Creo que era Navidad

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Nunca antes había celebrado la Navidad, pero decidió hacerlo ese año. Los demonios que vivían con ella no entendían qué estaba sucediendo; se preguntaban por qué tanto alboroto si, al final, todo era solo para comer.

Decidió celebrar la Navidad de la forma más tradicional posible, basándose en lo que había investigado durante su tiempo en la Tierra. Las costumbres cambiaban con los años, pero siempre había algo que podía hacerte sentir como en casa, aunque no tuvieras una propia. Se imaginó la sorpresa de los niños al ver toda la decoración navideña, y sonrió ante esa idea.


Comenzó con la casa. Transformó el departamento con colores suaves y acogedores, incluyendo un árbol de Navidad rosa que había elegido especialmente para alegrar a su hija. Suspiró al contemplar el hermoso trabajo que había realizado: todo en tonos suaves y toques de rosa. Sin embargo, justo en ese momento, el demonio de sus ojos entró a la habitación y se quedó inmóvil, completamente anonadado.


—¡Rosa! —exclamó, paseando por la habitación y tocando todo a su alrededor—. ¿Sabes lo que eso le hace a mi reputación?


Con un simple gesto de sus manos, cambió el decorado a tonos de azul y blanco. Había que admitir que el cambio era elegante y de buen gusto; su guerrero tenía un sentido estético magnífico. Aun así, no pudo evitar hacer un puchero al ver desaparecer todo el rosa que había colocado con tanto esfuerzo.


Al ver su cara de desilusión, el corazón del demonio, general de las fuerzas de la Diosa, temido por todas las especies, se ablandó. Sin poder evitarlo, la abrazó con fuerza y, mientras le daba un beso en la mejilla, hizo aparecer de nuevo un pequeño árbol rosa en una esquina de la habitación.


—Esto es lo máximo de rosa que puedo tolerar en mi vida —dijo, señalando el árbol con una sonrisa—. El resto de suavidad lo pones tú.


Con un chasquido de sus dedos, hizo aparecer un montón de regalos bajo el árbol.


—Pero que sepas —continuó—, mi mejor regalo siempre serás tú.


Ella se volvió en sus brazos, emocionada y agradecida, y le dedicó una sonrisa traviesa mientras le daba suaves besos en la barbilla.


—Entonces, ¡preparémonos para esta noche! Pronto vendrán todos a desearnos una Feliz Navidad —susurró—. Y después, te mostraré por qué, en realidad, el regalo de mi vida eres tú.


Se apartó con delicadeza y se acercó a la ventana. Apoyó las manos en el cristal, mirando hacia fuera, y se alegró de estar rodeada del calor de una familia mientras la nieve caía con fuerza. Desde la distancia, el río estaba cubierto por un manto blanco.


Pensó en sus hermanas, deseándoles que, dondequiera que estuvieran, pudieran pasar también un momento feliz. Pronto, los invitados empezaron a llegar, llenando la pequeña sala de risas y alegría. Bromearon sobre el árbol rosa, que pronto quedó oculto por la cantidad de regalos que se acumulaban a su alrededor. La comida y las bebidas circulaban con entusiasmo, mientras los niños jugaban en el suelo, rodeados de piernas que se apartaban con cuidado para no lastimarlos. Las diferentes especies se mezclaban sin reparos; en ese momento, lo único que importaba era compartir, aprovechar ese instante de paz lejos de la guerra.


Al final de la noche, todos se tomaron una foto en grupo, apretujados en un caos alegre y desordenado. Fue una tarea difícil, pero lograron mantenerse quietos el tiempo suficiente para el "click" de la cámara. Sabían que esa imagen reposaría con cariño sobre la chimenea en los años venideros, como un recuerdo de aquellos que alguna vez estuvieron juntos, cuando la vida fuera llevándose, poco a poco, a algunos de los seres queridos.


Y mientras las risas llenaban la sala, ella miró a su demonio, el guerrero de su vida, y supo que, por primera vez, realmente entendía lo que significaba tener un hogar.

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