CAPÍTULO 56

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El viernes 21 de febrero de 2014 a las nueve de la mañana, era uno de los días más esperado por Samuel Garnett, les dictarían sentencia a los asesinos de su madre y confiaba en que se haría justicia.

Aunque se sintiera seguro también se sentía nervioso. Carl Joseph se encontraba sentado con un semblante inmutable, a la espera de que los imputados fuesen presentados.

Samuel también temía por Rachell, no quería exponerla a que viera una vez más al mal nacido que la engendró, pero ella se empeñó en acompañarlo, solo esperaba que su tío sentado a su lado le diera la fortaleza que necesitaba.

En ese momento quería ser él quien estuviese tomándole la mano y asegurándole que nada malo pasaría porque no lo iba a permitir. Ella una vez más le demostraba que era una mujer realmente fuerte y que podía pararse en frente a sus demonios y vencerlos.

Los imputados fueron presentados y Carl se puso de pie al mismo tiempo que lo hacían los abogados defensores, seguido a ellos los hizo el público presente incluyendo al gran jurado, que solo serviría como testigo.

Después de ocho años Rachell volvía a ver a su padre y no pudo evitar que los latidos del corazón se le alteraran, él la reconoció y le mantuvo la mirada, pero ella no pudo hacerlo y bajó la vista a sus manos tratando de huir del poder que aún ejercía sobre ella.

Se regañó internamente por mostrarse tan temible y en contra de todos sus temores elevó una vez más la mirada y tragó en seco para bajar la angustia que hacía mella en su seguridad.

Rachell no podía escuchar lo que la jueza hablaba, sus oídos zumbaban y tan solo como autómata imitaba a los que tomaban asiento.

Físicamente había cambiado muy poco, seguía siendo el mismo demonio, pero con unas cuantas libras menos, al menos se presentaba ante la Ley de manera acorde y no con la asquerosa barba que siempre llevaba.

Al fin conocía a su tío y demostraba ser de la misma clase de su padre, al parecer lo llevaban en los genes y agradecía al cielo no haber heredado tanta maldad.

Verlo una vez más solo ratificaba el odio que sentía hacia ese hombre y solo entonces por segundos pensó en su madre y qué habría sido de ella, sabía que el único que podía darle esa respuesta sería el hombre que nunca más le dirigiría la palabra.

Sean Hardey solicitó la palabra antes de que le dictaran la sentencia. La jueza Darnell se la concedió y Carl Joseph lo invitó a que pasara al estrado.

—Por favor díganos su nombre. —Solicitó el fiscal en ejercicio, mientras Samuel miraba fijamente al acusado.

—Sean Hardey —musitó con la mirada al suelo.

—Por favor, para que todos puedan escucharlo —pido Carl, haciendo un ademán hacia el público.

—Mi nombre es, Sean Hardey —contestó con la mirada al frente y en voz alta y clara, no obstante, sus manos temblaban y el corazón iba a reventarle el pecho.

Juraba que se había preparado para el momento, pero ahora que lo vivía solo quería salir de ese lugar y estaba consciente de que únicamente necesitaba un milagro, entonces se arrepentía de lo que había hecho con Elizabeth Garnett.

—Buenos días, señor Hardey —El fiscal saludó en tono cortés y profesional.

—Buenos días —correspondió manteniendo el tono de voz que le habían pedido.

—Usted dirá señor Hardey —instó Carl parándose frente al imputado y mostrándose realmente regio, mientras los ojos verdes selvas miraban atentos.

Dulces mentiras: continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora