17.ROTO

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Sam observaba mientras Isabel guiaba el bolígrafo sin sentido sobre el papel. Debería de estar enseñándole cómo escribir su nombre, pero estaba totalmente perdido en sus pensamientos. ¿Cómo podría alguien no quererla? Estaba claro que Isabel no había tenido la misma educación que la mayoría, pero su corazón era ocho veces más que toda la civilización. Eso era lo que tendría que importar, ¿verdad? ¿A quién le importaba si actuaba de aquella manera? Era una persona encantadora, bella, optimista, ese tipo de persona con la que todo el mundo merece encontrarse en algún momento de su vida. Sí, era verdad. Con unos mejores conocimientos, todo cambiaría. «Pero, vamos, Isabel no tiene esa oportunidad». Dolía, para ser precisos, estaba roto. Le dolía saber que su novia podría estancarse en esta mierda de mundo rodeada de personas con resentimientos hacia ella, mientras que lo único que buscaba era amor para todos.

Sam sintió cómo la temperatura alrededor de sus ojos aumentaba, empezando a notar las lágrimas.

—Sam, creo que ya he tenido bastante práctica. —La chica más pequeña sonrió hacia él, aún acurrucada a su lado.

Este parpadeó rápidamente, sus pestañas golpeando su piel, intentando retenerlas.

—Muy bien, voltea la página.

Isabel hizo una señal, levantando su brazo y pegando su mano en la frente.

—¡A la orden! —se burló, sonriendo cuando sintió más el agarre de su cintura. Se apoderó de nuevo de la libreta, esperando la siguiente orden.

—Dibuja una línea recta a partir de un punto y ve arrastrándolo hacia abajo —empezó las instrucciones en un tono suave, dibujando con el dedo, viendo cómo esta lo hacía ordenado. Este embozó una sonrisa y levantó su mano derecha para envolverla alrededor de ella, al notar que hizo la línea un poco larga—. Bien, ahora un punto arriba. La primera letra se escribe en mayúscula, pero eso es algo que te enseñaré una vez sepas escribir tu nombre —comentó mientras guiaba su mano—. Ahora se sigue con la ese —siguió—. I, ese, ...

—¡Puedo hacer la siguiente! —interrumpió, dibujando una enorme a, observando después lo hecho por ella—. Se ve asqueroso —comentó, odiando por un segundo lo aprendido.

—No, no —protestó el muchacho—. Lo estás haciendo perfecto. —Le dio un beso tranquilizador en la nuca antes de poner de nuevo su mano alrededor de la más bronceada—. Ahora hay que hacer la be.

Isabel dibujó en el papel, más o menos del mismo tamaño que la anterior.

—I... S... A... B... E... —comenzó a leer en voz alta, con el dedo apuntando a cada letra—. Una más.

Este asintió con la cabeza.

—Sí, una más —sonrió, atento a su próximo movimiento. Observó cómo esta presionaba el lápiz sobre el papel con impaciencia, haciendo un garabato descabellado. No pudo evitar dejar escapar una carcajada mirando la hoja: parecía escrito por un niño diestro escribiendo con la izquierda—. Está perfecto, ese es tu nombre.

Isabel se quedó en silencio por unos segundos, explorando sobre las letras escritas, memorizando cada punto de tinta. Sus dedos recorriendo sobre las palabras secas.

—Gracias —murmuró antes de voltear la cabeza hacia la derecha, permitiendo que esta ocultara la mitad de su cara en el pecho caliente de este. Las lágrimas de Sam empezaron a caer sin poder evitarlo. En silencio, dio las gracias de que Isabel no fuera capaz de sentir las gotas que caían a su cabello. Pero no fue hasta que su nariz comenzara a sentirse congestionada, lo que causó que este respirara más fuerte de lo normal. Isabel lo miró, encontrándose a un Sam totalmente destruido—. ¿Sam? —preguntó con voz rota. Lo que hizo que este curvara sus labios hacia arriba, intentando que la situación lo relajara, pero sus lágrimas salían sin cesar. Isabel tiró el bloc de notas y el bolígrafo, poniéndose a horcajadas sobre su regazo y ahuecando sus mejillas—. Sam, para —se quejó, sin saber qué hacer—. Para, para, ¡para! —gritó, sintiendo sus ojos aguarse por no poder hacerlo feliz—. ¿Por qué lloras? —preguntó en un sollozo, sintiéndose totalmente inútil. Este negó con la cabeza, negándose a contestar la pregunta—. Dime..., por favor.

La edad de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora