10.MÍO

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El cielo era de un color naranja impresionante, pintado por el sol poniente, cuyos últimos rayos de la luz iluminaban las nubes de Amram. Los colores eran brillantes pero tenues, eran un espectro que iba desde la hierba y los árboles, a un amarillo azulado, casi en la cima, extendiéndose a su alrededor.

Estaban sentados bajo un árbol en el campo, donde las ramas creaban una sombra reconfortante por encima de ellos, el calor siendo la tercera compañía. Isabel tenía la cabeza apoyada en el hombro de este mientras se acurrucaba en su regazo, en silencio. Sus respiraciones se normalizaban apenas, después de una carrera por el bosque que había acabado mal.

Sam recordó su caída en un ataque de risa. Había caído porque sus pies se enredaron entre ellos y, resignándose a correr, en su lugar se preparó para caminar, sonriendo tímidamente cuando Isabel, por delante de él, solo se había dado la vuelta cuando se dio cuenta de que no había nadie corriendo a su lado.

—Me arruinaste la carrera. ¡Iba a ganar! —le recriminó esta, imaginando el porqué de su ataque de risa, mirándolo, después de que sus respiraciones se calmaran.

—¡Me caí! —Sam se señaló a sí mismo. Volviendo al presente—. Hubieras ganado de todos modos.

—Pero ahora no sabremos la verdad, ¿o sí?

—Yo sé que sí —respondió acariciando su cabello y entrelazando sus dedos.

—¡No, no lo sabes! —argumentó haciendo pucheros.

—¿Qué tal si te doy un premio, para hacerlo oficial?

Esta sonrió.

—Está bien.

—Voy, prepárate.

Sam se inclinó hacia abajo y gentilmente le robó un beso en los labios. Isabel lo miró.

—El peor premio.

—Disculpa —respondió Sam indignado—, no todo el mundo puede besar estos labios.

Isabel entrecerró los ojos y apretó su mano.

—Será mejor que tengas razón. —Hizo una pausa, acercándose más—. Exijo un premio mejor.

Sam rodó los ojos, moviendo su mano libre a la parte posterior de la cabeza, encontrando sus labios en un beso apasionado, lamiendo sus dientes y presionando contra su lengua. Isabel quiso agarrarle de la cintura, pero antes del movimiento este se separó, acercándose a su oído.

—¿Mejor? —preguntó, en un tono suave y bajo, haciéndola estremecer.

—Mucho —respondió alegremente, tirando de su mano con el fin de pararse y seguir caminando.

—Así me gusta —sonrió, levantándose.

Se movieron a través del bosque con el aliento aún un poco pesado. Una vez llegaron a un sitio más tapado, se volvieron a sentar debajo de otro árbol, en la misma posición. El aliento de Isabel chocaba con su cuello, dejando a Sam con una sensación de tranquilidad, perdiendo la noción del tiempo.

Sus ojos estaban fijos en el cielo, viendo los colores transformarse en la puesta del sol. Las yemas de sus dedos elaboraron pequeños dibujos junto a los huesos de la cadera de esta. De repente se vio sorprendido cuando los labios aún apoyados en contra de su cuello se empezaron a mover.

—Sam, ¿por qué me quieres?

Este la miró sorprendido.

—Isabel, mírame —exigió, pero esta no levantó la vista—. Isa, mírame —repitió. Esta vez Isabel negó con la cabeza—. Isabel... —murmuró, levantando su barbilla con el dedo índice. Conectaron miradas, notando cómo los de ella aguantaban las lágrimas y su labio inferior temblaba—. ¿Por qué la pregunta?

Isabel dio un suspiro largo.

—Yo estaba... —Su voz se quebró, empezando a jugar con sus dedos—. Yo estaba pensando en la foto que vi en tu juego del otro día. Está claro que no soy tu primera vez, como tú lo eres para mí, pero... ¿hay gente que te quiere más que yo? O acaso ¿le mostraste a esa persona cómo lo haces conmigo? Quiero ser tu primera vez en algo, Sam.

El corazón de este prácticamente se rompió allí mismo, escuchando la voz de ella tan baja y áspera.

—Isa... —suspiró, tratando de mantener su cabeza fría—. Sí, tienes razón. Ha habido otras personas antes que tú. —La cara de Isabel se arrugó—. Pero eres mi primera vez en muchas cosas... —Esta lo miró inquieta e intranquila, esperando la continuación—. Eres la primera en mostrarme este paraíso, la primera en hacer que me olvide de mis obligaciones, la primera persona a la que le abro mi corazón, sin verdades a medias, te quiero, llevo diciéndotelo desde hace tiempo. Te quiero de verdad.

—¿Me lo demuestras? —preguntó insegura, con la voz muy baja.

—Sí —respondió sin aliento—, por supuesto que sí. —Ahuecó la mandíbula de Isabel y la besó con fuerza, tratando de verter todo lo que tenía en el beso—. Te quiero, Isa —dijo entre besos—, mucho.

Isabel sonrió entre el beso, sus manos, agarrando posesivamente su pelo y tirando de él más cerca, tirando, tal vez más de lo necesario su lengua dentro de la boca de este. Mordió con fuerza su labio inferior cuando Sam se alejó, acercándose a su cuello y dejando una marca, asegurándose de que quedara bien. Mordió y chupó fuertemente con la intención de hacer que durara por días.

—Mío —gruñó.

Sam la miró, sonriendo mientras le robaba un beso y contestaba un alto y claro «tuyo».

La edad de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora