CAPÍTULO 7 - EL MARINERO

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Dos lunas han caído desde que huimos de Arkamn. Nuestros pies nos alejan de la ciudad oculta entre las montañas, pero nuestros pensamientos siguen fijos en la masacre. El humo se alza a nuestra espalda. La destrucción cada vez está más lejos. Nos dirigimos a la región de Necluda Occidental. Es nuestro deber encontrar cuanto antes la espada celestial. No podemos derrotar a Sharok con las armas de las que disponemos ahora.

—No hay honor en nuestros actos —indica Nathras antes de iniciar el ascenso por una loma rocosa—. La diosa nos castigará por esto.

—Tal vez solo nosotros suframos ese castigo, amigo mío —responde Alduin—. Tal vez Hyrule prospere gracias a la gente de Arkamn.

—Un sacrificio... —murmura el guerrero Zora—. Eso es lo que son...

Por mucho que los demás no quieran verlo tal y como es, Nathras tiene razón. Hemos sido nosotros quienes han conducido el mal a esas tierras. Sharok jamás dejará de perseguirnos. Allá a donde vayamos, la gente correrá peligro. Debemos encontrar la espada celestial. Estoy preparado para cumplir mi destino, cualquiera que sea.

Las tierras que conducen a Necluda Occidental son extensas y costosas de atravesar. Los caminos se encuentran embarrados debido a las fuertes lluvias de esta zona de Hyrule. Las praderas y montes gozan de una vegetación extrema. Las altas hierbas, que superan en ocasiones la estatura de la mayoría de nosotros, dificultan nuestro avance. Inah y Lisbez abren paso, degollando las plantas con sus dagas Sheikah. Las noches son frías. No hay refugios cerca, salvo el cobijo de los árboles. Por ahora no nos hemos topado con ninguna tormenta eléctrica. Según Mandos y Manwar, solo es cuestión de tiempo que una nos atrape.

El poder de la naturaleza va mermando nuestras fuerzas lentamente. El mundo está devastado y amenazado. Cada noche, nos turnamos para montar guardia. Nuestro enemigo cuenta con aves que trabajan a su servicio. Los cuervos siguen nuestra estela, vigilando desde el cielo e informando en todo momento al enemigo. No podemos detenernos salvo para pasar las noches. Un manto de oscuridad cubre el cielo desde el castillo de Hyrule.

Al décimo día entramos en la región de Necluda. La sequedad de estas tierras es un obstáculo más en nuestro camino hacia la aldea silenciosa de la que nos habló Tharathon.

Decidimos buscar el río. Dos días son los que tardamos en hallarlo y otros dos en recorrer su orilla hasta llegar a una cordillera montañosa. Con el anochecer siguiente, no nos detenemos a descansar. Continuamos caminando junto a la orilla y atravesamos una gigantesca apertura entre dos montañas. El cielo comienza a tronar. La lluvia nos alcanza. Trae consigo decenas de rayos amarillos que iluminan el cielo en la noche.

—¡Tormenta eléctrica! —grita Mandos, cubierto de agua de lluvia—. ¡A cubierto!

—Desprendeos de cualquier objeto metálico o los rayos nos alcanzarán —ordena Manwar, arrojando su espada a la maleza que cerca el río y huyendo del lugar.

El peso de mi escudo real me produce un gran alivio cuando me desprendo de él. Lanzo mi espada a lo lejos. Un rayo impacta sobre ella, instantes después, y la hace añicos.

—¿Librarme de mi tridente? —pregunta Nathras, retóricamente. Esboza una pícara y gruñona sonrisa al mismo tiempo—. No, hoy no es ese día.

Tras estas palabras echa a correr, tridente en mano, y se arroja sobre las aguas del río con la sutileza de un delfín. Saca la cabeza varias veces al exterior y nos indica el camino a seguir. Todos los demás se desprenden de sus objetos metálicos. Corremos a la intemperie, esquivando rayos magnéticos que destruyen las rocas. El agua del río, sin embargo, se mantiene intacta, solo perturbada por las abrumadoras gotas de lluvia.

The Legend Of Zelda: Cursed Bloodline (El linaje maldito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora