13.UNIDOS

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La yema del dedo índice de Isabel trazó pautas sin rumbo en el pecho del chico, que se expandía y contraía en movimientos lentos. El muchacho había estado durmiendo durante Dios sabe cuánto tiempo y esta se estaba poniendo muy impaciente. Extendió sus dedos como si formaran una estrella y colocó su mano sobre su pecho desnudo, observando los labios gruesos del chico, ligeramente abiertos, exhalando aire no deseado y volviendo a inhalar. Se acercó lo suficiente y presionó sus labios con los de Sam, esperando una respuesta, la cual no hubo. Sintiéndose frustrada, añadió un poco más de fuerza en el beso, consiguiendo nada más que una contracción de un brazo. La muchacha se apartó en medio del beso, soltando un gruñido molesto y empujando el brazo de este fuera de su cuerpo.

Los pequeños pies de Isabel se pusieron en contacto con el suelo de madera, sintiendo un escalofrío por su cuerpo, dándose cuenta de que los calzoncillos que le había dado Sam no le bastaban para luchar contra el frío. Con la mirada escaneó la habitación oscura, ayudándose con la poca luz que entraba por la ventana. Observando las paredes de color azul antes de aterrizar en una gran estructura de madera con un montón de libros. Una sonrisa apareció en su cara mientras se arrastraba a la estantería, explorando una gran variedad de cubiertas duras y blandas.

Con la esperanza de que ya estuviera despierto, Isabel echó un rápido vistazo por encima del hombro, para después poner ligeramente mala cara. El sonido de la suave respiración de Sam se ahogó, siendo opacado por un sonido nuevo y poco familiar que llenaba el silencio, perforando su oído. Isabel sintió que su corazón se arrastraba hacia arriba, quedándose atascado en su garganta por el miedo, dio unos pasos largos y apresurados hasta llegar otra vez a la cama. Tiró de la manta sobre su cabello mientras su cuerpo se aferraba contra el de Sam, para después tirar con todas sus fuerzas de la manta encima de ellos, como protección hacia el sonido extraño.

—Sam, Sam —llamó esta desesperadamente.

—¿Qué, Isa? —preguntó con voz ronca, completamente aturdido—. ¿Qué pasa?

—Algo está afuera, se escucha muy fuerte. ¿Qué es? ¡¿Por qué no se detiene?! —preguntó prácticamente gritando.

—Isabel..., eso son sirenas. Significa que alguien está en peligro. Esos ruidos fuertes son una señal para decirle a la gente que la ayuda está de camino —explicó, aún escuchando a la ambulancia, ahora más lejos.

—Oh —susurró.

Sam se echó a reír entre dientes, disfrutando la situación, siendo consciente de que esta era la primera vez que Isabel se quedaba tanto tiempo en su mundo. Los labios de este se estiraron, haciéndolo parecer un pato, ganándose una carcajada de parte de la chica. Isabel se acercó, juntando sus labios para finalmente besarlo.

—¿Hay algo más que te pueda ofrecer, chica valiente? —susurró contra el par de delgados labios.

—Quiero que me hagas el amor —le contestó de la misma manera, totalmente segura.

—Está bien —respondió, sonriendo y acercándose a ella.

Empezó con besos en el cuello, buscando a tientas y cogiendo el lubricante, llenando sus dedos con el líquido fresco y llevándolos a la entrepierna de ella, una vez apartó sus calzoncillos, ganando un suave gemido. Metía y sacaba los dedos despacio, queriendo, esta vez, hacerle el amor suavemente.

Isabel empujó distraídamente sus caderas hacia arriba, haciendo que este embozara una sonrisa ante la impaciencia de la chica, moviendo la mano una poco más rápida.

—Por favor, date prisa —murmuró Isabel, en un tono inocente, deseando sentir otra vez ese placer.

Este volvió a sonreír, recostándola y poniéndose encima. Sacó sus dedos de dentro de su coño, poniéndola en su entrepierna y centrándola en la entrada, empujando poco a poco. Apoyó su cabeza en su cuello, mordiendo y lamiendo como si fuera su paleta favorita. En la habitación solo se escuchaban sus respiraciones constantes, moviéndose a un ritmo suave.

Los gemidos de Isabel eran bajos, llenos de miseria y necesidad. Apretó su cuerpo más al de ella, encajando sus uñas y arrullando su espalda.

—Isa... —se quejó por el dolor, mordiendo su cuello y acelerando un poco el ritmo.

—Más —gimió en un gruñido, enredando sus piernas en la cintura del chico y empujando hacia ella.

Sam levantó la cabeza de su cuello, observándola fijamente e intercambiando besos perezosos.

—Poder oler lo excitada que estás desde aquí —respondió lamiéndose los labios, perdido en sí mismo—. Sentir tu coño así de húmedo rodear mi polla es tan delicioso —gimió empujando más rápido, agarrando su cintura—. ¿Te gusta?

—¡Sí..., me...!

Isabel fue interrumpida.

—¡Sam! —escucharon una voz llamando desde el piso de abajo y la puerta principal de la casa ser cerrada.

La edad de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora