Los castigados

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Gamino y Hades recorrían el inframundo quitando los castigos eternos a los penados de milenios, empezaron con Sísifo, luego reclutaron a las Danaides, Ixión, Tántalo y algunos héroes que fueron expulsados del Olimpo. Había un deseo en común, era destruir el Olimpo y sobre todo, a Zeus.

Unas veinte sillas de oro y tapiz negro, había una larga mesa de mármol negro. Una cúpula que imitaba la creación del universo y las galaxias cubrían todo el gran salón, debajo de todos los presentes, sentados. Algunos no salían del estado permanente de concentración por sus largas penas. Otros, iban atendiendo, despacio, a la realidad.

—¿Sísifo, me oyes?—dijo Hades.

—¡Ay, por todos los dioses! ¿Qué pasa?—dijo éste sobresaltado. Estaba muy delgado, sus brazos eran fuertes y su rostro tenía un tono rojo por el esfuerzo de mover la piedra por mucho tiempo.

—Los necesito, son fuertes y han trabajado muy bien, es tiempo que puedan apoyarme en mi reclutamiento—dijo Hades, mirando a cada uno, la mayoría estaban saliendo del trance de siglos.

— ¿Qué quieres hacer con nosotros? ¿Acaso no fue suficiente tenernos como prisioneros por tantos años?—dijo una de las hermanas Danaides. Ella tenía el cabello hasta la cintura, de un color azabache y sus manos estaban con cicatrices de llenar un hueco por milenios, que nunca tenía un final.

—Tranquilos, sé que están confundidos y muy enojados, pero ustedes saben que hicieron enojar a los dioses y yo solo hice lo que me pidieron. Aquí tenemos algo en común—aclaró Hades. Las mujeres dieron una queja, Sísifo rodeo los ojos e Ixión estaba escogiendo una granada para comer—. El Olimpo nunca reconoció mis tareas, mis victorias han sido minimizadas por las hazañas de los otros, en especial Zeus y estoy cansado, no voy a rendirme a conseguir lo que siempre debió ser mío.

—¿Y qué piensas hacer?—preguntó Ixión, masticando la fruta y extrayendo las semillas.

—Quiero una guerra contra el Olimpo. Tengo todo el poder necesario para hacer temblar los pisos y convencer a los dioses que el trono debe ser mío.

—¿Estás diciendo que el Olimpo es tu nuevo poder?—dijo una hermana Danaide.

—Exactamente. Mientras tanto, necesito que todos ustedes recuperen sus fuerzas físicas y su conciencia mental que ha sido saboteada por mis castigos, serán mis primeros guerreros—siguió Hades.

Hades movió sus manos creando un banquete exquisito para sus nuevos guerreros. Todos miraron al dios del inframundo, estaban preocupados de comer algo de cordero y desaparecer, entonces, el dios miró a Ixión haciéndole un gesto condescendiente, éste se sirvió carne de cordero y ciervo, papas hervidas y tomates gratinados en su plato de cobre. Comenzó a comer, preocupado y con miedo. Notó que la comida tenía un sabor real, delicioso y nada extraño estaba pasando. Los demás se sirvieron de las fuentes, vino e hidromiel. Estaban festejando, rápidamente comenzaron a hablar entre ellos, entusiasmados de ser perdonados por el dios de los muertos. Hades sonrió. También se sirvió comida y frutas mientras escuchaba a sus guerreros. Se notaban cansados, muy hambrientos que el tiempo corría y la comida empezó a escasear sobre la mesa. El banquete fue un éxito. Luego Hades les otorgó un nuevo castillo para todos ellos, donde estaban las habitaciones asignadas y listas para cada uno. Tántalo se puso de pie, acercándose al extremo de la mesa que estaba sentado Hades.

—Señor Hades,—dijo, llamando su atención— gracias por escogernos para su guerra, no se sentirá decepcionado, estaremos listos cuando usted lo ordené.

—Eso espero, Tántalo.

El hombre de ropas sucias asintió, retirándose junto a los otros para ir a descansar por primera vez en unas camas cómodas y abrigadas. Gamino se acercó después que todos se marcharan. Hades lo miró, limpiando sus dientes con un palillo.

—Todo está resultado muy bien, mi señor, ¿qué sigue ahora?—preguntó el barquero.

—Buscaré a mi reina, a Elina. Voy a entrenarla para que luché a mi lado.

—¿Cree que ella va a aceptar?

—Estoy seguro que sí, Gamino. Lo noté en sus ojos. Ella será perfecta.

Gamino asintió con la cabeza, retirándose. Hades movió sus manos, haciendo que el banquete desapareciera de la larga mesa. Se puso de pie, saliendo del salón a paso lento y relajado. En el pasillo silencioso, comenzó a oír pasos a sus espaldas. Se giró, descubriendo a sus dos hijos.

—Padre, nos hemos enterado del divorcio—dijo Zagreo. Llegaron hasta él.— ¿Por qué decidiste alejarte de nuestra madre?

—Eso no es un asunto que deba interesarle, chicos.

—Perséfone te ama, a pesar de los errores, dijo que escogiste a una humana, ¿es verdad?—habló Macaria.

—Sí, hijos. Tendrán una madrastra, estoy seguro que podrá amarla como a Perséfone.

—Bueno, padre, también hemos venido porque escuchamos a los dioses manifestar que quitaste los castigos a los más fuertes.—dijo Macaria. Tenía la piel pálida, de ojos hundidos y negros como su padre.

—¿Y están aquí para convencerme?

—Padre...Entendemos tu cansancio sobre el Olimpo y lo que nunca han valorado de ti, aunque estás arriesgado todo el inframundo por enfrentarte a tu hermano—dijo Zagreo.

—Ya tomé una decisión, la más importante de todas que he tomado en mis largos años de inmortalidad, hijos—dijo el dios— Es tarde, regresen a sus hogares.

Los hermanos se miraron. Asintieron. Desaparecieron frente al dios. Hades suspiró, las noticias llegaban rápido allí arriba. Pronto todo se vería afectado, pero estaba seguro que lograría vencer a todo el Olimpo.

Ovillos de fuego y cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora