CAPÍTULO 57

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Samuel estacionó frente al edificio donde vivía Rachell, dentro del auto, en medio de besos y caricias se despidieron. Él decidió no subir al apartamento porque sí lo hacía no bajaría, al menos no, hasta al día siguiente.

Condujo hasta el hotel Palace donde sabía estaba su tío hospedado, debía hablar con él para aclarar la situación y se preparaba para una conversación difícil.

Intentaba concentrarse en qué le diría a su tío, pero no lograba hilar nada, porque sus pensamientos eran atados al momento en que la jueza Darnell dictó cadena perpetua a los asesinos de su madre y con eso un gran peso lo liberó.

No había espacio para nada más en su cabeza que no fuese celebrar su primera victoria y sonreía satisfecho porque todos sus esfuerzos habían tenido el fruto esperado.

El valet parking se encargó del vehículo, desde el lobby marcó al número de su tío, pero después de varios intentos no contestó, suponía que debía estar ocupado, porque por muy molesto que estuviese con él, siempre le respondía las llamadas.

Deambulando por el vestíbulo decidió bajar las escaleras que lo conducían al bar Trouble's Trust, a esa hora se encontraba prácticamente desolado, nunca había sido partidario de sentarse en las barras a menos que tuviese que contarle al barman algún mal de amor y como no era su situación se decidió por ubicarse en uno de los sillones de cuero verde oliva.

Se sentó cruzándose de piernas, al apoyar el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda y pidió un coctel "The Queen of Mean" aún no digería completamente el almuerzo que había compartido con Rachell, como para optar por algo más fuerte.

Dejó sobre la mesa baja el teléfono móvil a la espera de que su tío le devolviese la llamada. Mientras disfrutaba de la mezcla de sabores que le brindaba el trago.

Estaba por pedir el segundo cuando la pantalla del iPhone se iluminó anunciando la llamada entrante de su tío, sin hacerle perder tiempo contestó.

—Tío, necesito hablar con usted.

—Sí, Samuel. Necesitas hablar conmigo —concordó el hombre con tono serio.

No necesitaba que su tío le dijera que estaba molesto, con que lo llamara Samuel ya lo sabía.

—Estoy en el lobby desde hace unos quince minutos, pero como no me contestó —dijo con las defensas en el suelo.

—Estaba en el baño por eso no contesté. Sube —pidió con tono autoritario.

—Ok —dijo haciéndole un ademán al mesonero para que se acercara hasta él. Finalizó la llamada y desvió su atención al hombre que vestía pantalón negro, camisa blanca, manga larga y un corbatín, sin saco—. La cuenta por favor.

—Son veintisiete dólares, señor.

Samuel buscó su billetera que llevaba efectivo y dejó sobre la mesa dos billetes de veinte, al tiempo que se ponía de pie.

En el ascensor dejó libre un par de suspiros pasándose las manos por los cabellos. Ya sabía que no sería fácil.

A su llegada lo recibió el mayordomo informándole que el señor Garnett lo estaba esperando en la habitación, por lo que Samuel subió a la segunda planta de la suite.

Reinhard Garnett lo esperaba con un albornoz blanco de paño que tenía bordado en dorado el nombre del hotel, el cabello mojado y peinado hacia atrás, mostrándolo recién afeitado y en la mano derecha un vaso tallado que contenía licor.

—Siéntate —le pidió señalándole un sofá de dos plazas en color hueso con ribetes dorados.

—Ya estoy sentado —dijo alzando las manos a modo de rendición.

Dulces mentiras: continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora