a mi alrededor. Yo lloraba sin cesar. Hasta que me desperté de un sobresalto, con el corazón a toda velocidad y la respiración exhausta. Estaba sudando por completo. Tenia miedo. Demasiado.
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100.000 pulsaciones
Romance¿Qué se hace cuando deseas algo con fuerzas, pero el miedo te asfixia? Es la pregunta que Layla, una chica normal y corriente, empieza a replantearse cuando en su camino se cruza un chico bastante interesante, prepotente, puede que un poco chulo, au...