Solos

2 0 0
                                    

Deteniéndose en la entrada de su casa, observó con placer los alegres colores pintados en las paredes. En un rincón, unas pequeñas huellas de manos a la altura de un niño de dos años la hicieron sonreír. Las luces bajas no lastimaban sus ojos, y a través del gran ventanal podía ver la extensión de la ciudad iluminada.


Las luces de la calle titilaban suavemente, uniéndose al brillo de las estrellas en el cielo despejado. Los faros de los autos parecían estrellas fugaces sobre el suelo, corriendo en su camino hacia ningún lugar. A contraluz, junto a la ventana, distinguió la silueta de un hombre, observándolo atentamente.


Él estaba de espaldas, mirando a través de la ventana con la frente apoyada en el cristal. Sus brazos extendidos formaban un arco, y tamborileaba con los dedos, sin un ritmo claro. Alto, fuerte y de piel morena, tenía los ojos de un tono amarillo brillante, la única parte de él que, cuando estaban juntos, no se molestaba en ocultar, sabiendo cuánto le gustaban a ella.


El enorme demonio parecía absorto en sus pensamientos, y los golpes de sus dedos eran erráticos. Al verlo, un suspiro se le escapó de los labios. Sin poder contenerse, cruzó la sala, esquivando algunos juguetes esparcidos por el suelo, y se acercó suavemente. Lo rodeó con sus brazos, descansando sus manos sobre sus costillas y apoyando la mejilla en su espalda, abrazándolo.


Si él notó su presencia, no lo mostró, aunque sus ojos reflejados en el vidrio brillaron con más intensidad, cubriéndose brevemente de un matiz rojo, indicador de deseo. Con una mano, acarició la de ella, apretándola un momento antes de volverla a su posición original.


Él permaneció en silencio, sus ojos encendiéndose y apagándose mientras ella se movía sobre su espalda. Al darse cuenta de que interrumpía su tren de pensamientos, comenzó a alejarse, pero él bajó las manos rápidamente, girando para rodearla por la cintura. La atrajo hacia él y la besó con tal intensidad que la dejó sin aliento y la mente en blanco. Entreabrió los ojos, soñadora, y encontró su mirada amarilla fija en su rostro, mientras una lenta sonrisa, llena de promesas, se extendía en sus labios.


—¿Qué era ese libro que estabas leyendo el otro día? —preguntó, con los ojos escrutando cada uno de sus gestos—. Sí, ese mismo, el que escondiste en el cajón de noche.


Cuando intentó zafarse, él la atrajo con más fuerza, besándola con una pasión que la hizo sonrojar. Con una sonrisa divertida, le acarició el cuello con la nariz y, sin esfuerzo, la levantó del suelo, acomodándola a su gusto mientras una de sus manos descendía hasta su trasero. Le mordió suavemente el labio, y luego, con ella en brazos, salió de la sala y la llevó hacia su habitación. Cerró la puerta con la mente, asegurándose de trancarla, dispuesto a disfrutar juntos de la noche.

Historias al azarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora