05; cuarto de besos

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amar exige lentitud



                    𝓓e no ser por la ventana entreabierta y el suave rumor del viento, Thyra habría sufrido un colapso por los cambios de temperatura dentro de su cuerpo. Cerca de ella yacía una caja de ajedrez sobre el escritorio, y los dos alfiles hacían ronda con los peones blancos. Observó silenciosamente el escaque sobresalir de los bordes de la caja cuya tapa corrió el viento. De todos modos, pensó, estaba mal colocada. Las piezas no iban a salir volando ni mucho menos. Entonces, dispuesta a colocarlas en su sitio —dentro, hundidas en las esponjas—, escuchó el cerrojo de una puerta, y su corazón se aceleró.

Se detuvo a un metro de ella. Llevaba su rostro vestido de una mirada sugerente. Inmediatamente su mente traspasó ese límite absurdo que trazó, quizás, en algún momento sin darse cuenta. Bakugo suspiró. Entró demasiado aire en su pecho que se inflaba como un globo.

—Podemos ir a otro lado si te...

—¡No! —exclamó sin dejar que acabe. Aflojó la tensión de su cuello, pero sus piernas temblaban mientras su mirada subía con lentitud hasta sus ojos. Podía echarle la culpa al calor, pero en el interior del edificio la temperatura se mantenía igual de fresca que en otoño—. No quieras culparme... Sabes que es la primera vez que entro al cuarto de un chico.

La timidez con la que brotó su voz en medio de ese silencio, provocó que Bakugo abriera sus ojos más de lo común. Intentó, en pocos segundos, cuadrar la imagen cotidiana de Thyra, chillona, con la persona que estaba a pocos metros de él encogida de la vergüenza. Contempló si era buena idea acercarse o no. Pero batalló un infierno para animarse a dar ese primer paso, y no quiso echarlo a perder. Surgió en su rostro una sonrisa torcida. Bakugo comprendía algo, en algún sitio del embrollo en su cabeza.

—Solo tienes que decirme qué es lo que quieres. Cualquier lado está bien si es... —dijo con serenidad. Dejó colgada su frase al darse cuenta de que sus palabras fluían más rápido de lo que podían sus pensamientos. Vio de reojo que las pupilas de ella brillaban, y una de sus manos sobaba los cortos cabellos de su nuca con nervios—. Cualquier lugar está bien si estoy contigo...

La única respuesta que recibió fue un pestañeo lento. Dos segundos después, ella sonrió. «¿Será suficiente para que me entienda?», se preguntó Bakugo con inseguridad. Tuvo la sensación de que el cuarto se iluminaba, aunque la luz que entraba por las ventanas no había cambiado. Solo fue él quien había sepultado la oscura indecisión debajo de la cama, e ignorando ese molesto pinchazo de ansiedad en el pecho se dijo a sí mismo que sentirse nervioso no era nada malo, pues los dos lo estaban en ese momento donde su privacidad no iba a ser aniquilada por curiosos.

—No te preocupes por eso —murmuró—. Me gusta estar contigo, Bakugo...

Thyra cortó la distancia entre ellos y apoyó la punta del mentón cerca de su esternón. Alzar la mirada y encontrarse con sus ojos la trasladaba a las primeras veces donde conoció el rojo que acompañaba el abismo de sus pupilas. Y lo abismal no era malo. El abismo llevaba consigo un misterio sorprendente. Bakugo guardaba en sus huesos el cariño, la belleza de sus sonrisas, la dulce consistencia de sus labios. 

Se acercaron. Las adustas manos de Bakugo recorrieron la piel de sus caderas.

Imaginó que su corazón era un gran lienzo vacío, y el permitirse amar se asemejaba a colorear anturios en acuarelas rojas. Pero en el de él, la pintura era desparramada con fervor por sus propias manos, y en sus dedos la humedad y el calor resultaban producto de un cuerpo femenino que se permitía adorar por quien aprendía poco a poco cómo lograr tener más tacto. Besó sus labios sin prisas, y todo se anuló. Del amor y esas cosas... Daba igual ser un pipiolo. Al fin y al cabo, pensó, estamos aprendiendo juntos. 

𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓 𝐒𝐇𝐀𝐏𝐄𝐃 𝐁𝐄𝐃 | 𝗸𝗮𝘁𝘀𝘂𝗸𝗶 𝗯𝗮𝗸𝘂𝗴𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora