CAPÍTULO 9 - LA ESPADA CELESTIAL

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La luz ilumina la sala cavernosa. A medida que nos acercamos, va perdiendo su poder y su intensidad mengua. Poco a poco se apaga hasta que permite ver una fina y alargada hoja de acero, hendida en una piedra con símbolos extraños, pertenecientes, probablemente, a civilizaciones antiguas. En la parte superior, la espada cuenta con una empuñadura verdosa, adornada con bordados de plata. Es simple, parece ligera e irradia poder.

—La espada de los cielos... —murmura Bardo.

—Las leyendas son ciertas —indica Nathras.

—Aquel que la empuñe, obtendrá el poder del viento —apunta Alduin.

Todos me observan. Mantienen sus corazones en vilo. Esperan que saque la espada de la roca y libre al mundo de la oscuridad. El problema es que no sé si tengo fuerza suficiente para hacerlo.

Me aproximo con pasos dubitativos. Un aura silenciosa me atrae hacia la espada. La hoja de acero comienza a brillar. Mis dedos rozan la empuñadura y una presión intensa me obliga a aferrarme a ella. La luz verdosa y azulada reaparece y comienza a envolver la sala. Escucho un grito desgarrador que sale de la hoja de acero. Un grito desolado, desesperado. Un grito de auxilio. Utilizo toda mi fuerza y tiro de la empuñadura. La espada no se inmuta. No consigo desprenderla de la piedra. Una voz se abre paso en mi mente. Una voz aguda y lejana. Es ella, es su recuerdo. Es la voz de una princesa.

—Link... En tus manos ha sido puesto el destino del mundo. Si tú no encuentras la salvación, nadie lo hará —susurra la melodía de la voz de la princesa Zelda—. Nunca olvides que tu fuerza no proviene de tu cuerpo ni de tu mente, sino del poder de tu corazón.

Vuelvo a intentarlo. Siento varias fuerzas externas que se adhieren a mi piel. Aferro ambas manos a la empuñadura. La fina espada ya no es tan pesada. Le cuesta resistirse. Grito y exprimo todas mis fuerzas. El suelo de piedra pulida comienza a temblar. Pequeñas piedras se desprenden del techo cuando el filo de la espada celestial se desprende levemente del montículo.

Los rayos de luz impactan contra mi piel y mis ropajes. Mis brazos se resienten. La espada hace daño a mi cuerpo. Doy un último tirón y gasto toda mi fuerza. La hoja se desprende por completo. Se produce una explosión que ahoga los sonidos y tare conmigo una brisa descomunal. Salgo despedido por el aire, manteniendo la espada empuñada, y caigo sobre el frío suelo empedrado. Mis ojos se cierran debido al esfuerzo.

—Bien hecho, Link —dice Inah, sosteniendo mi cuerpo con la ayuda de Nathras.

Me incorporo lentamente. La luz verdosa se ha apagado. La espada celestial parece una espada normal como cualquiera de las que se forjan en Hyrule. Me desprendo de mi espada actual y, en su lugar, envaino la espada de los cielos.

—Tenemos un problema —murmura Bardo, posando su vista por los alrededores de la estancia cavernosa.

—El elegido porta la espada perdida —indica Nathras—. Todos los problemas serán disipados a no mucho tardar.

Bardo no parece prestarle atención. Está más pendiente de las rocas que se desprenden del techo cada vez a más velocidad. También se percata del retumbar que proviene del exterior de la sala.

—¡Tenemos que salir de aquí ya! —exclama Alduin.

Una gran roca se derrumba y cae sobre el montículo donde se encontraba la espada. Decenas de rocas se resquebrajan. El suelo no deja de vibrar. Veo una apertura fina en uno de los esquinazos de la sala. Hago una señal al grupo y comenzamos a correr.

Recorremos un pasadizo eterno. A nuestro paso, el suelo se resquebraja. Saltamos entre las grietas cuya caída se precipita a un abismo oscuro del cual no vemos su final.

The Legend Of Zelda: Cursed Bloodline (El linaje maldito)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora