IX

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Two faces !


A comparación del otro día, hoy estaba soleado. Las nubes eran blancas como el marfil y los pájaros hacían acto de presencia con sus agradables cantos mientras que el sol, tan brillante como siempre, se alzaba resplandeciente sobre las nubes a lo alto del cielo celeste.

Algunos niños jugueteaban en las calles tranquilas y sin tráfico, mientras las parejas, grupos de amigos y hasta los perros, parecían disfrutarlo a la par que caminaban por las calles empedradas de aquel lugar.









Era un día precioso.



Menos para él.



Se despertó sobresaltado y con sudor en su frente. Tenía el corazón en la garganta, mientras latía acelerado. No recordaba haber soñado algo tan vivido como aquello, pero sin dudas un amargor se instaló en toda su boca.

Vio por la ventana y el sol calaba sobre ésta. Bufó, se quitó la sábana que estaba cubriéndolo y luego de quitarse el arnés que rodeaba todo su tobillo, se levantó.

Todo se reproducía en su cabeza de forma insoportable. Los gritos y alaridos calaban sus oídos al igual que las súplicas desesperantes, seguían presentes allí mientras intentaba quitarlos de su mente.

Recordaba todo y eso lo tomaba como una maldición. Una maldición por el camino que había escogido junto con la cobardía. Llevaba un traje nocturno que tenía una máscara cubriendo su cara, de forma que nadie lo veía. Nadie podría saber lo que había llegado por ellos, ni la cara impasible y gélida que era lo que veían con el último aliento de sus vidas, escapando por su boca sin poder evitarlo.

Se dirigió al baño con rapidez y cuando entró se apoyó en el lavabo, mirándose fijamente en el gran espejo. Tenía ojeras en su rostro, el pelo enredado en salvajes rulos y sus ojos se veían cansados.

Hacía mucho que no dormía bien. Se la pasaba casi toda la noche actuando como mercenario nocturno, que apenas y podía descansar cómo se debía, usando muchas veces una botella para lograr conciliar el sueño y ahogando la culpa en el proceso.

Estaba exhausto. No quería seguir haciendo lo que hacía pero tenía qué. Era lo único que conocía y en lo único que era bueno, siendo matar personas por dinero. Era un mercenario que no merecía más nada que eso y hasta en un punto le pareció fácil porque al ser lo único en lo que era bueno, sabía que no merecía algo bueno, porque la vida se encargaría de llevarlo al mismo averno una vez que fuera libre.

Por otro lado, quería ser libre. Deseaba eso más que nada. Poder librarse de una vez por todas de aquél pájaro gigante que se encargaba de manipularlo. Lo mandaba a matar día y noche, sin descanso y siempre le repetía que cuando terminara aquello, lo dejaría en paz.

Era un cobarde porque no tenía las agallas de decirle al dios que lo liberara. Era un cobarde porque seguía escondiéndose detrás de una máscara y poniendo de excusa que él lo mandaba a matar, teniendo otro sentimiento dentro de él, el miedo.

Tenía miedo, en lo más profundo de su ser. Miedo de que, al ser libre, no supiera qué otra cosa hacer. Miedo de que fuera un inútil. Miedo de que sin la armadura protectora y los poderes del Dios lo hicieran un insecto. Alguien diminuto que no serviría para otra cosa que no fuera matar.

Miedo porque, él sabía en lo más recóndito de su ser, que disfrutaba hacer lo que hacía. Disfrutaba matar a los malnacidos en un traje protector. Disfrutaba ver cómo el último atisbo de vida salía de sus ojos. Disfrutaba el amargo silencio luego de que se desangraran hasta morir.

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