El cielo en Amram era una manta de color naranja en la parte superior, ligeros matices de gris eran visibles en puntos separados del cielo mientras la noche se acercaba.
Isabel estaba inclinada sobre el borde del lago. Mirando su reflejo por un rato antes de meter su dedo en el agua fría, observando cómo el líquido se alejaba de su dedo en pequeñas y lentas ondas. Esta sonrió ampliamente, sacando su dedo y ahora centrándose en una estrella. Metió y cerró la palma de la mano de golpe, con una mueca extraña en el rostro cuando pequeñas gotas la salpicaron.
Oyó una risita ahogada detrás de ella, haciendo que girara la cabeza y observando cómo Sam la miraba con una expresión fascinada, preguntándose a sí mismo cómo podía conseguir tanta diversión en algo tan infantil.
—Ven —susurró la muchacha, acariciando un lugar en el césped con la mano húmeda. Sam se acercó hasta quedar de rodillas al lado de la chica, más pequeña, asomándose al agua también. Sin embargo, esta ya no se centraba en su reflejo, miraba al chico a su lado—. Eres aún más bonito en el agua —se dijo a sí misma en voz alta, hipnotizada por la forma en la que se veía en el reflejo.
El calor en la boca del estómago de Sam llegó hasta sus orejas, sintiendo esa calidez que siempre le rodeaba cuando estaba cerca de ella.
—Isa —rompió el silencio, dejándose caer, quedando sentado en la hierba.
—Sam —respondió en broma, aprovechando la oportunidad para sentarse en sus piernas, quedando cara a cara. Envolvió su brazo alrededor de su cuello. Inclinando su cabeza hacia abajo, apoyándose en su propio brazo y elevando la otra mano, cogiendo el collar entre sus dedos. Apretó la pieza circular de plástico, dejando que la yema del pulgar recorriera la suave textura.
Los largos brazos de este se envolvieron alrededor de la más pequeña, sujetándola con seguridad contra su cuerpo.
—Quiero hablar contigo de algo. —Isabel se quedó quieta ante el tono al pronunciar las palabras, temiendo las siguientes. Sam quitó su mano del collar, entrelazando sus dedos—. De donde yo vengo se necesita mucho más que un simple... de lo que hemos estado haciendo para reclamar a alguien. Por lo que no soy oficialmente tuyo.
—¿Qué? —respondió con voz chillona—. Dijiste que eras mío. Eres mío. —Forzó la última palabra, inclinándose hacia adelante para presionar sus labios desesperadamente en su cuello, empezando a chupar.
—Sh..., no —protestó, acercándola más a su regazo y apoyando su cabeza contra la de ella—. Quiero decir, sí. Soy doscientos por ciento tuyo. Pero, por lo general..., cuando las personas tienen algo entre sí, se le llama «salir».
—¿Entonces... estamos saliendo? —murmuró.
—Esa es la cosa. Quiero salir contigo. Que seamos novios. Oficialmente.
—Novios... —repitió dudosa por la nueva y extraña palabra en voz baja.
—Sí, novios. Si salimos juntos, vas a ser mi novia. No mi mejor amiga. Solo... novios.
—Yo quiero ser tu novia..., pero «novio» no suena muy bien. —Lo miró, haciendo que Sam frunciera el ceño—. Me gusta más tu nombre. Sam —respondió segura.
Haciéndolo reír a carcajada, sintiéndose aliviado.
—Menos mal..., por un momento pensé que me estabas enviando a la friend zone. —Isabel lo miraba confundida por la última palabra—. No importa, creo que es mejor que no sepas el significado de esta. —Se inclinó hacia delante, dándole un beso rápido en los labios. Isabel le devolvió el beso, más apasionado de lo que se esperaba.
Aprovechándose del momento, este cambió la posición. Tendiendo cuidadosamente a la más pequeña sobre la hierba fresca, dejándose caer suavemente sobre aquel cuerpo familiar, mirándola fijamente y quedándose fascinado por el momento. Isabel se impacientó, levantando una mano y enganchando con sus dedos la cadena colgada en su cuello, empujándolo más hacia ella. Sam volvió a unir sus labios, profundizando el beso, quedando hipnotizado por cómo la carne hinchada bailaba una contra la otra.
Isabel se apartó del beso. Retirándose sus pantalones verdes, tirando de ellos fuera de sus pies con desesperación y arrojándolos a un lado de sus cuerpos entrelazados. Se quedó en silencio, observando al chico apoyado en ella, esperando su próximo movimiento.
—¿Qué vamos a hacer? —susurró.
Este envió una rápida sonrisa, levantando la vista hacia el lago, empujándose hacia delante, dejando que sus dedos se sumergieran en el agua fría antes de volver a su posición anterior. Esperó hasta que estos ya no estuvieran goteando, dirigiéndolo a su boca y chupando de él. Para después pasarlo sobre las piernas de ella, dirigiéndose poco a poco a su estrecho agujero.
No perdió el tiempo, dejando que el dedo índice entrara, la saliva haciendo de lubricante. Un grito ahogado escapó de los labios de Isabel mientras arqueaba la espalda hacia arriba, incómoda. Sam siguió presionando la yema de su dedo, hasta que vio que la expresión de Isabel se veía más calmada, observando cada movimiento. Esta tenía los ojos cerrados, con la espalda todavía fuera de la hierba mientras apretaba en torno al dedo de Sam. No entendió cómo la otra vez le gustó tanto y ahora le costaba acostumbrarse.
—Oh —salió de sus labios, abriendo los ojos cuando siente un suave cosquilleo—. ¿Más? —volvió hablar con voz ahogada.
—Vas a tener que relajarte para mí —susurró. Isabel asintió mientras exhalaba un profundo suspiro, relajándose un poco—. Buena chica —la premió, besándola con pasión, explorando con su lengua.
El segundo dedo apenas entró. Y, una vez más, esperó hasta que sintiera que era suficientemente seguro. Después de unos minutos, empezó el movimiento, haciendo que Isabel jadeara, enredando con más desesperación sus lenguas. Este se apartó, bajando y sacando su lengua, chocando contra su erecto pezón.
—¡Ah! —gemía agarrando su pelo, empujando su cabeza, deseando más. Sam aceleró más el movimiento de sus dedos, mientras su lengua empezaba a hacer círculos alrededor de la aureola—. ¡Más, Sam! —gritó, empezando a mover sus caderas al mismo ritmo que los dedos de él.
Este la miraba con deseo. Bajando lentamente sus labios rojos, chupando y besando la piel caliente del estómago, deteniéndose entre su entrepierna.
—¿Puedo? —preguntó, metiendo un tercer dedo.
—Sam... —suplico, sin saber a qué exactamente—. Por favor —gemía.
—Solo siente.
Sam se sumergió, haciendo que Isabel diera un leve salto cuando su lengua chocó despiadadamente con su clítoris, haciendo círculos con la punta para luego deslizarse hacia abajo y lamer entre sus pliegues, moviendo los tres dedos aún dentro de ella. Isabel gritaba por el éxtasis, apretando en un puño la hierba debajo de ella, alzando sus caderas para más contacto. Este volvió a hundirse y mordió su hinchado clítoris, introduciendo los dedos dentro de ella con fuerza.
—¡Sí! —Se retorcía, agarrando más fuerte su cabello.
Sam la embistió al compás de sus suplidos, entró y sacó sus dedos para luego introducirlos más fuerte y profundo, haciendo círculos dentro de ella, gimiendo en su clítoris al notar cómo se contraía contra sus dedos. «Va a correrse», pensó, mientras ponía su mano libre en su cintura, empujándose más a su entrepierna, moviendo mucho más rápido sus dedos y lengua.
Isabel se encontraba perdida entre el sonido que hacían los dedos de Sam al salir y entrar, el calor inundando todo su sexo y apoderándose de su pelvis.
—Sam... ¡Unhg! —gritaba, corriéndose en sus dedos.
Sam se apartó de su clítoris, siguiendo ahora con movimientos suaves antes de sacar sus dedos.
—Estuviste muy bien —habló, llevándose estos a su boca. La miró sonrientemente una vez tragó hasta la última gota. Esta le devolvió la sonrisa, orgullosa de sí misma. En silencio, Sam se quitó el collar de su cuello, colocándoselo y abrochándoselo al de esta—. Te quiero.
—Yo también te quiero —contestó, robándole un beso, jugueteando con el collar ahora en su cuello—. Mucho.
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La edad de la inocencia
Ficção AdolescenteTodo adolescente tiene sus subidas y bajadas..., y si a eso se le suma el cambio de hormonas sus vidas se vuelven un caos, pero ¿qué ocurre si se le junta los cambios hormonales en un mundo en donde nada es normal? Ahora es cuando te preguntas: ¿qué...