15.ME GUSTA

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Los ojos de Isabel escanearon alrededor de su nuevo entorno, expectantes sobre lo que podría suceder inesperadamente. Miró a la nevera, recordando las palabras de Sam: «Es para mantener la comida, evitando que se dañe y aguante mucho más», «el fregadero es para obtener agua, al igual que el lago Linsus» y «las ollas y sartenes son para la preparación de la comida». Observó los numerosos armarios de madera, preguntándose la importancia de lo que hay dentro para después centrar su atención en horno, estufa y microondas. «¿Cómo lo hacen para encender un fuego en algo tan estrecho?», se preguntó a sí misma, confusa.

Mientras, Sam estaba en el medio de la cocina, reuniendo todos los ingredientes para la preparación de la pizza, preocupado por no oír divagaciones de esta.

—Isa, ¿estás bien? —preguntó, cortando en cubitos las aceitunas sin semillas, poniéndolas en un tazón.

—Sí. —Isabel sonrió en respuesta, acercándose por detrás y envolviendo sus brazos alrededor de este, apoyando su frente entre los dos omóplatos. Dejó escapar un suave suspiro, jugando con la tela de la camisa mientras trataba de distraerse con el aroma del muchacho, levantando su barbilla y descansando la mitad inferior de su rostro en su hombro.

Miró lo que se encontraba fuera de la pequeña ventana de la cocina, sus ojos estrechándose, concentrándose en una figura a través del patio, observando cómo esta llevaba algún tipo de arma de plata. Isabel dejó escapar un pequeño grito de asombro, agarrándose en los bíceps de Sam para tirar de él hacia abajo.

—¿Qué? —preguntó frunciendo el ceño cuando su espalda chocó con los armarios y su trasero en suelo, preparándose para protestar contra las acciones de Isabel.

—¡Shhh! —ordenó esta, presionando su dedo índice con dureza en sus labios—. Hay algo afuera —susurró, señalando con la cabeza la ventana.

Sam se frotó la espalda, levantándose y mirando afuera.

—Isabel —suspiró—. Eso es solo mi vecina. Está dejando un pastel en la ventana para que se enfríe, ¿ves? —Le ofreció su mano grande a la más pequeña, ayudándola a levantarse para que esta mirara por la ventana.

El cuerpo de Isabel se presionó a la defensiva, mirando a una señora de mediana edad dejar un pastel humeante en la cornisa de la cubierta.

—Oh... —susurró.

Sam rio, dándole un beso en la sien, encima del tejido de color celeste que llevaba puesto.

—Deberíamos regresar a cocinar, ¿no? —habló, girándose y sin esperar respuesta de esta, centrándose en terminar.

Una vez todo preparado y colocado en la mesa del salón, Isabel miraba apoyada en el marco de la entrada de la cocina un líquido de color naranja opaco colocando en el centro de la mesa, preguntándose el sabor de este. Se frotó las manos mientras recordaba las palabras de Sam diciéndole que no tocara nada hasta que él le diera el visto bueno y, con esas palabras en mente, se acercó al muchacho, quien estaba terminando de cortar la pizza.

—¿Puedo probar algo de esto? —preguntó, inclinándose para susurrarle las palabras, ganando un asentimiento como respuesta.

Isabel sonrió sentándose en la mesa a la vez que Raquel y Gemma, la hermana de Sam, entraban por la puerta, sentándose una al lado de la otra, Raquel quedando enfrente de Isabel. Centró su mirada a estos dos, sonriéndole a la muchacha.

—Entonces, Isabel, ¿ya terminaste la escuela? —empezó a entablar una conversación, alcanzando el plato para obtener una porción de pizza.

—Sí —respondió instintivamente.

Sam volteó en cuanto dio su respuesta, su mano pasando por debajo de la mesa para apoyarla en su muslo, acariciándola en aprobación antes de darle un poco del jugo de naranja que tanto deseaba.

—Tienes unos ojos preciosos, Isabel —comentó la hermana de Sam, sonriendo. Isabel no podía negar el parecido de estos dos. Tanto que le costó presentarse al verla entrar unos minutos después que la madre de Sam subiera a la ducha.

—Ustedes también tienen unos ojos bonitos, al igual que Sam. —El nombrado sintió el calor de su cuerpo subir por su cuello mientras sonreía a su comida, sintiendo sobre él los ojos de Raquel. Mientras, los pies de Isabel se balanceaban, no pudiendo realmente estar quieta y sonriendo a las dos chicas frente a ella.

—Gracias, cariño —respondió Gemma. Para después empezar una conversación con su madre sobre algunas de sus amistades y las tonterías que hacían a menudo.

No entendiendo del todo la conversación, Isabel decidió comer su pizza en silencio, mirando cómo el muchacho comía su trozo. Quedando embelesada al ver cómo la lengua de este pasaba fuera de su boca, asegurándose de que no quedara ninguna miga pegada en sus labios, y la forma en que su fuerte mandíbula podía moverse de cierta manera cuando apretaba la pizza entre sus dientes.

—Su hijo también es un buen besador... —susurró, aún mirando sus labios. Los músculos en la parte de la garganta de Sam casi se cerraron alrededor del líquido naranja dentro de su boca, haciendo que se ahogara un poco hasta conseguir tragar el resto. Isabel colocó su pequeña mano sobre su espalda, frotando con dulzura—. ¿Estás bien? —le preguntó en un tono vacilante. La mano de Sam volvió a reunirse en el muslo de ella, dándole un ligero apretón para asegurarse de que se mantuviera en silencio. Sus ojos dirigiéndose a su madre, que sonreía divertida ante la situación—. Aunque un poco torpe, ¿no? —volvió a hablar la muchacha, sin ser consciente del ambiente mientras posaba su mano sobre la de Sam, que aún seguía apretando su muslo.

Gemma se echó a reír, dejando que la declaración de Isabel la arrastrara hacia unos años atrás, pensando si ahora era el momento más adecuado para hacer que este muriera de la vergüenza con las anécdotas que tenía para contar. Sam se quedó en silencio, enviándole miradas de muerte a su hermana, no gustándole nada la forma de su mirada.

Siguieron entablando una conversación, ahora Isabel hablando de su vida y haciendo reír a todos.

—Qué imaginación —habló Raquel, parándose y recogiendo los platos de la mesa, el muchacho siguiendo sus pasos. Ambos, dirigiéndose a la cocina—. Sam, ¿puedo hablar contigo? —preguntó en un tono suave, empezando a fregar los platos sucios.

Este envió una mirada hacia su novia y hermana, aún charlando en el salón, y en silencio oró para que su madre no le preguntara sobre las aventuras de Amram. Se dirigió a su lado, cogiendo un plato mojado y una toalla, empezando a secarlo.

—Sí... —inició la conversación, dejando de frotar el plato seco para guardarlo posteriormente.

—No quiero meterme en tu vida privada, ya eres un adolescente de diecisiete años..., pero ya no te hablo como tu madre, sino como una cotilla... ¿Qué es lo que realmente hay entre vosotros dos? —preguntó, mirándolo fijamente.

Sam desvió la mirada, sin dejar de secar los otros platos, pensando cómo responder.

—Estoy enamorado... —comentó en un tono suave.

Raquel apretó la orilla del fregadero, parando el agua que salía del grifo y quedando en silencio, escuchando las risas ahogadas que venían del salón. Enredó sus manos en la toalla que Sam tenía en la mano y se apoyó en el borde del mostrador, mirando a su hijo. El chico de cabello ondulado devolvió la mirada, teniendo un estallido de pánico, esperando la respuesta de aceptación. Muy pronto, sintió dos brazos envolviéndose alrededor de él en un abrazo dulce y suave.

—Realmente me gusta... —comentó Raquel antes de separarse, mirándolo con una sonrisa de oreja a oreja.

La edad de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora