Huyendo

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Correr, hasta que el costado te duela y el aire se vuelva escaso, hasta que sientas que la cabeza va a estallar. Correr y seguir corriendo para dejar atrás los problemas, los dolores, las tristezas. 


Solo quedan el camino y tú, nada más.

Sigues corriendo, pensando únicamente en dónde pones los pies, en el camino que se extiende frente a ti, aspirando a un horizonte nuevo, a un destino diferente. Corres hasta que los pulmones arden, hasta que el corazón parece querer escapar del pecho, hasta que no queda nada más que ese impulso.


En la distancia, apenas se distinguen las luces de la ciudad que amas, el lugar donde están aquellos que necesitas. Entonces, solo piensas en correr, correr para volver junto a ellos. Cada paso te acerca a casa, a los brazos de tu hijo, a la sonrisa de tu hija. Corres hacia las salidas compartidas, hacia los momentos con tus amigos y tu familia. No es el camino lo que se abre ante ti, sino el regreso a todo lo que amas y necesitas.


Dejas atrás el sendero y vuelves a lo conocido. No importa cuánto duela, no importa lo extraña que pueda parecer la vuelta. Sigues corriendo, con la esperanza de que cada minuto te acerque más. Finalmente, te detienes frente a la puerta de tu hogar, exhausta. Todo lo que puedes hacer por ahora es correr, para desahogar la frustración, el dolor, la desesperación, el miedo, la ira. Regresas sintiéndote más ligera, sabiendo que, al menos por ese día, todo lo oscuro ha quedado atrás.


Sabes que mañana volverás a hacerlo, que necesitas esa carrera para proteger la calma de aquellos que siempre están contigo. Porque, al final, todos tenemos esa tendencia de regresar a los lugares donde todo comenzó, aunque sean lugares dolorosos o llenos de personas que alguna vez dolieron. Aun así, eliges evitar el pasado y continuar hacia adelante, hacia la familia que te espera, porque ese es el destino que siempre te empuja a correr.

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