22.LA VERDAD

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Sam se despertó desorientado, en un lugar húmedo y oscuro, sin nada ni nadie a su alrededor, recordando que, horas antes de dormirse, estaba acurrucado en la roca con Isabel.

—¿Hay alguien? —susurró asustado, dándose cuenta al momento de que, aunque su cuerpo estaba en perfecto estado, se le hacía imposible moverse, como si un imán en el suelo le impidiera la acción.

—Llegó la hora... —escuchó una voz, haciendo que este se sobresaltara—. Isabel..., es tu turno —volvió a hablar.

De repente todo se iluminó, segándolo por unos segundos, hasta que se acostumbró a la claridad. Lo primero que observó fue una pared brillante llena de cristales, algunos parecían muy puntiagudos, otros un poco más salidos. Pero lo que más le llamó la atención era su reflejo, o lo que se suponía que era el suyo. Analizó el espejo, viendo a un hombre de unos treinta años de edad, con ropa holgada y vieja, blanco como la leche, no, peor aún, como si nunca hubiera conocido el sol. Miró a Isabel desorientado, ganándose una mirada de compasión de esta. Segundos después, observó a las tres personas a su lado, las tres totalmente tapadas con un velo negro.

—Lo siento... —susurró Isabel, apartando la mirada.

—¿Qué es esto? —preguntó, volviendo a mirar al extraño reflejo, negándose a creer que era él.

—Somos las aves de la muerte —comenzó a hablar la misma voz de antes—. Encargadas de la decisión. Y tu juicio final acaba de comenzar... —Dejó de hablar, dando un paso más cerca de él.

—¿Qué coño está pasando? —volvió a preguntar—. Isabel... —intentó llamar su atención, fallando en el intento—. ¡¿Qué coño está pasando?! —preguntó histérico, intentando moverse.

—Cometiste errores injustos que arruinaron la vida no solo de las víctimas, sino a sus familias. Robos a mano armada, asesinatos, secuestros, violación... —empezó a hablar Isabel, mirándolo por primera vez con autoridad—. Los errores de tu vida se resumen en pecar y ser asesinado sin finalizar el pago de tu condena. —Sam observó como esta lo miraba, como si nunca lo hubiese conocido. «¿Dónde está mi chica aventurera?», pensó, observando cómo esta, al contrario de las otras tres personas, se alejaba de su persona. Una Isabel totalmente desconocida—. Eres un alma consumida por tus pecados del pasado —continuó, esta vez señalando el espejo—. ¿Nunca te has preguntado por qué te gusto tanto? —preguntó con voz neutra. suspirando en el proceso—. Sam..., me conociste con mentalidad de una niña ¿No te recuerdo a nadie? ¿O por qué, aunque te dejara estar con los niños, no te dejaba tocarlos? —preguntó, sin apartar la mirada ni un segundo—. Llegó el momento..., —terminó. Sam intentó hablar, sintiendo cómo cada segundo le costaba respirar, dándose cuenta de que sus labios estaban sellados. Desde que Isabel apuntó a su reflejo, los recuerdos de su verdadera vida empezaron a pasar, como ráfagas de aire. Recordando los errores cometidos, dándose cuenta de la vida tan miserable que vivió e hizo vivir a los demás. La miró destrozado, arrepintiéndose de un pasado que acababa de recordar. Empezó a llorar sin apartar ni un segundo la mirada de esta. Recordando la charla en el tren y en la roca, dándose cuenta de las pistas que Isabel le estaba otorgando, sin ni siquiera pedirlo, arriesgándose por él.

—Después de ciento veinticinco años de castigo, se te dio una segunda oportunidad de redimirte —comentó, queriendo darle una explicación al verlo en ese estado—. Lo estabas haciendo bien, Sam. No deberías de haberme tocado —comentó con la voz frágil, intentando no llorar—. Yo, Isabel... —Dejó de hablar, dando un suspiro, sin poder seguir conteniendo las lágrimas, mirándolo con total arrepentimiento por lo que está a punto de pasar—. Te condeno hasta la eternidad. Sam Smit —finalizó.

Este sintió cómo el suelo debajo de él templaba. Siguió observando a Isabel, con miedo de ver lo que estaba a punto de suceder. Esta, todavía con lágrimas en los ojos, pronunció sin voz un «te amo», antes de seguir.

—Bienvenido al pozo de las almas..., donde vivirás, sufrirás y morirás, una y otra vez... —se interrumpió, observando cómo este ya caía al vacío—... en completa oscuridad.

La edad de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora