CAPÍTULO 61

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Samuel escuchaba atentamente la reprimenda de su tío y de su abuelo Mícheál por haberse perdido por tanto tiempo sin dar ninguna razón. Recalcaban que no había justificación alguna para que los hiciera vivir tanta angustia.

Dos Garnett parloteando sin parar hacían que la cabeza empezara a dolerle, sobre todo el sermón del abuelo que combinaba el irlandés con el portugués.

—Sé que tenías razones para tomarte tu tiempo, eso lo comprendo. Solo quiero que no te des por vencido, porque seguimos en la lucha, vamos a apelar e intentarlo una vez más y todas las veces necesarias hasta que todos los culpables de la muerte de mi hermana paguen. —dijo Reinhard sentándose al lado de Samuel.

—Ahora no tío, estoy cansado. Verdaderamente estoy cansado de todo esto —dejó libre un pesado suspiro—. Necesito tiempo, encontrar nuevas pruebas no es fácil. No sé ni siquiera si tengo deseos de continuar. Tal vez deba dejar todo en las manos del supuesto Dios justo.

—Está bien, sé que estás cansando y te comprendo. Si quieres está vez no te involucres en el caso. Déjalo en manos de otras personas.

Samuel se quedó en silencio mirando a los ojos celestes de su tío y comprendía esas ganas en él de encontrar la justicia que su madre se merecía, pero era porque apenas se enteraba de lo sucedido, tenía sus ganas intactas, en cambio él había luchado dieciocho años con su sed de justicia o venganza le daba igual qué mierda era lo que buscaba. De lo único que estaba seguro en ese momento era que quería descansar y dejar de atormentar a su madre.

—Tío, creo que es mejor que regrese a Brasil atienda su negocio y se case. La mujer le va a parir y no se ha casado. ¿No me diga que aún anda de rebelde? —aconsejó tratando de desviar el tema.

—Sam, quiero que sepas que Brockman no va a salirse con la suya. Si él pagó para que le hicieran eso a mi hermana, él va a pagar. Vamos a tomarnos un tiempo, unos meses a que estés más calmado y retomamos todo, solo con la condición de que estés presente en mi boda.

—Estaré, eso no puedo perdérmelo.

—Sophia quiere algo sencillo, yo también lo quiero. Así que, en un mes, máximo mes y medio me estoy casando de nuevo y ahora espero que sí sea para toda la vida.

—Bueno no es mucho tiempo eso —dijo sonriente y se llevó un manotazo de su abuelo que estaba sentado al otro lado.

—Viejo yo y aún me queda tiempo. —argumentó el viejo Mícheál Garnett. Un hombre alto de contextura aún fuerte y unos impactantes ojos azules. Después del manotazo le consoló con un abrazo.

—¿Dónde está la abuela? —preguntó recorriendo con la mirada la sala.

—Está con Thor en el gimnasio —dijo Reinhard poniéndose de pie—. Yo regreso al hotel con mi futura esposa.

—¿Con Thor en el gimnasio? —preguntó Samuel frunciendo el ceño.

—Necesitaba un poco de distracción porque no paraba de llorar ante la angustia. —comentó el viejo Garnett.

—Entonces voy a quitarle la angustia antes de que Thor la vuelva adicta a las pesas —Sonrió y antes de ponerse de pie le palmeó una pierna al abuelo, con ese toque ratificándole que todo estaba bien, al menos por el momento.

Samuel con paso tranquilo se dirigió al gimnasio y no pudo evitar sonreír al escuchar a Thor instando a la mujer.

—Vamos abuela, una más, una más. Ya verás que el abuelo botará la baba cuando te vea el culo —le decía mientras la mujer sufría con una sentadilla.

Dulces mentiras: continuaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora