Adonis
Un segundo, dos, tres, cuatro. Diez. Veinte. Veinticinco. Y veintiséis. Veintiséis segundos tardé en andar lo más lento posible con el corazón latiendo a toda velocidad con la esperanza de que por una vez Layla fuese quien tomase la iniciativa.
Y así fue.
—¡Oye!
Sonreí como el imbécil engreído que era cuando escuché su voz y me eché a reír antes de darme la vuelta.
Vi a la rubia correr hasta mí, agarrando su vestido para poder moverse bien porque parecía que se le subía por los muslos, una imagen un tanto incómoda.
—¿Te apetece que demos una vuelta por la playa?
Me dedicó una sonrisa preciosa, y no pude negarme a ello, porque me encantaba pasar tiempo con ella.
—Has tardado veintiséis segundos en rendirte ante mí.
—¿Serás creido? —se cruzó de brazos con las cejas fruncidas—. No hagas que me arrepienta.
—No podrías —susurré y eché a andar hacia el camino que llevaba a la playa.
—¡Eh! ¡Ven aquí! ¿¡Qué se supone que has dicho!?
—¡Que eres muy guapa!
—¡Eres idiota! ¿Lo sabias? —dijo andando a mi lado.
—Pues bien que quieres ir a dar una vuelta con el idiota —giré la cabeza y la vi llegar a mi altura.
—No tengo otro remedio. No te lo creas tanto —Layla tenía la mirada perdida en el horizonte.
Parecía cabreada. Y es que se la daba fatal fingir que no era orgullosa, mucho menos que no tenía la razón.
Con una sonrisa de oreja a oreja, seguí caminando.
Una vez que llegamos a la playa, me tiré a la arena y alli tumbado contemplé las estrellas, preguntándome qué habría pasado si la madre de Layla no nos hubiese interrumpido aquella la mañana, queriendo saber qué sintió la rubia, deseando averiguar si quería repetirlo o si a partir de ese momnto íbamos a llevar ese tipo de juego.
Pero al mismo tiempo sentía que entre nosotros se había formado una barrera extraña que nos mantenía separados. Sobretodo por mi parte, porque aquello me parecía demasiado violento.
Layla, que estaba tumbada a mi lado compartiendo el silencio de la noche, se enderezó para quitarse las sandalias, dejarlas a su lado, y volver a dejarse caer junto a mí.
Hacía una noche espléndida, tranquila, silenciosa, calmada. Las estrellas se veían con mucha facilidad, y amaba contarlas y recordar el nombre de las que me sabía, aunque era difícil hacerlo sintiendo el aroma a fresas que desprendía la rubia, porque su colonia me estaba impregnado entero.
Ninguno dijo nada durante un buen rato. Y por una parte lo agradecí, aunque por otra empecé a sentirm incómodo, porque no sabía qué era lo que debía decir.
—Creo que cuando te invité a dar una vuelta no me refería a estar cada uno en su mundo —Layla rompió el hielo, mirándome con media cara apoyada en la arena.
Se había tumbado bocabajo, y podía ver a la perfección las curvas de su cuerpo. Su pelo rubio encima de su espalda, acariciandola con delicadeza, como yo había hecho con su mano apenas un rato antes; ese vestido que dejaba demasiado poco para la imaginación; la curva de su cintura, o sus gemelos, o las pequitas que se veían en sus mejillas. Esa chica era demasiado.
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100.000 pulsaciones
Romance¿Qué se hace cuando deseas algo con fuerzas, pero el miedo te asfixia? Es la pregunta que Layla, una chica normal y corriente, empieza a replantearse cuando en su camino se cruza un chico bastante interesante, prepotente, puede que un poco chulo, au...