CAPÍTULO 63

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El jardín de la residencia Garnett, parecía haber salido de un cuento de hadas, de las ramas de los árboles caían cintas de seda en colores azul cielo, rosa viejo y blanco que el viento agitaba ligeramente, los troncos habían sido revestidos con mangueras de luces Led para brindar una óptima iluminación.

En puntos claves de la grama, lámparas de grupos de tres esferas en diferentes tamaños iluminaban el camino que llevaría a los novios hasta el altar que se encontraba debajo de una gran carpa blanca, franqueada por inmensos árboles que les regalaba metafóricamente la luna ya que de sus ramas más altas también colgaban lámparas esféricas.

Una elección perfecta de flores entre Dalias, Orquídeas y Calas hacía la decoración más delicada.

Sophia y Reinhard Garnett, habían decidido casarse con el poniente del sol cuando el astro rey acariciara con toda su energía al Cristo Redentor, frente a ellos en lo alto del cerro de Corcovado y cuando los rayos hicieran un maravilloso y único espectáculo filtrándose a través del espeso follaje de los árboles del jardín.

Del otro lado del jardín estaban las carpas donde se llevaría a cabo la íntima celebración con pisos de madera pulida y con la misma decoración que cautivaba sumergiendo a los presentes en un hermoso cuento.

El corazón de Sophia golpeaba fuertemente contra su pecho y el oxígeno le faltaba mientras le colocaban la tiara de perlas con pequeños diamantes y observaba a través del espejo lo hermosa que se veía.

—Presiento que se me van a salir la tetas —dijo acunándoselas.

—No se te va a salir nada, solo las tienes un poco inflamadas —le dijo Rachell que le ajustaba la tiara.

—Te ves hermosa Sophie —confesó Megan con la mirada brillante anhelando algún día verse así, ya fuese embarazada o a punto de casarse.

—¿Hermosa? Si mira como tengo la nariz, parece un Ferrero Roche —chilló refiriéndose al bom bom y apretándosela.

—Tú eres la única que te ves miles de defectos. Estás hermosa —aseguró Thais, ayudándole a colocar los zapatos.

—Sophia siempre es así, esté embarazada o no, arma un drama cada vez que tiene que vestirse, así que no se preocupen. —Las tranquilizó Rachell.

La diseñadora no aceptó que ningún estilista se encargara de su mejor amiga, quería ser ella quien la arreglara en uno de los días más importantes de su vida y a esa petición se le sumaron Megan y Thais.

El vestido color champán de Sophia era lo prudencialmente largo para que pudiese moverse con facilidad, debido al clima y el lugar donde se llevaría a cabo el enlace, el calzado eran unas sandalias con un delicado bordado y de un tacón realmente bajo.

La madrina y damas de honor usaban vestidos en color rosa viejo, a la altura de las rodillas con telas ligeras y escote palabra de honor. La elección del color de los vestidos contrastaba hermosamente con las pieles bronceadas a causa de los últimos días bajo el imponente sol de Río de Janeiro.

Un llamado a la puerta las hizo sobresaltar y el corazón a Sophia se le instaló en la garganta.

Thais caminó a la puerta y solo abrió un poco, para evitar que vieran a la novia.

—Vengo por Sophia, tú te esperas hasta la noche —dijo Ian guiñándole un ojo a su esposa, que sonrió ante el comentario y le concedió el paso a la habitación.

A Rachell se le llenaron los ojos de lágrimas y tragó en seco para pasar otras tantas que se le arremolinaban en la garganta porque anhelaba que en ese momento quien entrara por Sophia fuese Oscar, era él quien merecía tal privilegio y no estaba, ya no podría fungir como el padre que fue para ellas.

Dulces mentiras: continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora