Capítulo IV.

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Al día siguiente había avisado a mis padres de que pasaría la tarde en la playa. Se negaron las primeras veces, pero después de estar suplicando durante media hora, accedieron.

Me había puesto un conjunto de dos piezas; la parte de arriba era de triángulos y de color verde menta, mientras que la parte de abajo era de color blanco. Una camiseta grande cubría este conjunto, también me puse unos pantalones cortos aunque la prenda superior los tapara. También cogí lo esencial; una toalla y crema solar.

Al salir de casa, la furgoneta de Bryan estaba esperando. Se la había regalado su abuelo unos años atrás, y estaba llena de pegatinas, algunas impecables y otras a punto de despegarse y descoloridas. Sus colores eran muy vivos, y el vehículo resaltaba fácilmente. Recuerdo que cuando Bryan y yo éramos pequeños, nuestros sueños se centraban en un futuro donde ambos recorríamos el mundo con la furgoneta.

El claxon del coche me distrajo de mis pensamientos, y vi a un Marco muy emocionado bajando la ventanilla y saludando. Sonreí de oreja a oreja y me dirigí hacia la parte trasera del vehículo, donde me encontré a Marena abriendo la puerta. Ella llevaba una parte de arriba de triángulos al igual que yo, pero esta era de color rojo, y tenía unos pantalones vaqueros que le había regalado hace un par de años. Tenía unas gafas de sol puestas encima de la cabeza, y una bolsa de playa que estaba apoyada en el asiento.

—Menos mal que tus padres te han dejado venir—comentó Bryan, después de arrancar el motor.

—Sí, porque si hubieran dicho que no, quedaba la opción de secuestrarte para que vinieras—añadió Marena, y los chicos asintieron. Negué con la cabeza, divertida.

—O que te escaparas de casa—Marco se giró hacia nosotras desde el asiento del copiloto. Yo abrí los ojos como platos.

—Ni de broma. A saber qué me harán si me escapo de casa...—negué con la cabeza, intentando olvidarme de esas ideas.

—No te preocupes, el día que te escapes de casa, será para viajar por el mundo con esta furgoneta—dijo Bryan divertido, aún mirando al frente.

Sí, también le habíamos contado la idea de viajar por el mundo a Marena y a Marco.

—Bryan, espera...—Marena frunció el ceño—La playa está para el otro lado.

Aquello hizo que un silencio envolviera el interior del vehículo durante unos segundos. Después, Marco carraspeó, girándose hacia nosotras con una sonrisa inocente.

—Verás...—comenzó él, rascándose la nuca.

—Has invitado a Marcus—deduje al instante. Por la cara de culpabilidad de Marco, supe que había acertado.

Joder, y yo que quería pasar ese día especialmente con mis amigos... y venía el pesado ese.

—Genial—mascullé, dirigiendo la mirada hacia la ventana.

Marco chasqueó la lengua.

—Ya te dije que no le gustaría—Bryan suspiró, negando con la cabeza.

El coche se paró en frente de una casa blanca humilde de dos pisos, con una puerta de madera, por donde salió Marcus. Éste llevaba una camisa de flores sin abotonar, y un bañador de color azul marino. Estaba esbozando una sonrisa cuando se subió a la parte trasera del coche. Tuve que ponerme en medio de Marena y Marcus, y claro, el último lo único que hacía era acercar su pierna a la mía, intentando que provocara algo en mí.

Siempre hacía eso. Siempre. Y me parecía algo completamente innecesario. Pero claro, no me iba a quedar de brazos cruzados. Dentro de poco llevaría a cabo mi plan malvado, para humillarlo, al igual que me hizo a mí.

El desorden que provocasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora