Capítulo 1

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Layla

Es cierto eso que dicen de que cuando sufres un gran golpe emocional necesitas asimilarlo. Aunque, según los psicólogos, es muy probable que ni si quiera recuerdes el momento porque tu cerebro borra dicho acontecimiento. Se conoce como "amnesia disociativa" y es un mecanismo de defensa ante los traumas.
Ni si quiera te das cuenta de cómo y cuándo sucede, simplemente llegas a la conclusión de que en algún momento pasará el dolor, o eso dicen todos. Yo no sentía que el dolor pasaba, solo aprendí a camuflarlo, pero sigue ahí, latente, esperando la más mínima oportunidad para salir y joderte todos los avances.
Cuando crees que todo está mejor, de repente la vida te hace ver que no es así, que tienes mucho que aprender y que vas a estar jodido por el resto de tus días, pensando y pensando y volviendo a pensar una y otra vez en tus mayores miedos, haciéndote daño tú mismo, siendo tu peor enemigo, jodiendote cualquier tipo de oportunidad de vivir.
Hasta que, sin darte cuenta, descubres "algo" que tiene un "no sé qué" que no sabes qué es, pero que te gusta y te calma, y hace que tu cabeza calle por unos segundos. Así fue como una tarde, por casualidad, mientras daba una de mis vueltas por el campo pensando en absolutamente todo y a la misma vez en nada, encontré un pequeño refugio en un acantilado que no estaba muy lejos de casa, donde se respiraba paz y tranquilidad. Los tonos tan bonitos que me regalaba el atardecer me robaron el corazón, tanto que aquella noche pospuse un poco la vuelta a casa, porque, después de tanto tiempo sin sentir nada, noté una especie de ilusión dentro de mí. Y, créeme, cuando llevas mucho tiempo muerto, ver que algo te revive, aunque sea una pizca, hace que te vuelvas adicto a ello.

Parecia que lo habian puesto allí para mí, para curarme el alma con esos colores llamativos, tensos, vivos, de una mezcla de un rojo intenso con un naranja fuerte y acalorado junto a un azul tenue que poco a poco iba oscureciendo todo por su camino. Por esa misma razón, mi corazón decidió que aquel sería el lugar ideal para curar mi corazón, el rincón al que acudiría siempre que necesitase sanar. Como aquel día. Aquel maldito día que sucedió todo.

Me desperté de la siesta completamente empapada en sudor por las pesadillas, algo bastante habitual que no me dejaba descansar. Cuando abrí un poco los ojos, pude fijarme en que agarraba con demasiada fuerza el libro que leía antes de quedarme dormida. Lo dejé a un lado, fijándome en que estuviese perfecto, sin un rasguño por culpa de quedarme dormida con él, y escuché de fondo unas voces mientras miraba con asco todo el sudor que había en la cama. Me levanté y, frotándome los ojos con pereza de vivir, bajé para comer algo. Escuche las voces de mamá y de mi hermano, aunque un poco nítidas porque sonaban muy bajito.

Mi idea era disfrutar con ellos y tomar algo, tal vez darnos un baño, o simplemente disfrutar del día soleado que hacía, hasta que al bajar las escaleras escuché a mi madre hablar sobre mí, y como buena cotilla me quedé en la pared de al lado para poner la oreja.
—Lleva un año bastante difícil. Creo que el primer año de carrera la marcó bastante. Quizás se enamorara alli en Madrid y le rompieran el corazón y por eso no quiso volver. Así que no le tengáis en cuenta si está borde. Es lo que hago yo, ya estoy acostumbrada —soltó una pequeña risa y la imaginé dando un pequeño manotazo al aire para mostrar su indiferencia.
      ¿Sabes esa oleada de calor que inunda cada rincón de tu ser por culpa de la rabia? Así me sentí yo.
—Ya se le pasará mamá, ya lo verás. A veces todos necesitamos un año sabático. Ahora es su turno y debemos respetarlo, porque ya es una adulta.
Le di las gracias a mi hermano mentalmente por defenderme, como siempre que mamá se ponía tan exigente conmigo.
—Aarón tienes que entender que me moleste. Va a tirar a la basura su futuro por cualquier chico que haya pasado de ella. Esas cosas son tonterías. ¿Va a desperdiciar todo lo que ha conseguido por cualquier tontería?
"Cualquier tontería" repetí unas cinco veces en mi cabeza con los ojos lo suficientemente cerrados como para ver todo blanco.
Puede que últimamente estuviese más irritada de lo normal, pero esa frase fue la gota que colmó el vaso, porque no soportaba que mi madre siguiese invalidando mis emociones cuando ni si quiera sabía por lo que estaba pasando.
Carraspeé y la miré fijamente, en dirección a sus pupilas, sin parpadear ni respirar. Por lo visto, se sorprendió, porque se cruzó de brazos en señal de defensa, el mismo gesto que hice yo. Tal vez sí que nos parecíamos en algo.
—¿Sabes que los demás también podemos tener problemas y no todo se basa en tratar diagnósticos de señores y señoras aburridos que quieren ponerse botox para quererse un poco más?
Me iba a estallar la vena del cuello por la frustración que sentía.
—Layla —mi hermano intentó estabilizar la situación, acercándose a mí y acariciando mi brazo con cierta delicadeza.
—No, déjala que siga en su mundo. Tarde o temprano se dará cuenta de que ha hecho mal en abandonar la única carrera que puede darle un futuro digno —soltó nuestra querida madre.
Sus ojos reflejaban lo tan defraudada que estaba de su primogénita.
—¿Y qué se supone que es digno para ti, mamá?
—No voy a entrar en tu juego, estoy cansada ya. Haz lo que quieras —se agarró los brazos con fuerza y suspiró antes de darme la espalda.
—Da igual, como todo. Todo te da igual... No te importa cómo me siento. Te excusas en que lo que me pasó fue que me enamoré y mandé a la mierda todo lo que he hecho por él. ¿De verdad me conoces tan poco? ¿De verdad te cuesta tanto preguntarme qué es lo que ha hecho que esté así? ¡Porque yo no me reconozco! ¡Y te da igual! ¡En ningún momento quisiste saber qué fue lo que me pasó! ¡Joder!
      Estaba hiperventilando y temblando por culpa de la ira que sentía.
      Tras unos segundos de silencio en el que solo se escuchaba el fuerte latir de un corazón roto en medio de la sala pidiendo auxilio, mi madre se acercó a mi cuñada.
—Amanda, cariño, ¿qué nos ibais a contar? —preguntó para dar por zanjada aquella estupida conversación.
—Pensé que serías más madura como para ignorar un tema con tal de no escuchar la realidad —reí sin ganas, con tal nudo en la garganta que apenas podía respirar.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y salí corriendo de allí antes de que me viesen peor. Suficiente me había pasado ya, como para dejar que viesen que estaba completamente desbordada, aunque quizás fuese aquello lo que necesitaba: un poco de ayuda.

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