Cena en Familia

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—¡Ya estoy listo! —gritó el niño, dando una vuelta frente al espejo mientras saltaba de emoción. Había sido un trabajo arduo armar su disfraz de manos de tijera, y el maquillaje le daba el toque final. Él estaba encantado con el resultado. La niña, por su parte, fue mucho más fácil de complacer; quería lucir como una chica go-go de los sesenta, y dada su belleza natural, el look resultó sencillo de completar. Cuando se vio en el espejo, no podía contener la emoción.


—¿Podré jugar con los niños en la calle? —preguntó ella con ojos brillantes.


—Sí —respondió su madre suavemente—. Solo recuerda que son niños, y si algo te molesta... trata de no comértelos. Sus familias los extrañarían.


La madre la abrazó con fuerza. La idea era que sus hijos se relacionaran con otros y aprendieran a controlarse, pero no dejaba de preocuparle. Ella y su compañero decidieron salir con ellos para supervisar y tomar cartas en el asunto si la situación se descontrolaba.


Llegaron a una calle cerrada, donde se encontraron con más niños listos para pedir caramelos. Les dieron un poco de espacio para que experimentaran por su cuenta, aunque los vigilaban desde la distancia. Todo iba bien hasta que llegaron a una casa oscura que irradiaba una energía inquietante. Los otros niños pasaron de largo, pero sus hijos la miraron con determinación.

Cuadraron los hombros y avanzaron sin temor, decididos a no dejar una sola casa sin explorar. Tímidamente, tocaron el timbre y cantaron: "¡Dulce o truco!"

La puerta se abrió lentamente, con un chirrido, y una luz parpadeante iluminó el porche. No se veía a nadie, pero los niños, desafiantes, intercambiaron una mirada y decidieron entrar.


El grito quedó atrapado en la garganta de su madre, que miró a su compañero buscando una señal para correr tras ellos. Pero él solo apretó los dientes y se aferró a la reja del parque, observando fijamente la puerta.


—¿Qué estás esperando? ¡Vamos! —le reprochó, al borde de la desesperación—. ¡Pueden estar en peligro!


Él sonrió y, con una calma perturbadora, le respondió:


—Cualquiera que haya abierto esa puerta para ellos debe estar arrepintiéndose. Si están en peligro, sus instintos se activarán, y ellos serán los que se lo coman.


Un ruido estruendoso salió de la casa, seguido de gritos y luces parpadeantes. La madre se irguió, lista para correr hacia sus hijos.


—No sé qué piensas hacer, pero yo voy a ver qué están haciendo —declaró, dándole la espalda y avanzando hacia la entrada. Su compañero la detuvo, sujetándola suavemente por la mano.—Iré yo, querida. —Ella lo miró con furia—. Está bien, iremos juntos, pero quédate detrás de mí.


Se acercaron a la casa y evaluaron el desastre: muebles volcados, manchas negras en las paredes que parecían sangre. El corazón de la madre latía con fuerza, y un grito llegó desde el piso de arriba. Subieron las escaleras en silencio, hasta que un demonio babosa bajó corriendo hacia ellos, con los ojos desorbitados de miedo. Su compañero se interpuso, y con un movimiento rápido, lo placó contra la pared.


—¿De qué estás huyendo? —gruñó, sujetándolo por el cuello. El demonio señaló tembloroso una habitación, donde otra onda de energía hizo parpadear las luces de la casa. Con un aullido, el demonio intentó liberarse, pero el hombre le rompió el cuello sin esfuerzo, dejándolo caer al suelo.


Se dirigieron a la habitación y, al entrar, se detuvieron, asombrados. Sonrieron aliviados al ver a sus hijos: la niña estaba de pie en el centro de la habitación, rodeada por más demonios babosa que intentaban moverse, pero cada vez que lo hacían, ella lanzaba una ráfaga de energía que los dejaba paralizados. El niño, por su parte, estaba sentado en el suelo, recuperándose de un golpe.


—¿Ves? Te dije que no había de qué preocuparse —le susurró a su compañera, llevándola de la mano hacia los niños.—¡Mamá! —La niña bajó la cabeza, avergonzada—. No pude hacer nada, nos atacaron y... no supe qué hacer.

Las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Hiciste lo correcto —le dijo su madre, acariciándole el cabello y los hombros—. Protegiste a tu hermano, y eso es lo importante. La familia es lo primero.


Le tomó el rostro entre las manos y la miró a los ojos.


—Ahora puedes relajarte. Deja de usar tu poder, linda, y ve con tu papá.


Él estaba ayudando al niño a ponerse de pie, escuchando atentamente su relato de cómo los habían engañado, diciéndoles que en el piso de arriba había los mejores caramelos.


Ya reunidos, la madre miró a la niña y le dijo:


—¿Recuerdas que te dije que no podías comerte a nadie porque sus familias los extrañarían? —La niña asintió, aliviada de no haberlo hecho—. Bueno, en este caso, haremos una excepción. Nadie los extrañará, y estaremos haciendo un bien a la humanidad.


La madre dejó que sus ojos brillaran en un rojo profundo y sacó de su diminuta cartera un frasco de salsa barbacoa extra picante, esbozando una sonrisa amplia y traviesa.


—¡Feliz Halloween, niños! Es hora de comer.


Los niños, emocionados, se lanzaron a la caza. Y esa noche, la familia entera disfrutó de una cena inolvidable, con los demonios babosa como platillo principal y el sabor de la aventura compartida grabado en sus corazones.

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