Capítulo 49

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"La historia está plagada de guerras que todo el mundo sabía que nunca se producirían".

- Enoch Powell

Ocho personas se sentaban alrededor de una mesa de juntas. Todos llevaban ropa bonita -trajes planchados, corbatas impecables, vestidos de negocios inmaculados-, pero la mayoría estaba claramente deprimida.

La ventana que ocupaba toda la pared izquierda de la sala mostraba que había una oscuridad total. Las luces brillantes de Atlas iluminaban la ciudad incluso ahora, y las luces brillantes y pálidas de la sala de juntas -una de las únicas luces encendidas en la alta torre en la que se reunían- solamente se sumaban a la cacofonía de iluminantes.

La puerta más alejada de la sala se abrió y cada uno de los ocupantes se puso de pie. Lo hicieron con una gran variedad de prisas, pero ninguno llegó a ponerse de pie.

"Por favor, siéntense, no es necesario", interrumpió el presidente, entrando con dos hombres y dirigiéndose hacia la cabecera de la mesa con un paso acelerado.

Los ocupantes volvieron a acomodarse en sus sillas, dirigiendo su atención al presidente cuando éste se dirigió a sentarse en su sitio. Uno de los hombres que había entrado con él fue a situarse a su hombro derecho, mientras que el otro se sentó en el extremo de la mesa.

"Ahora", habló el presidente, golpeando su mano sobre la mesa. El sonido del anillo en su huesudo dedo resonó en la sala. "Algunos de ustedes habrán oído por qué los he convocado a todos a una hora tan temprana. No tiene sentido hacer un esfuerzo, así que seré franco. Hemos encontrado a Perseo".

Nadie le interrumpió murmurando a sus colegas, pero muchos alrededor de la mesa se removieron en sus sillas.

"Y por encontrado", continuó, "quiero decir que sabemos quién es. Qué aspecto tiene. Normalmente, esto sería un acontecimiento importante, lo que hace que merezca la pena que estemos todos aquí esta noche es quién más se hace pasar por Perseo", señaló al general Ironwood, que tenía una tableta en la mano.

Ironwood dio un golpecito en la pantalla y la deslizó hacia el centro de la mesa. Sobre la tableta, apareció un holograma del rostro de Percy Jackson.

Esta vez, los ocupantes de la sala sí murmuraron a sus colegas, como para confirmar lo que estaban viendo. Percy Jackson no era ni mucho menos un nombre desconocido entre la alta sociedad de Atlas, pero tampoco era universalmente reconocido.

"Tampoco fue mi primera suposición", comentó el presidente con cierta timidez. "Pero el mérito de haber descubierto su identidad no me corresponde a mí, ni siquiera al general Ironwood y a nuestros militares. Fue el señor Schnee quien pudo demostrarnos su teoría. Si tiene a bien mostrar a todo el mundo todo lo que me dijo, tiene la palabra el señor Schnee"

Jacques, cansado y sin fuerzas, se levantó de su asiento. No sabía cómo el presidente podía tratar la situación con tanta ligereza, pero no compartía el sentimiento.

Se tomó un momento para orientarse antes de hablar, aclararse la garganta y tragar saliva. Tuvo que luchar contra sus músculos para tragar, las débiles náuseas en el fondo de su garganta no habían desaparecido desde que se confirmaron sus temores esa misma mañana.

"Les ahorraré muchos de los detalles". Comenzó Jacques. "Al trabajar estrechamente con Percy Jackson, estoy en una posición única para notar muchas inconsistencias que pasarían desapercibidas para otros. Hace poco reveló un nivel de conocimiento bastante... sospechoso sobre el aura y los grimm. Al decidir investigarlo, noté una serie de coincidencias. Evidencia circunstancial. Cómo el único productor de armas de Remanente se beneficiaría enormemente de las acciones de Perseo, la inexplicable cantidad de recursos que tanto Perseo como Percy Jackson pudieron adquirir, y otras más que he hecho detallar en este documento", sostuvo uno. "Esta es la única copia, para asegurarme de que no caiga en manos equivocadas antes de que pueda probarlo, o si termino equivocado. Pero hace unas horas se tendió una trampa".

Cuento de Hadas y DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora